Raimundo Fitero
DE REOJO

Infiernos

Mientras nos entretienen con el Open Arms, cientos, quizás miles de personas van muriendo en el Mediterráneo con la anuencia de todos nosotros, tan preocupados por lo cercano y tan distanciados por una tragedia que no cesa, sin nadie que la cuente como epopeya. Escucho a jóvenes que hicieron esa travesía y sobrevivieron que aseguran que cuando deciden el viaje, se trata de «llegar o morir, nunca volver». Busco en la lírica alguna manera de contextualizar esta decisión vital. Tendrían que venir los griegos antiguos a explicarlo. Un infierno.

El tercer incendio en Gran Canarias en menso de un mes nos ha traído imágenes, sonidos, testimonios de otro infierno, en una isla, en una zona que es una maravilla, esos montes parecen pirenaicos, exuberantes, húmedos. Verlos envueltos en esas llamas que van avanzando como una lengua imparable cabalgando a lomos de los vientos, produce escalofríos. El fuego siempre provoca miedo, terror. Todas las sospechas llevan a que son intencionados. ¿Quién es capaz de colocarse en este rol de dios menor, de sátrapa o de un simple sicario de un especulador? Los factores climáticos ayudan a los desastres, la negligencia institucional los puede hacer cómplices, pero si está la mano de alguien detrás, no hay relato bíblico que lo justifique.

La listeria ha llevado a un número indefinido de ciudadanos a otro infierno. Una bacteria que se está transmitiendo por comer carne mechada. En Andalucía está el gran foco, pero se ha distribuido por otros puntos de la península. La alarma es global. Crece la desconfianza en los controles sanitarios de los alimentos. Ya hay un muerto oficial, casos graves en hospitales, abortos. El fabricante dice haber retirado el producto, pero ¿cuántos kilos se han usado ya? Nadie sabe ni contesta ni asume responsabilidades.