Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Spider-Man: Lejos de casa»

Los dilemas del empoderamiento adolescente

La secuela de “Spider-Man: Homecoming” (2017) funciona además como extensión de “Avengers: Endgame” (2019), dentro del expandible universo Marvel que no conoce límites, y que nunca deja de sorprendernos. El productor Kevin Feige ha hecho de la sección cinematográfica del estudio una maquinaria tan perfecta como fuente inagotable de contar historias de superhéroes, guiado por un sentido del espectáculo que crece y crece frente a quienes ejercen de agoreros anunciando un agotamiento de ideas que nunca llega. Los 160 millones de presupuesto con que ha contado “Spider-Man: Far From Home” (2019) potencian las escenas de acción hasta el infinito y más allá, dotando al Hombre Araña de unos recursos y una movilidad ante los que hay que frotarse los ojos.

Pero donde la segunda película de Jon Watts para la franquicia gana más enteros aún si cabe es en su desarrollo de personajes, creando una compleja simbiosis entre el joven Peter Parker y su mentor Quentin Beck, gracias a las dinámicas interpretaciones de Tom Holland y Jake Gyllenhaal. La ambivalencia de Misterio como villano acelera en el protagonista su ya de por sí tendencia innata a la duda existencial, que se debate entre ser un adolescente como los demás o asumir su harto famosa “gran responsabilidad”.

La película encuentra su caldo de cultivo ambiental en el subgénero de “vacaciones europeas”, siempre hermanado con la comedia estudiantil, entendiendo por tal la que practicaba en su quintaesencia John Hughes. Resulta chocante ver a Spi fuera de Nueva York, viajando por Venecia o Londres. Pero son retos o pruebas que forman parte de su crecimiento personal, que recordemos no es el de cualquier humano al uso. Menos mal que, poderes aparte, cuenta con el recurso infalible del humor, con esa verborrea nerviosa que le ayuda a reírse de las adversidades. Y es que venimos de la muerte de Tony Stark-Iron Man.