Ramón SOLA
FORO SOCIAL, JORNADA «ESCUCHAR PARA LA CONVIVENCIA»

MARÍA Y PERU, LA GENERACIÓN DEL DOLOR... Y DE LA CONVIVENCIA

Los protagonistas principales fueron dos jóvenes, pero el broche, sincero, lo puso un veterano: Isidro Murga admitió que hace décadas no habría estrechado la mano de Juan Mari Jauregi, pero hoy sabe que entre las hijas de ambos se podría establecer una conversación amistosa. María Jauregi o Peru del Hoyo abren el camino.

La jornada del Foro Social Permanente en el Palacio Miramar de Donostia fue una muestra muy realista, por momentos descarnada, de cuánto se ha sufrido y se sufre aún en Euskal Herria. Pero fue también un resumen de cómo se construye la convivencia a pie de calle, fuera de las refriegas políticas, y con liderazgo precisamente de quienes más han sufrido. Lo explicó Agus Hernán en la presentación; los manuales teóricos dicen que para cerrar heridas en estos conflictos suelen hacer falta «dos o tres generaciones». Tras tres horas de exposición, la reflexión de Murga fue prueba de que ese trabajo se puede adelantar, se está acelerando.

María Jauregi y Peru del Hoyo demostraron que la última generación del sufrimiento es también la de la empatía y debe ser la de la reconciliación. Fue un cara a cara que empezó con muchas lágrimas y acabó con sonrisas. Ambos perdieron a sus padres a la misma edad, a punto de llegar a la veintena, Jauregi en 2000 y Del Hoyo en 2017, la primera a manos de ETA y el segundo víctima de la desasistencia sanitaria en prisión. Lo contaron sin camuflar su dolor, sin medias tintas.

Jauregi indicó que ya a los 14 años, cuando su padre fue nombrado gobernador civil de Gipuzkoa, empezó a ser consciente de que podía ser objetivo de ETA. Evocó el disgusto que le supuso ir a vivir a Donostia, y encima al Palacio de La Cumbre, que sabía que había sido centro de tortura («aún se me pone la carne de gallina»).

Las muertes de sus padres

Ya no era gobernador cuando fue tiroteado en un bar de Tolosa. Antes, recordó María, tras volver de declarar como testigo en el juicio de Lasa-Zabala, Juan Mari Jauregi había dicho en casa que «no sé si me va a matar ETA o Galindo». Aquel fin de semana, evocó la joven, «yo estaba en el monte, y cuando vinieron a buscarme sentí que había ocurrido. Sientes rabia, impotencia, no entiendes nada, no sabes por qué...». Su testimonio se entrecortó aún más por la emoción al remarcar que en su cuadrilla casi todas son de la izquierda abertzale y «nunca me dejaron de lado, siempre me llamaron al timbre».

El sufrimiento de Peru del Hoyo también empezó bastante antes de que muriera su padre, al que encarcelaron cuando era un bebé de mes y medio. Refirió los problemas de un niño o adolescente para entender primero aquellos viajes y luego las preguntas de sus compañeros de ikastola. Ya estaba próxima su excarcelación cuando llegó el mazazo, que también tiene intrahistoria previa. Peru volvía del Hatortxu Rock de Lakuntza, tras días pletóricos de fiesta y emoción en los que sintió que «las cosas estaban cambiando, todo iba mejorando». Pero en casa le esperaba la realidad más cruda, tremenda e inesperada.

Lejos de quedarse mascando la rabia, ambos han apostado por avanzar desde el ejercicio sincero de la empatía. Para Jauregi, «con el odio no se va a ninguna parte. Hay que tender puentes, hallar puntos de encuentro». En cuanto a Del Hoyo, animó a los políticos, no es la primera vez que lo hace, a hablar directamente con las víctimas: «Estoy seguro de que si yo les cuento mi vida, se darían cuenta de que también soy víctima, aunque no me reconozcan así».

Cuatro violencias

Tras un receso que vino bien para sedimentar las emociones, en la misma mesa se sentaron otras cuatro personas que han sufrido las violencias políticas a otra escala y pertenecen a otra generación en la que el conflicto resultaba omnipresente: Una electa del PSE que malvivió con escolta, un funcionario de prisiones a cuyo gran amigo mataron, un preso político del 18/98 y una víctima de la dispersión desde hace 27 años.

