Ramón Sola

Un tiro en el pie en el Koxka

Si no fuera porque siete jóvenes altsasuarras siguen entre rejas y su situación no es ninguna broma, el chiste estaría servido en bandeja. A estas alturas de la película, lo más parecido a «terrorismo» que hubo en el Koxka de Altsasu es el tiro en el pie que se han dado quienes crearon este escándalo social.

La duda razonable en la capital de Sakana la pasada semana era si la barbaridad no se habría ya normalizado, si el cansancio y la impotencia no harían mella tras todos los eslabones represivos que han exigido respuesta popular (los encarcelamientos, el juicio, la condena y ahora la primera confirmación). Fue justo al contrario; contraviniendo toda lógica, la movilización no solo merma sino que crece. Crece en la medida en que el caso se sigue difundiendo y llega a nuevas conciencias.

Las cerca de 60.000 personas reunidas el domingo no solo son más que la multitud de junio de 2018 en Iruñea, sino que triplican como poco las movilizadas desde el Régimen en las dos últimas primaveras, con la ikurriña y el euskara como banderines de enganche. Una de las diferencias estriba en que la represión en Altsasu es pura realidad frente a esos leitmotivs de la derecha, recreaciones ficticias. Otra es que esos 60.000 buscan abrir puertas –y en este caso muros–, ampliar libertades, solucionar conflictos; mientras la derecha sale a la calle para cerrarlas, restringir derechos, perpetuar pasados.

Si desde ese bloque político se encargara una auditoría política del «caso Altsasu», no cabe duda alguna de que los números de la operación serían rojos, muy rojos. Aparte de lo cuantitativo está lo cualitativo, y la cacería desatada en Sakana ha tenido dos consecuencias muy perjudiciales para sus intereses, aquí y en Madrid.

La primera es la concienciación política de miles y miles de jóvenes vascos. La ruptura de la «transmisión» ha sido preocupación recurrente para muchos en estos últimos años. A la generación postETA era difícil trasladarle qué fueron el Plan ZEN o el uso político de la heroína en los 80, las razias bajo el estigma de los «grupos Y» o las revelaciones de la guerra sucia de los 90, las macrorredadas del «todo es ETA» o la «doctrina Parot» de inicios de este siglo, las torturas de todas las épocas que no han visto ni oído en tiempo real... Los poderes del Estado se han encargado de esa pedagogía, de mostrarles hasta qué grado pueden ser injustos, crueles y además estúpidos. Gran parte de esos y esas jóvenes recordarán para siempre Altsasu –y La Manada– como ese caso iniciático que les marcó políticamente.

Los vengadores del Koxka también han subestimado otro factor: la solidaridad entre pueblos, incentivada por un caso entendible globalmente, con el que es muy fácil empatizar (cualquier joven siente que él podría ser Adur o Jokin, cualquier madre puede ponerse en la piel de Bel, cualquier aita sentir el desasosiego de Ainara). ‘‘Ferides obertes’’, el documental emitido en TV3 en enero, tuvo un impresionante 22,8% de «share» en ese territorio y los comentarios generados fueron trending topic a nivel estatal. Catalunya ha captado en Altsasu la misma injusticia brutal y ciega aplicada a sus representantes legítimos. Como explicaba a pie de calle Gabriel Rufián, «esto no va de siete jóvenes de Altsasu ni de once independentistas catalanes». Va de todos.

Esa auditoría concluiría que lo mejor, lo único posible, es desactivar este caso. Pero ahí se completa el desastre del mal llamado navarrismo: Altsasu es un juego perverso de Madrid, sobre el que no tiene control alguno. El episodio del líder del PP, Pablo Casado, acudiendo al Koxka a protagonizar su «show» carroñero nada más firmar el pacto con Javier Esparza resulta tan demoledor para UPN como la embestida antifueros de gurú naranja Luis Garicano al día siguiente del pacto con Ciudadanos.

Puestos en la balanza, ese spot del PP destinado a abajo del Ebro o la sed de venganza de la Guardia Civil pesan más que el intento de reconquista del poder en Nafarroa. Una conclusión muy dañina para un UPN que se ha rebajado a sí mismo a mero caballo de Troya para colar en las instituciones navarras a todas esas tropas ajenas, los ridículos milicianos del Koxka.