Itziar Ziga
Escritora y feminista
JO PUNTUA

¡Altaneras!

De ella sabía que se encaramaba a los ochomiles como alma que lleva el diablo, y que fue la primera mujer en alcanzar las catorce cumbres del mundo. Pero Edurne Pasaban avivó mi tumultuoso y alucinante mapa de la humanidad cuando tuvo la valentía y la generosidad de contar lo rota que llegó a estar en cada bajada. Y que aprender a escucharse y a amarse a sí misma había sido el remonte más duro de su vida. Y el más importante, claro.

También logró quedarse embarazada, algo que deseaba mucho y había tenido que postergar. Como les pasa a tantísimas mujeres en este jodido sistema que se lo pone más difícil, precisamente, a las que gestarán el futuro.

Me alegré mucho por ella, como adoro ver a Serena Williams siendo madre y volviendo a ganar, por todas, así lo dijo, a una edad en la que nos aseguran que ya no podemos ni parir ni competir. Y enfureciéndose contra el árbitro, fuera de sí. Esa tarde loca suya, quizás la quise más que nunca.

Edurne Pasaban volvió al Himalaya el octubre pasado. Y esta vez subió con y por las mujeres que son apartadas de la comunidad durante su regla, en condiciones que a veces les llevan a la muerte, en el noroeste de Nepal.

Me tienen enamorada las cholitas escaladoras, mujeres aimaras que se dijeron: los extranjeros suben hasta lo más alto de nuestras montañas mientras nosotras cocinamos en el campamento base. Y empezaron a subir, juntas. Con el arnés sobre sus largas e irrenunciables faldas. Han alcanzado, pletóricas, todas las cumbres de los Andes. El 23 de enero coronaban el Aconcagua, la más alta de América. Ahora, ya miran al Everest.

«No solo para las cholitas, sino para todas las mujeres de Bolivia, que les sirva de motivación», proclama Lidia Huayllas. Grandes estas mujeres que cuando suben a lo más alto del mundo, lo hacen alzándonos a todas. Muchos alpinistas han ascendido desde su individualismo y competencia masculina, por defecto, por inercia. Ellas, por justicia comunitaria y por amor a la aventura.