Joseba ITURRIA

ALZOLA, UNA FAMILIA IMPULSADA POR EL MOTOR DEL DEPORTE

La familia Alzola es un ejemplo de que la vitalidad y la mentalidad no están relacionadas con la edad y con ese espíritu han seguido el camino abierto por Jesús Mari, que ha superado un coágulo en la cabeza para seguir a los 68 años en las carreras masters de ciclocross, especialidad en la que su hija Naia es la única vasca madre que compite con 43. Los dos apoyados por Maite Amezua, que ha acompañado a su marido y a sus tres hijas en circuitos de motociclismo, escalada, estaciones de esquí y las pruebas de atletismo, ciclismo y triatlón en las que participaban los Alzola.

Una inquietud que trasmite aún Jesús Mari: «Empecé a escalar con 16 años. Conseguíamos motos e íbamos a Atxarte o Baltzola. Pronto empecé a trabajar, compré material y pasamos a escalar en Picos de Europa y Pirineos, además de competir en moto. Escalaba en la época de históricos como Udaondo, Régil o Kike de Pablo, integrante de la primera ascensión vasca al Everest. En los primeros años eso no era una forma de hacer deporte. Era una locura. He visto morir a gente delante mío por no conocer bien las técnicas».

Con la moto compitió en motocross, en las subidas y en los circuitos de velocidad: «Inventaron la categoría Súper y, como había sido tercero el año anterior en la Copa Senior, me metieron en el lío del campeonato de España. Me compré una Morbidelli. Teníamos una Ford Transit que atrás era taller y dentro vivienda. La llevábamos llena de gasolina, nos intoxicábamos. El primer año me doblaban, pero el último no bajé del décimo puesto compitiendo con gente como Nieto, Tormo o Palomo. En Euskadi corrimos en subidas. Solo se hizo un circuito en Intxaurrondo en 1975. Se mató Emilio Medina y no se volvió a hacer. En 1983 me mandaron hacer un reportaje para ETB y me caí. Si me caigo peleando en un circuito lo asumo, pero me fastidió caerme así. Vendí la moto y la furgoneta a la familia de Herri Torrontegi».

Así se centró en una escalada más segura «hasta que una tarde de octubre del 86 escalábamos el primer espolón de Atxarte y vimos en el periódico que se iba a realizar un triatlón de invierno en Reinosa. Me puse a correr y para Navidades adelgacé cinco kilos. Fue un flechazo y me enamoré. Aprendí qué era el deporte, me hizo mejorar. En ese triatlón fui en bici con dos catalanes que subieron el Everest, Oscar Cadiach y Enric Lucas. Corrieron montañeros, aventureros y ciclistas profesionales que te miraban como bicho raro. Les costó admitir que viniéramos intrusos, pero era mejor salir 95 que 11».

Ese primer triatlón invernal en el Estado español lo ganaron Pello Ruiz Cabestany e Isabel Dumall, la siguiente edición Pedro Delgado y Dina Bilbao y en 1997... Naia Alzola, que ese año ya fue campeona de España. Es hija de su padre, una versión femenina y mejorada: «De niña me llevaba a escalar. Aunque mi madre se asustaba, iba a Atxarte, Urkiola o Mugarra. Era bastante fácil de convencer, yo a todo decía que sí».

Jesús Mari confirma que «con ocho años la llevaba a escalar. Si hago ahora eso la Diputación me quita la niña. Coincidiendo con mi descubrimiento del esquí de fondo, la llevamos a un curso y la cogieron para ir a concentraciones con Bizkaia y con Euskadi. Casi sin querer nos vimos en la nieve esquiando toda la familia. Mi mujer al principio no, pero vio que no tenía sentido estar cuatro esquiando y ella en la cafetería y se animó».

Naia recuerda que «con once años empecé a ver a Alzola –llama así a su padre– en triatlones y con doce hice mi primer cursillo de esquí en Lunada. Me enganchó. Es un deporte maravilloso. He tenido habilidad, físicamente no era una fuera de serie, pero técnicamente me arreglaba bien. Algunos de la selección vasca nos lo tomábamos en serio. Soñaba con ser esquiadora. La progresión era grande, andaba bien a nivel de Euskadi y España, pero la Federación no apostó por el equipo femenino. Todo el año te entrenabas, en verano con esquís de ruedas, corriendo por el monte o en bici... Gané campeonatos de España en juveniles y tres en seniors, pero después de la decepción de ver que no había más progresión, pensé que eso era una mierda y tiré al mountain bike».

