Iker BIZKARGUENAGA
MESA REDONDA ORGANIZADA POR EGIARI ZOR

RECOMPONER DESDE EL FEMINISMO EL DESTROZO QUE CAUSA LA TORTURA

CUANDO SE HABLA DE TORTURA APARECEN SIEMPRE PALABRAS TERRIBLES COMO ELECTRODOS, BOLSA, BAñERA, VIOLACIÓN, PERO APENAS SE MENCIONAN OTRAS COMO MIEDO, VERGüENZA, SOLEDAD… EL JUEVES SE HABLÓ DE ELLO EN UNA CHARLA EN LA BOLSA DONDE SE ABORDÓ CÓMO RESTAñAR DESDE EL FEMINISMO LAS HERIDAS CAUSADAS POR ESA LACRA.

En la tarde-noche del jueves, en el edificio de La Bolsa del Casco Viejo se habló de tortura, hablaron personas que han sido torturadas, y tomaron la palabra, no para explicar qué fue lo que les hicieron, sino para contar cómo se sintieron al sufrirlo. Ocurrió en un coloquio que en su sencillez fue catártico y que removió muchas cosas en el interior de los asistentes, algunos también víctimas del tormento.

Olatz Dañobeitia, Mikel Soto e Ixone Fernández fueron quienes narraron en primera personas ese descenso a los infiernos que supuso no sólo el tiempo que permanecieron en manos de sus captores sino también todo lo que vino después. Porque, recordaron, la tortura no acaba en la comisaría ni su huella se borra cuando se sale de ella.

Junto a ellos intervino Olatz Barrenetxea, sicóloga que lleva desde 1984 tratando y sanando a personas que han padecido esta lacra, años intentando «arreglar lo que se ha roto». Porque la función principal de la tortura es romper a la persona que está siendo torturada, doblegarla, y por eso todos y todas coincidieron en que un paso vital para superarlo es aceptar uno mismo que, efectivamente, lo han roto. Para poder después rehacerse.

«Ese discurso de que no se debe flaquear, de que hay que mantenerse firme, fuerte siempre, ha causado mucho daño y creo que hay que acabar con él», señaló Fernández. Y lo hizo con total conocimiento de causa.

A ella algo se le rompió en su interior justo cuando la absolvieron en el juicio –cuatro años después de su detención–, un día en que «todo el mundo estaba feliz» pero que, en su, caso fue el inicio de un camino larguísimo, en el que confesó haberse sentido incomprendida y sola. Porque aunque parezca mentira incluso en los círculos cercanos de las personas afectadas hay mucho desconocimiento sobre la tortura y sus efectos. «A medida que pasa el tiempo, hay gente que no entiende que sigas mal», expuso, para añadir que «si una no es capaz de reconocerse a sí misma y saber lo que siente no le podemos pedir a los demás que sí lo hagan».

Perspectiva de género

La mesa redonda organizada por la fundación por Egiari Zor llevaba como título “Reconstruirse después de la tortura. Reflexionando desde un punto de vista feminista”, porque, como indicó Dañobeitia, que es investigadora social, igual que ocurre con el resto de las facetas de la vida también a la realidad de la tortura hay que mirarla desde una perspectiva de género, para poder tener un retrato completo de lo ocurrido. Valoró a este respecto que la teoría y la práctica feministas pueden aportar su experiencia en este ámbito, en el que debería abordarse asimismo qué impacto ha tenido en las mujeres, en los hombres, y en la relación entre géneros.

Según explicó, «si el objetivo de la tortura es romper a una persona, para hacerlo utilizan la posición que tiene esa persona en la sociedad», y ahí el género juega un papel determinante.

Dañobeitia, que concluyó su intervención preguntándose si «sólo nos tenemos que curar nosotros y nosotras o también tiene que hacerlo la sociedad», señaló que a través de la tortura se castigan «feminidades» y «masculinidades disidentes» y no hegemónicos y, deteniéndose en la violencia sexual que se ejerce contra las personas detenidas, destacó que «igual que en la calle las mujeres somos tratadas como objetos sexuales, en las comisarías también».

Y es que la realidad social es, en este ámbito, muy diferente entre unas y otros en función del género, y como indicó posteriormente Mikel Soto, el modo en que percibe un hombre la amenaza de que le van a violar es muy diferente a cuando le hacen esa misma amenaza a una mujer, «porque el hombre no tiene una experiencia así, en la sociedad, eso es algo que no pasa, pero desgraciadamente a las mujeres sí que les ocurre».

