Karlos ZURUTUZA | DERIK
EL FUTURO DE LOS KURDOS EN SIRIA

«SEGUIMOS VIVOS»

LOS KURDOS ENTIERRAN A SUS MUERTOS EN UNA TIERRA HOY SACUDIDA POR EL CASTIGO TURCO Y EL AVANCE DE LAS TROPAS DE DAMASCO. CON EL DESPLIEGUE DE LAS FUERZAS DE AL-ASSAD Y CON ACONTECIMIENTOS QUE SE SUCEDEN VERTIGINOSAMENTE, SE CIERRA EL CERCO SOBRE LOS ISLAMISTAS, PERO TAMBIÉN SE ABRE UN FUTURO CARGADO DE INCERTIDUMBRE.

Un aviso por megafonía sobre Derik: «Mañana por la mañana enterraremos a nuestros mártires en el cementerio. La ceremonia será a las 10 de la mañana».

Doce horas más tarde eran cientos los que se acercaban a despedir a los últimos hijos caídos de esta villa fronteriza en la ofensiva turca sobre Serekaniye: dos kurdos, dos árabes y un cristiano siríaco.

«Vuestro sacrificio y el de los más de nuestros 11.000 mártires no ha sido en vano», arranca una miliciana de alto rango desde un altavoz junto a los cinco ataúdes. El discurso no tardaba en girar hacia una curva más informativa, casi periodística.

«El régimen se va a desplegar a lo largo de la frontera kurda, pero la seguridad en nuestro territorio seguirá en nuestras manos. Es un acuerdo entre iguales, no una rendición», insiste la oradora, antes de subrayar que las Fuerzas Democráticas Sirias (el contingente armado kurdo-árabe) siguen luchando en Serekaniye. «Las noticias que llegan de ahí son buenas», subraya, antes de retomar su frase de arranque: «Vuestro sacrificio no ha sido en vano».

«Sehid Namirin» (los mártires nunca mueren), corea la masa.

Luego hablan los familiares. «Dios maldiga a Erdogan», apuntala su discurso una de las madres junto al féretro de su hijo. Se llamaba Egid. Una a una, se alinean sosteniendo los retratos de sus hijos muertos; una última foto de grupo antes de dejar que cada uno ocupe su fosa. A las 12 en punto todo el mundo vuelve a casa ordenadamente.

Se nota que son ya muchos funerales como este desde el inicio de la guerra en Siria. Lo demuestra la sincronización ritual de los asistentes y, sobre todo, los cientos de lápidas en este cementerio, cinco kilómetros a las afueras de la ciudad.

Observamos que la inmensa mayoría de ellos nacieron en la década de los 90, pero las tumbas no recogen la fecha de su fallecimiento. Ha quedado bien claro que los mártires nunca mueren; también que el número de candidatos sigue creciendo.

Muertos y desplazados

Naciones Unidas da ya la cifra de 275.000 desplazados internos; los muertos civiles rozan el centenar, y son aún más los desaparecidos. El número de combatientes muertos es aún más difícil de corroborar. En el hospital de Derik confirman a GARA que el ala reservada a los militares ha sido evacuada. Era un objetivo demasiado goloso para la aviación turca.

Mientras tanto, Al-Assad sigue desplegando sus tropas por todo el noreste sirio. Circulan por las redes esos inquietantes mapas con puntos rojos que señalan la presencia del régimen.

Llamadas de teléfono para conseguir información actualizada sobre el estado de las carreteras y evitar sorpresas desagradables y, sobre todo, se apuntalan rumores. Muchos rumores.

«Están trayendo soldados en avión desde Damasco al aeropuerto de Qamishlo», comentaba Karwan, un kurdo de Irak casado a este lado de la frontera. Luego menciona lo de los 25 camiones que la cruzaron desde el otro lado el martes por la mañana. «Ayuda para los refugiados», señala el kurdo.

