Raimundo Fitero
DE REOJO

Castigo

Cada uno desarrolla su material masoquista de la manera que más le place. Seguí de principio a fin la entrevista (o cómo debamos llamarlo), que Jordi Évole mantuvo con Alfonso Guerra, en el escenario de un teatro. Fue mi castigo de un domingo en el que las emociones deportivas me llevaron por un tobogán excepcional. Pero fue el castigo que el propio Guerra infligió a la humanidad entera, especialmente a aquella parte que le ha dado la espalda, que lo ha olvidado, que no sabe ya que mandó mucho, y mandó muy mal, que ha sido el político que más quinquenios ha acumulado leyendo libros en su escaño del Parlamento español y que colocó a todos sus hermanos, como conseguidores en las instituciones públicas.

Apareció en “Salvados” muy crecido. Muy soberbio. Muy consentido. Como un salvador de patrias y haciendas. Como si fuera el único que mantuvo alguna vez una actitud ética. No es un currículum muy ejemplar. Y se demostró que tiene una memoria de mentiroso convulsivo intentando justificar su postura de extrema derecha en lo referente a Catalunya. No tuvo reparo alguno en colocarse logros que no le correspondía, pero cuando sonó la palabra clave: GAL, descompuso. En ese momento se convirtió en una infanta que estaba de vicepresidente en un gobierno que creó el terrorismo de Estado, pero él no se enteraba. Su intento por banalizar los crímenes de Estado y sus consecuencias fue el momento de máximo patetismo. La prueba del algodón.

Es un fantasmón político. Tuvo mucho, muchísimo poder y le sentó muy mal. Es un cunero de la corrupción socialista más genuina. Una vieja guardia de felipistas, guerristas y otras especies de la derecha con pantalones de pana. Hoy significa el ocaso, el pasado. Los GAL. El retrato en claroscuro de una izquierda inventada. Castigo vengativo.