Mikel INSAUSTI
EL PERAL SALVAJE

Personas atrapadas en la encrucijada turca entre progreso y tradición

Hace tiempo que el cineasta turco Nuri Bilge Ceylan, cuyas películas conocemos puntualmente gracias a la distribuidora Golem, es un fijo del festival de Cannes, en el que el año pasado presentó “El peral salvaje” (2018). Esta vez no tocaba premio, pero la crítica especializada se deshizo en alabanzas al señalar que a los 60 años ya ha alcanzado su plena madurez narrativa, y que se mueve como pez en el agua en los metrajes extensos, exactamente tres horas que pasan volando gracias a que los diálogos son cada vez más fluidos, a la par que las imágenes ganan en poder simbólico, por lo que no se puede hablar de cine contemplativo sin más.

Además Nuri Bilge Ceylan a estas alturas ya no tiene nada que demostrar, por el reconocimiento del que goza su filmografía al completo. Con “Nubes de mayo” (1999) ya ganó el FIPRESCI de los premios del cine europeo, con “Lejano” (2002) recibió el Gran Premio del Jurado y el de Mejor Actor para Muzaffer Özdemir, con “Los climas” (2006) volvía a Cannes y se llevaba el FIPRESCI de la crítica internacional, con “Tres monos” (2008) era galardonado como Mejor Director, con “Érase una vez en Anatolia” (2011) obtenía de nuevo el Gran Premio del Jurado del festival de Cannes, y por fin “Sueño de invierno” (2014) le valió la Palma de Oro a la Mejor Película y una vez más el FIPRESCI.

En “El peral salvaje” (2018) una relación paternofilial sirve para establecer un careo entre el pasado y el presente turcos, dentro de la encrucijada vital entre tradición y progreso. Sinan es un aspirante a escritor que regresa a su pueblo natal, donde se reencuentra con el atraso y los problemas familiares que dejó atrás. No consigue el apoyo de las autoridades locales para ver publicada su primera novela, cuyo título coincide con el de la película, y se refiere a la finca rural que tiene su padre en las afueras como un pozo sin agua.