Raimundo Fitero
DE REOJO

Oro

Apartarse del carril ayuda a la controversia y el encontronazo. Llevo semanas convocando a las musas, a los amigos, leyendo y escuchando todo lo que sale sobre esa nueva moneda que se llama “Libra”, que es un bitcoin, que tiene por detrás a una empresa monopolizadora de vidas, emociones, relaciones y capitales y que parece que no es de fiar. Ni la empresa ni la moneda. Antes sonaba y se empoderaba del discurso monetarista el llamado patrón oro, cosa que parece totalmente obsoleta, porque las monedas virtuales no tienen a bancos centrales, ni reservas federales que supuestamente las avalen. Son intangibles, como el amor a un club de fútbol o el olor a herrumbre. La verdad es que las otras monedas, poco a poco se van convirtiendo en aplicaciones del teléfono, gestiones virtuales y pagos con tarjeta, por lo que estamos ante un derrumbe definitivo. Los billetes y las monedas van a ser un recuerdo. Los coleccionistas están acaparando ejemplares.

Por eso que, en el aeropuerto Guarulhos de Sao Paolo, un grupo de atracadores disfrazados con uniformes policiales hayan perpetrado un gran golpe con un botín de más de ochocientos kilos de oro, además en tiempos de Bolsonaro, nos sitúa de nuevo en la contradicción entre lo que se anuncia, lo que se vende y lo que funciona. Si han vuelto a las calles hombres y mujeres encartelados con la frase rotunda de «compro oro», si siguen los conflictos entre trabajadores explotados de manera esclavista en las minas de oro, las terribles guerras por su explotación, significa que el oro supera su valor simbólico para, como desde hace muchos siglos, ser valor de cambio. Lo que sirve para cambiar por frijoles, coches descapotables, toneladas de cocaína o semillas transgénicas de maíz o trigo. El medallero olímpico lo explica con claridad. Tengo oro, no laboro.