En este último caso, el de Jone Artola, la palabra sufrimiento no se puede declinar en pasado. Tras recuperar a su hermano preso durante 22 años (los últimos siete ilegalmente por la «doctrina Parot») tiene ahora encarcelado a su hijo. De la dureza de su periplo dan fe el brazo machacado por una agresión impune de la Ertzaintza que le rompió cúbito y radio en 2006 y todas las secuelas del gravísimo accidente de tráfico de 2014, cuando Artola volvía de un vis: «Estoy aquí de chiripa». Entre medio, todo tipo de avatares impactantes, como aquellos viajes hasta Puerto de Santa María para visitas de diez minutos porque «siempre estaban castigados». Y una conclusión: «El castigo que recibimos los familiares por el mero hecho de serlo es tremendo. Este Estado es democrático y garantista solo depende de dónde te toque».

En la misma mesa estaba Pablo Martínez, que fue funcionario de prisiones durante doce años y amigo personal de Javier Gómez Elosegi, sicólogo de Martutene –y miembro de ELA como él– al que ETA mató en 1997. Su testimonio sobre aquellos años fue detallado, y concluyó apuntando que hoy día se cruza en la Parte Vieja de Donostia con el exmiembro de ETA Valentín Lasarte, «conocido del barrio de toda la vida, y es algo que revive todos mis fantasmas pero nada más; al final, la convivencia es eso», resumió.

Martínez apuntó que en algunos momentos de amenazas de ETA e incomprensión social se sintió «un apestado». Justo la misma palabra que salió antes de la boca de la hoy juntera del PSE y exconcejala de Andoain Petri Romero. Además de reflejar lo que supone estar constantemente vigilada por escoltas, resultó muy dramático su relato de cuando acudió al hospital al tener noticia del atentado de ETA contra su amigo Isaías Carrasco: «No se me va a borrar nunca la imagen de Sandra, su hija, cubierta de la sangre de su padre de la cabeza a los pies. Lo único que era capaz de decirme era ¿por qué? ¿por qué?».

En tal espiral de dolor, se buscaba vía de escape hasta en el humor (obviamente negro). Romero recordó la comunión de una sobrina con tal caravana de escoltas que «aquello parecía la visita del rey» y Martínez recordó que los funcionarios, inmersos en una «paranoia» continua, jugaban a dar vueltas a las rotondas «para ‘reírnos del comando’, porque había que frivolizar aquel infierno».

El cuarto contertulio, Isidro Murga, estuvo encarcelado durante ocho años por ser administrador de ‘‘Egin’’, pero incidió en que aquel 18/98 le supuso en realidad afecciones durante 19 años, desde la primera detención en 1998 hasta que se le levantaron los embargos en 2017. «Se tiende a identificar víctima con el daño físico causado, y en este caso hablamos de efectos que van mucho más allá: insolvencia, efectos de cotizaciones para la jubilación, no tener nada a tu nombre…», enumeró.

Todos y todas pusieron en valor la actitud de escucha. El tiempo es un factor importante, sí, pero Murga destacó que efectivamente es posible «acortar ese periodo de dos o tres generaciones». Romero fue algo más escéptica: «Aún nos queda mucho, pero en eso estamos». De esa escucha mutua salieron ayer mismo reflexiones bastante compartidas sobre cómo deben ser recibidos los presos al volver a sus casas, por ejemplo.

 

ADIERAZPENAK

«No entiendo la crispación que todavía muestran algunas personas, parece que no se han dado cuenta de que ETA ya no existe, o se han dado cuenta y no quieren reconocerlo»

MARÍA JAUREGI

Hija de Juan Mari Jauregi, muerto a manos de ETA

 

«Para mí escuchar el discurso que tienes tú, María, o algunas otras víctimas de ETA como Rosa Rodero es la ostia, no solo porque nos ayuda sino porque siento que vamos avanzando»

PERU DEL HOYO

Hijo de Kepa del Hoyo, muerto en prisión

 

«Mi hermano estuvo siete años presos de más por la Parot, mi hijo tiene 43 años de condena por ‘kale borroka’, sin delitos de sangre, y yo aún tengo el teléfono intervenido cuando llama»

JONE ARTOLA

Víctima del alejamiento

«No estoy aquí para hacer un alarde victimista, sino porque merece la pena intentar hacer el esfuerzo de acortar ese espacio de dos generaciones para cerrar heridas»

ISIDRO MURGA

Preso por el 18/98

 

«Yo he pasado hasta vergüenza por tener que ir escoltada, cuando no he hecho nada, solo tener unas ideas distintas. Y ahora siento rabia de haber sentido entonces vergüenza»

PETRI ROMERO

Cargo del PSE, escoltada

 

«Cuando salí en una lista de ETA me ofrecieron una pistola y me dije ‘¿para qué, para que alguien se acerque a pedirme fuego y yo me asuste y le acabe pegando un tiro?’»

PABLO MARTÍNEZ

Exfuncionario de prisiones