«MENDI-MENDIYAN» VOLVIÓ A DONOSTIA EN UNA PRODUCCIÓN POCO CONVENCIONAL
MENDI-MENDIYAN» SUPUSO UN INTENTO DE CREAR PARA EL TEATRO UN ESTILO GENUINO VASCO, PERO CALIXTO BIEITO LE DA UNA VUELTA DE TUERCA PARA TRANSFORMARLA EN UN DRAMA SICOLÓGICO CON EL DESEO  SEXUAL INSATISFECHO COMO ASPECTO VERTEBRADOR.

Aunque esta nueva producción de “Mendi-Mendiyan” vio la luz la semana pasada en el Arriaga de Bilbo –el mismo teatro donde se estrenó la ópera en 1910– había una comprensible expectación porque llegara Donostia, ciudad natal del compositor, donde este titulo fundamental de la ópera nacional vasca no se había escenificado desde 1987. Eso no implica que la partitura de Usandizaga esté olvidada: hace cuatro años, en 2015, la ópera se interpretó completa en versión de concierto; su escena más famosa, la de la romería, se ha podido oir en más de una ocasión en la Quincena Musical; y el “Ave María”, uno de sus fragmentos corales, se interpreta todos los años en la Salve que, en la víspera de la Virgen (14 agosto), se celebra en la Basílica de Santa María del Coro.
La propuesta escénica de Calixto Bieito, sin embargo, no hizo concesiones a ese arraigo popular ni a una posible visión conservadora. La temática pastoril y la imaginería típica vasca están casi erradicadas de la escenografía, aunque Bieito sabe enmarcar muy bien la acción en Euskal Herria con detalles sutiles como el xirimiri que cae al abrirse el telón o mediante el vestuario, perfectamente actual y al mismo tiempo muy reconocible como vasco. Pero Bieito prescinde del componente característico para centrarse por completo en el melodrama.
Le gustan todos
Pero ese melodrama se desarrolla ahora en la sique del personaje de Andrea, que en esta propuesta no es la mujer vasca arquetípica –pura, fiel, religiosa– sino una joven invadida por el deseo, que parece estar por Joshe Mari pero que flirtea también con el aizkolari, con el dantzari y hasta con Gaizto, el antagonista, que se aparece medio desnudo en sus sueños. Sorprendentemente, este cambio de perspectiva encaja bien con el libreto y la música originales: el dúo de amor entre Joshe Mari y Andrea se convierte muy convincentemente en una pareja en la que Andrea se compromete pero sin amor, y su monólogo final, tras el asesinato de Joshe Mari a manos de Gaizto, no es ya una escena de pérdida sino de culpabilidad.
Una de las claves de que la propuesta funcionara tan bien fue la soberbia actuación de la soprano Ausrine Stundyte, que cantó de forma sobresaliente en un idioma completamente extraño para ella –además con notable dicción– y que logró expresar, sin casi gesticular pero como un libro abierto, todo el torbellino sexual desatado en el interior de la mente de Andrea. A su alrededor giraron los personajes masculinos: Mikeldi Atxalandabaso, infalible para el personaje de Joshe Mari; Olatz Saitua como su hermanito Txiki; Christophe Robertson como un carismático abuelo; José Manuel Díaz, que fue un Kaiku sibilino; y Gexan Etxabe, que compensó algunas limitaciones vocales con una presencia física bien explotada por Bieito. La Sociedad Coral de Bilbao firmó una romería preciosa, y la Orquesta de Bilbo, dirigida por Erik Nielsen, extrajo toda su belleza a las brillantes orquestaciones de Usandizaga.

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