Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

El Edén sigue en Venecia

Por exigencias del calendario, el Festival de Venecia se ha visto obligado, sobre todo en los últimos años, a dejar claro que está dispuesto a quemarlo todo en la primera semana. Lo que pasa es que el gran certamen de Toronto (ese monstruo empeñado en proyectar todas las películas de la temporada), está a la vuelta de la esquina, y claro, en Italia se palpa cierto miedo a perder el foco mediático.

De modo que la dinámica ya está más que confirmada. Durante los primeros días, la ciudad de los canales se abarrota con el desembarco de estrellas como Brad Pitt, Scarlett Johansson, Joaquin Phoenix, Meryl Streep... ¿y después? Bien, dejémoslo en que donde antes había salas a reventar, ahora quedan butacas libres, y que donde antes se escuchaban los gritos de los fotógrafos por todo el Lido, ahora se oye ese siroco que, más allá de su carácter funesto, nos invita a tomarnos la vida con más calma. Qué paraíso: ya está bien así.

Está genial, a decir verdad, porque la calma post-Hollywood viene refrendada, para mayor gozo, con un programa que no se relaja. Llegó a la Mostra “Martin Eden”, libre adaptación de la catedralicia novela homónima escrita por Jack London. La traducción cinematográfica (sobre el papel, una labor tan titánica, que algunos la consideraban directamente imposible) corrió a cargo de Pietro Marcello, uno de los grandes talentos a reivindicar en el panorama italiano actual. Un director que, no obstante, todavía esperaba a dar este gran salto al que tan flagrantemente apuntaba su cine. Pues bien, llegó el momento.

Esa traducción imposible se materializó, ante nuestros ojos, en una apabullante película-río, en la que la perfecta conjunción de todos los elementos que, por separado, definen esta insensatez que es el cine, se juntaron para recordarnos el milagro del arte. Un joven marinero se enamoró perdidamente de una muchacha aristocrática, pero también de todo lo –bueno– que esta representaba. El hombre descubrió la literatura, y la poesía, y la filosofía... y quedó tan prendado de todo esto, que decidió dedicarle toda su vida.

Pietro Marcello nos habló del amor, y de la frustración, y de la sinceridad... y claro, del arte. Lo hizo a través de un dispositivo precioso, en el que la mirada indomable del protagonista Luca Marinelli, el granulado de la imagen y la finura en la escritura nos hablaron, ni más ni menos, que de la gloria incomparable del cine. Una salvajada.

Después, decidimos probar suerte con lo exótico, y claro, la apuesta se saldó en una extraña (y ya por esto apreciable) mezcla entre la tontería y el ataque de genialidad. Topamos con “No. 7 Cherry Lane”, una cinta de animación made in Hong Kong. Su autor, de nombre artístico Yonfan, decidió embriagarse de nostalgia. Con ello, regresamos a la década de los sesenta, cuando dicha ciudad era aún propiedad británica, y cuando el tiempo parecía discurrir a un ritmo mucho más pausado. La película reivindicó la lentitud como síntoma inequívoco de belleza y distinción, pero se pasó de frenada, resultando en un sorprendente y desconcertante ejercicio de libertad en las formas, los tonos y, claro, los tempos.