Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El asesino de los caprichos»

Cuando la veteranía juega en contra

Se afirma que la experiencia es un grado, pero en un mundo que avanza tan rápido como el del audiovisual la veteranía puede jugar en contra. El productor Gerardo Herrero se acerca ya a su veinteava película como director, y a pesar de una trayectoria tan extensa sigue sin destacar en la realización y sin superar el síndrome del eterno debutante. Pero la verdad es que a medida del transcurrir de los años su cine se vuelve más plano y mecánico, como si el suyo fuera el desapasionado y rutinario trabajo de un funcionario. Su último largometraje sabe a rancio y trasnochado, más propio de aquella época en que se decía que un trabajo poco cinematográfico o convencional iba destinado a la televisión de sobremesa. Ni siquiera se apunta al clasicismo para redimirse, lo que acaba de hacer por ejemplo Garci, quien sí cree en su experimentado oficio, con “El crack cero” (2019).

Quede claro pues que el mayor problema de “El asesino de los caprichos” (2019) es la doble falta de convicción y de decisión. Herrero, habitual adaptador literario, tiene entre manos un guion de Ángela Armero que le ofrece un punto de partida muy original, lo cual debería habérselo tomado como un reto narrativo. En lugar de eso tira de conformismo y se apunta a una película trillada y previsible, que hace aguas en su precipitado y poco exigente desenlace. No se atreve a profundizar más en la trastienda del mercado de las obras de arte, a lo cual se prestaba la escenificación goyesca de los crímenes y su oculta motivación.

Tampoco se decanta abiertamente por la modalidad ochentera de la “buddy movie”, tal vez para no dejar al descubierto que su pareja policial antitética en versión femenina no es más que la transposición de los consabidos roles masculinos del subgénero a dos actrices (Maribel Verdú y Aura Garrido), las cuales a pesar de todos los pesares logran salir airosas en su bien asumido intercambio de contrastes.