Raimundo Fitero
DE REOJO

Análisis

Una ceremonia de investidura era hace años un tormentoso lugar donde se exhibían retóricas, vocaciones, propuestas y posibilidades de adelantarse a los acontecimientos. Existía una costumbre de afrontar la testosterona con filigranas literarias o religiosas y humo de cigarrillos de tabaco rubio. Hoy es un espectáculo mediático. No es cuestión de revertir lo obvio en aras de un pasado que todo fue anterior, pero ahora se conocen más las miserias, se detecta con mucha más facilidad que nadie escucha. Importa poco, nada o simplemente estorba lo que dice el candidato, porque los opositores ya saben que tienen que decir cuatro tópicos, repetir España con mucho énfasis y pelearse por los micrófonos a costa de hacer una mascletá de insultos y apocalípticas percepciones de sus propias miserias. No hay ideas. Prima la mediocridad.

Estoy haciendo un análisis sin herramientas analíticas. Existe un odio de clase y un odio religioso, ancestral, carpetovetónico que se refunda en creencias retrógradas. Escucho hablar con complacencia de conservadores y de ultras. ¿Cuál es la diferencia? Desde mi pantalla veo a Casado muy relajado, al dúo carabina de Rivera y Arrimadas, muy juntos, muy crispados, alimentando su resentimiento desde el fracaso electoral. Miro las otras bancadas y noto que el profesor Iglesias, anda con ojeras y no sé si es por sus niños o por sus negociaciones telúricas. Siempre está Aitor Esteban sembrando con su tractor posibilidades de negocio para las constructoras afines. No detecto patologías diferentes en los catalanes. Rufián parece que ha crecido. Espero ver a los de Bildu confortables. Tiene cerca al pistolero de Amurrio, pero anda con colonia barata. Si sale un gobierno de coalición, tendremos tracas diarias del trifacio. Lo esperan con el manual del demagogo franquista bien aprendido.