Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

La historieta de España

El siglo XIX es conocido como el «siglo de las nacionalidades» por ser en esa centuria cuando se formaron la mayor parte de las naciones hoy conocidas. También la española (y, finisecularmente, la vasca). Fue el desarrollo del capitalismo quien forjó las condiciones para el nacimiento de las naciones; antes, en la Europa feudovasallática, no existían.

Sin embargo, el concepto actual que de España se tiene, a juzgar por las puerilidades que se oyen, es precapitalista y ultramontano. E intemporal: España ha existido siempre, y, por supuesto, los españoles. Y el «volkgeist». Hubo dos conatos de ruptura epistemológica para crear una nueva historiografía. El primero parte del palentino Modesto Lafuente, católico y liberal, que en 1850 escribiera una historia de España en la que el pueblo está presente, además de reyes, generales y nobles. Lafuente redacta cuando en España se está tratando de romper con el Antiguo Régimen para generar las bases de un Estado moderno ya en la era isabelina y en el sexenio democrático del XIX, en palabras de José María Jover. Era un avance, aunque insuficiente. La historia de Lafuente no puede evitar tics providencialistas como, por ejemplo, la conversión del arriano Recaredo al catolicismo encontrando en la monarquía visigótica la primera etapa de la vertebración de la nación española. Lafuente se convertirá en otro «clásico» de la historia oficial. Fue con Rafael Altamira, krausopositivista, que se dejarán los patriotismos, providencialismos e identidades intemporales, pero es otro capítulo.

Pues bien, a poco que se siga el «procés» catalán, cunde la impresión de que la España a la que se apela no es ya la más racional de Altamira o siquiera la patriotera de Lafuente, sino otra anterior. ¿Cuál? La de tebeo, la historieta de tebeo y la contada en la Enciclopedia Álvarez –que estudiamos algunos en edad escolar–, esto es, la España del Cid, los Reyes Católicos, Lepanto, Pelayo y Paco Gento. La España suya, la de ellos, la cañí y el ¡Santiago y cierra España! (o sea, ¡a por ellos!) de mi admirado Capitán Trueno.