El iruindarra explicó que a él le costó una década darse cuenta y asumir que había sufrido violencia sexual, «porque no tenía herramientas para identificar aquello». Opinó que uno de los objetivos de los torturadores es «romper la masculinidad» de sus víctimas de género masculino, y apostilló que prácticas como golpear o poner electrodos en los testículos, por ejemplo, no tienen tanto que ver con que sean zonas sensibles del cuerpo sino con ese objetivo de humillar y romper su masculinidad.

También señaló que una de las cosas que el patriarcado heterocentrista impone a los hombres es «esconder nuestra vulnerabilidad», una mochila que ha pesado en muchas personas que han sido torturadas.

Es algo muy íntimo

La de la firmeza, la de no doblegarse, es una exigencia que aunque sea de forma tácita se ha generalizado en el espacio militante, donde durante tiempo se han presupuesto demasiadas cosas que han provocado que a muchas víctimas de la tortura les costara pedir auxilio. «No pedí ayuda; pensaba que estaba libre y que ya está», afirmó Fernández, evocando el inicio de su pesadilla. Recordó que el tiempo que siguió a cuando quedó absuelta lo pasó con miedo, que iba por la calle asustada, y que sufrió un progresivo deterioro de su salud. «¿Cómo compartir con la gente que no estás bien?», lanzó en voz alta la pregunta que se hacía entonces.

Sobre este asunto, Dañobeitia había dicho minutos antes que «la ruptura que provoca la tortura lo hemos vivido como algo muy íntimo, y nos cuesta compartirlo con los demás», planteando la opción de que se formen grupos de autoconciencia.

«Me sentía débil como persona, una mierda como mujer, como militante», añadió Fernández, apuntando que en aquella época intervino en varias charlas para hablar de la tortura, pero siempre desde el prisma del qué le habían hecho, sin entrar en el efecto que aquello había tenido en ella. También alertó de las consecuencias de establecer grados o escalas sobre los niveles de sufrimiento, y de hacer comparaciones que pueden llevar a una víctima a pensar que no debería estar tan mal, cuando a ella no le han hecho lo que le hicieron a otra persona.

El suyo, admitió, ha sido un camino largo, y doloroso, en el que ha vertido muchas lágrimas pero que le ha permitido sacar la cabeza. La clave, dijo, pasa por «asumir que eres una víctima, que te han machacado», un paso ineludible para recomponerse y seguir caminando. También insistió en que las personas que han sufrido la tortura «deben ser sujetos activos en esta pelea», una lucha que según pidió Soto «no debe permitirse que se eche a perder».

Profesionales de la tortura

Desde que empezó hace 35 años, Barrenetxea ha atendido a numerosas personas que han padecido torturas y malos tratos, también ha hablado de ello en multitud de foros, y el jueves hizo hincapié en el «miedo» como elemento principal y objetivo de esa práctica, en la que todo está encaminado a provocar pavor a quienes la padecen.

La sicóloga destacó la «profesionalidad» con la que actúan los torturadores, que saben dónde apretar y qué teclas pulsar para romper a quienes caen en sus manos, y señaló que la reducción del tiempo de incomunicación a la mitad de los días no fue consecuencia de una búsqueda de homologación democrática, sino de una mayor eficacia de los uniformados. «Si se ha aplicado la tortura ha sido porque era efectiva», dijo por su parte Dañobeitia, aunque añadió a renglón seguido que los torturadores también han fracasado, «ya que de una forma u otra hemos salido adelante».

Barrenetxea, que ha participado en el estudio encargado por Lakua sobre la práctica de la tortura dentro del equipo comandado por el forense Paco Etxeberria, explicó que hay personas que tienen necesidad de ir a terapia y otras que no, pero destacó el valor terapéutico de hablar «sin miedo ni vergüenza». Aunque también alertó del riesgo de revictimización, insistió en algo que citaron sus acompañantes, la importancia de hablar «no de lo que nos han hecho, sino de lo que nos ha provocado eso que han hecho».

Acabó emplazando a «escribir la memoria de nuestro pueblo», y opinando que «cada uno debe escribir su propio capítulo». A tenor de lo escuchado en la sala principal de La Bolsa, aún quedan muchas páginas por redactar y muchas heridas por sanar.