Vértigo

Se cumple ya una semana desde el inicio de «Manantial de Paz», la ofensiva turca para borrar a los kurdos de Siria de un mapa aún por trazar. Todo sucede tan rápido que resulta muy difícil asimilar los acontecimientos.

Como el pasado lunes, cuando el anuncio de que las tropas de Al-Assad se iban a hacer con el control de las fronteras provocó un éxodo masivo de periodistas (a Rojava se accede desde Irak, y sin un visado de Damasco en el pasaporte).

Para cuando la Administración kurdosiria comunicó a la prensa que nada iba a cambiar «sustancialmente», una plétora de informadores estaba ya en el lado iraquí de la frontera, y sin posibilidad alguna de volver a conseguir un permiso de entrada a corto plazo.

«Yo voy a Erbil a quedarme con mi hermana hasta que pase todo esto», decía el sábado pasado Aisha, madre de tres críos demasiado pequeños para entender todo este trajín. Más que desesperación era hastío lo que la kurda destilaba al hablar, quizás porque no era la primera vez que huía. A diferencia de su hermana, ella volvió a su aldea kurdosiria cuando mejoró la situación, pero se cubrió las espaldas: como todos los que esperan a cruzar la frontera, tiene el permiso de residencia kurdoiraquí. El resto se queda varado en la orilla siria.

«No los dejan entrar porque no quieren una marea de refugiados como hace cinco años», explicaba un uniformado, obviando un detalle igualmente importante: tampoco les dejan salir. Una fuerza armada defendiendo posiciones en una zona sin civiles sería un blanco demasiado fácil para los que intentan invadir el territorio hoy.

Los acontecimientos se encadenan vertiginosamente. La Administración kurdosiria confirmaba ayer los primeros contactos entre fuerzas rusas y las FDS en Manbij, pocas horas después de que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, amenazará con invadir el territorio.

Desde Jarabulus, una porción de tierra siria que Erdogan ya ocupa desde 2015 –incluso ha levantado una universidad en la que se estudia en turco– se pedía a las facciones islamistas proturcas que no difundieran material gráfico que no fuera supervisado por el alto mando «para no dañar la reputación de nuestras fuerzas».

Nada se puede hacer ya para eliminar las imágenes de pillaje y brutalidad extrema sobre civiles en Serekaniye y Tal Abyad de estos días atrás.

Alivio y miedo

Entre los asistentes al funeral en Derik, la borrachera de noticias no enturbia un sentimiento generalizado de alivio ante los últimos acontecimientos.

«No sé qué va a pasar en el futuro con Al-Assad, pero, de momento. estoy tranquilo porque ya sé que mi familia no va a ser decapitada por una horda de sicópatas mañana mismo», admite, Raby.

Fue la pasada primavera cuando este kurdo de 39 años decidió volcar todo el dinero que ganó trabajando en Alemania en un nuevo hotel en la ciudad. «Tenemos el único ascensor de la ciudad, las familias vienen con los críos a hacerse selfies y subir al tercer piso. No es dinero mal invertido», le quita hierro a su malograda inversión este emprendedor local.

A pocos metros del reclamo infantil más poderoso de Derik, Rafik, pastelero, dice que Donald Trump ha traicionado a los kurdos, pero que tampoco se fía de Vladimir Putin.

«Al-Assad es nuestro presidente y Siria nuestro país», remata. Pero no hay quorum. «Dices eso porque no quieres problemas con la mujabarat (servicios secretos) cuando vuelvan», le espeta un cliente.

«Es otra vez el miedo con el que nos amordazaron a los kurdos durante décadas, tanto Al-Assad padre como su hijo», continúa. En cualquier caso, el futuro sigue siendo una incógnita.

En la peluquería Komando nadie quiere hablar, y el silencio también resulta ensordecedor en la perfumería de Bajtiar. Al final es el comerciante el que toma la iniciativa para no resultar descortés. «No hay nada claro de momento pero seguimos vivos. Es todo lo que podemos decir».