Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Gracias a François Ozon

Como si supieran de antemano que con la película inaugural no bastaría, los programadores de la Berlinale hicieron un alarde de buena planificación y no tardaron en sacar la artillería pesada. Después del tropiezo del primer día protagonizado por Lone Scherfig, el certamen alemán abrió las puertas del Palast, su sala insignia, y así, tuvimos acceso a los últimos trabajos de esos autores que, siempre en teoría, deberían justificar el viaje. Así las cosas, en la primera jornada competitiva, llegó ni más ni menos que François Ozon, uno de los principales ganchos de esta edición.

Con “Grâce à Dieu” (“Gracias a Dios”), el autor francés se confirmó (por enésima vez) como una de las voces más en forma de una de las cinematografías más en forma del mundo. Lo hizo, precisamente, confrontando voces. La de un banquero, la de una sicóloga, la de un cardenal... A lo largo de más de dos horas, se dedicó a reconstruir el escándalo del Padre Bernard Preynat, quien en 2016 fue acusado de abusar sexualmente de 70 niños en Lyon.

El titular fue arrojado al patio de butacas prácticamente en el primer fotograma. Con la verdad jurídica (y confesada) de su lado, Ozon prefirió centrarse en la verdad humana. Siguiendo los pasos de algunas figuras clave en dicho proceso, agrupó opiniones, dudas, miedos y cicatrices. A través del dibujo de arcos dramáticos que huían de construcciones tópicas, profundizó en el verdadero sentido de la culpa y el perdón (como Scherfig, vaya, pero con sentido común), y mostró, de paso, todos los matices de dos bandos (víctimas y culpables) que, de repente, no podían dibujarse solo con el blanco y negro. Lo normal era indignarse y ceder ante la rabia, pero François Ozon se mostró muy serio; muy contenido. Renunció a los excesos y a la provocación, principales rasgos identitarios de su filmografía, y con ello, reivindicó lo más importante: el carácter divino de la empatía, única cura posible para las peores heridas.

Justo después llegó Wang Quan’an, otro peso pesado. Quien ganara el Oso de Oro en 2006 con “La boda de Tuya”, presentó “Öndög”, agradable y a ratos poderosa complicación de historias más o menos verdaderas, sucedidas todas ellas en la estepa infinita de Mongolia. Al igual que en su anterior trabajo (la infravalorada “White Deer Plain”), el cineasta chino se fundió con la naturaleza para entender mejor a los seres que la habitan. Bestias, hombres y mujeres compartieron destino. La vida, la muerte, y el amor que lo unía todo se (des)enfocó con la misma sensibilidad y el mismo respeto.

Al final, quedó tiempo para la tercera entrada de la jornada. Nora Fingscheidt renovó en “System Crasher” el gusto alemán por la desgracia ajena: hoy tocó despedirse con una ración concentrada de schadenfreude. Una más para tan gris cinematografía. Durante casi dos horas, vimos a la pequeña Helena Zengel (protagonista de la función y único logro verdadero de la cinta) llevar al límite sus cuerdas vocales. Oda al berreo para un irritante retrato de infancias indomables, pero sobre todo torturadas. Cualquier atisbo de sanación era un apunte naïf a pie de página. Gracias a Dios, nos quedamos con François Ozon.