Por las razones que fueren, seguramente Vincent Van Gogh será el pintor más biografido en la historia del cine. Existen infinidad de documentales y cortometrajes sobre su figura y obra pictórica, a los que hay que sumar una larga lista de ficciones entre las que se encuentran: “El loco del pelo rojo” (1956) de Vincente Minelli, “Vida y muerte de Vincent Van Gogh” (1987) de Paul Cox, “Vincent & Theo” (1990) de Robert Altman, “Vincent y yo” (1990) de Michael Rubbo, “Los sueños de Akira Kurosawa-Episodio de Los Cuervos” (1990) de Akira Kurosawa, “Van Gogh” (1991) de Maurice Pialat, o la reciente “Loving Vincent” (2017) de Dorota Kobiela y Hugh Welchman.

A Julian Schnabel no parece importarle la existencia de tanta filmografía sobre el pintor holandés, porque él ha querido hacer su película, que tampoco es que difiera gran cosa de las demás, por lo que su teórica aportación resulta muy cuestionable. La idea se le ocurrió cuando visitaba el Museo de Orsay en París acompañado del mítico guionista Jean-Claude Carrière, y su intención era hacer un tipo de proyección que dejara en el espectador la misma sensación que al visitar una exposición.

Otro punto discutible es la caracterización estelar de Willem Dafoe, por más que le valiera la Copa Volpi al Mejor Actor en la Mostra de Venecia. Se da la circunstancia ineludible de que Dafoe tiene 63 años, una edad excesiva para interpretar al artista que murió joven con 37 años de edad. Se supone que interpreta a un Van Gogh derrotado e inmerso en una enfermedad mental, lo que le hace parecer más viejo, aunque desde luego nunca podría ser tanto.

También da importancia, como ya se ha hecho otras veces a su hermano Theo (Rupert Friend), junto con el doctor Paul Gachet (Matthieu Amalric) que le atendió. Y en los artístico aparece un influeyente y rupturista Paul Gaugin (Oscar Isaac).