Paisajes coloridos en el centenario de Menchu Gal
Prevén que la exposición de Menchu Gal será la última antes de la remodelación del Koldo Mitxelena. Tras su cierre en setiembre, otra muestra en su Irun natal le tomará el relevo, donde en lugar de a los paisajes le darán importancia a las flores. Aunque la propia artista no valoró su arte, fue una de las grandes paisajistas guipuzcoanas de su época.

23 obras llenas de color adornan las pareces de la sala Ganbara del Koldo Mitxelena. Esta exposición de Donostia, que podrá hasta el 28 de setiembre, es la primera parte de un homenaje a la gran pintora de Irun. Tras el cierre de la misma, otra exposición le tomará el relevo en su ciudad natal, donde se centrarán más en las flores y bodegones con floreros, y prevén que expondrán unas 30 piezas.
En cuanto a las que podemos ver en el Koldo Mitxelena, estas realizan un «recorrido diacrónico» que parte con un cuadro de 1943 que representa un puente de Ibarla, con toques «cubistas expresionistas», y culmina con un bodegón «matisiano» de 1980, tal y como explicó el comisario Edorta Kortadi.
Los paisajes son los protagonistas de la muestra, como no podía ser de otra manera, pero junto a ellos destacan retratos y bodegones. Las obras las han cedido el Museo Reina Sofía de Madrid, el Bellas Artes de Bilbo, San Telmo de Donostia, la Fundación Telefónica, el Ayuntamiento de Irun, la Fundación Kutxabank, la Diputación de Gipuzkoa y la propia Fundación Menchu Gal. Gracias a estas aportaciones podremos disfrutar de pinturas desconocidas para el público en general.
En la presentación también estuvo el Diputado de Kultura Denis Itxaso, que indicó que esta será la última exposición que realizarán en el Koldo Mitxelena antes de su cierre de dos años y medio por obras. «Esta muestra pretende ser ilustrativa de una carrera pictórica que ella misma no valoró lo suficiente».
«Tal y como solía decir, pinta como respira, como vive», dijo Kortadi. Gal necesitaba el contacto con la naturaleza, solía pintar en exteriores y sin bocetos, directamente sobre el lienzo –como el paisaje de Hondarribia, pintado desde lo alto de Jaizkibel–. Con sus colores, que surgían de lo que le venía de dentro, aportó a la Escuela de Vallecas el rojo y el verde, a pesar de venir de la pintura vasca, tradicionalmente «melancólica». «En la pintura del País Vasco de finales del siglo XIX y principios del XX había grises, verdes, ocres, pero muy suaves. Y entonces empieza Menchu Gal a dar puñetazos en el ojo. Ella representaba con color los sentimientos. Es pintura de dentro hacia fuera, eso es lo que hace el expresionismo y el fovismo».
En aquella época solía salir a pintar con sus compañeros, todos hombres y de baja estatura, mientras que ella era «alta como una cigüeña, y les llamaban Blancanieves y los siete enanitos», recordó el comisario con una sonrisa.
A pesar de su gran trayectoria, jamás estuvo segura de lo que hacía y hasta que murió dudó de su obra aportaba algo a la Historia del arte. «Era miedosa. En una conversación dijo ‘¿verdaderamente mi obra aporta algo? ¿Vale para algo?’».
Kortadi la conoció en la última década de su vida en Hondarribia. Según sus palabras era «elegante, llena de gracia y tenía un punto socarrón de ironía». Su fuerte era la pintura figurativa, aunque probó suerte con la abstracción. Comenzó a destacar en el mundo de la pintura ya de joven, en los años 30, cuando el papel de la mujer no era apenas tenido en cuenta, y menos en un mundo masculino como era el arte.
Gaspar Montes Iturrioz fue su primer maestro; el tercero fue Benjamín Palencia. En medio de ambos viajó a París, donde se empapó del cubismo. «Esos cuadros los guardaba en su casa porque no le gustaban demasiado. La venganza de la historia es que hoy en día el mercado anda detrás de ellos», matizó el comisario de la muestra.
En cuanto a la muestra que están organizando para después del verano en Irun, Kortadi dijo que quieren que las protagonistas sean las flores. «Siempre en su casa tenía flores, para ella era un tema vital», comentó.

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