Una extraña bicicleta de montaña

Su padre fue uno de los primeros en tener una mountain bike en Euskal Herria: «Me gustaba la montaña, era una forma de avanzar más que a pie. Se la pedí a Javier Elorriaga, la buscó en un catálogo y me la trajo en 1984». Naia recuerda que «nadie tenía y me decían “¿qué mierda de bici tiene tu aita?”».

Se volcó en los triatlones porque participaba su padre: «Me encantaba verlos. Participaban Dina Bilbao o Isabel Dumall y las admiraba, de mayor quería ser como ellas. Dina se iba con la piragua a bajar el Nilo o a cruzar Groenlandia con esquís... Era un referente para mí». Integró el Orbea, primer equipo ciclista femenino en 1985, y dominó los triatlones y los duatlones hasta que desapareció en La Antigua con 36 años en un temporal: «Tendría ahora 58 y habría hecho muchísimo por el deporte femenino. Aquella sí era un referente. Trasmitía alegría, tenía una personalidad fuerte. Una vez no nos seleccionaron para el campeonato de España y la víspera nos dejaron incorporarnos. Dina tenía mucha ironía y me dijo: “¡Vamos a hacer un carrerón!” e hicimos podio las dos en ese campeonato de España».

De los triatlones recuerda un campeonato estatal en Tramacastilla, la primera vez que superó a su padre: «Fui tercera en una Copa de Europa, novena en el Europeo y duodécima en el Mundial de 2002. Éramos pocas chicas, pero buenas deportistas. Había ciclistas, atletas y algunas que hacíamos de todo. Me gustaba apuntarme a diferentes historias. Así fui a un Europeo de raids en la isla de Hierro, hice rafting... A todo decía que sí».

Fue bronce en un Mundial y plata en un Europeo por relevos de triatlón blanco en 2003 con la selección española, pero recuerda que «cuanto más arriba vas, más rollos aparecen. Una vez en una revista de esquí de fondo me pidieron un artículo sobre la selección de triatlón. Escribí lo que pensaba y ya no me seleccionaron más. Me daba igual, no me gusta callarme. Me parece importante decir lo que pienso donde debo. Los deportistas se quejaban por lo bajito, pero con los responsables solo hablábamos Ana Serra y yo, la más joven. Siempre hemos tenido el aita y yo problemas por hablar claro y las Federaciones suelen ser reacias a las críticas».

Abandonó el esquí, empezó a trabajar de profesora, pero no dejó el deporte: «Me tiré a hacer descenso con 17-18 años y me gustó. Conocí a mi amiga Josune Peñagarikano. Hacía descenso y nos hicimos muy amigas. Íbamos juntas a las carreras y a Magisterio de Educación Física. Éramos la segunda promoción con un montón de deportistas como Patxi Vila Fueron tres años y una gozada».

Tener esas amistades y tres novios ciclistas la marcaron y se enganchó al ciclocross. Coincidió en el Debabarrena (2003-07) con Nekane Lasa, única vasca campeona de España en 2004, y compartió pelotón en la Bira con Joane Somarriba: «En la primera etapa me acerqué y le dije que era un referente, que era un honor compartir con ella pelotón y que estaba supercontenta por eso. Le salió la risa. Pensaría, “esta xelebre”... Para mí era una gozada estar con esas corredoras. Yo no era ciclista, estaba allí por casualidades de la vida». En 2014-15 corrió en el CAF. No le gustó el ambiente y «desde entonces me compro la ropa y no quiero compromisos con nadie. Luego me rompí una muñeca, estuve otro año parada y ahora tengo un estado de forma medio-bajo y una técnica bastante alta que me salva. Estoy para correr el calendario vasco, me lo paso bien y disfruto».

En Orduña compartió carrera con su padre, que sigue a pesar de que «el año pasado tuve un coágulo y lo acabé en la cama. Me ha dejado secuelas, pero me he puesto bien, meto la rueda al sitio. Físicamente me toca andar menos, no oigo bien, pero en Euskadi somos una familia, la gente lo sabe y hay un respeto. No sé si seguiré mucho tiempo, pero este invierno me he animado. Estoy contento y tengo muchas ganas de esquiar como antes». Tienen la ilusión de coincidir las tres generaciones en una carrera. Deben esperar dos años, hasta que Laida, la nieta mayor, sea cadete. Se lo plantean y confirma que también es hija de su madre y se apunta: «¡Vale!». Ella y su hermana Maider practican ciclismo en la escuela de Arratia, escala en el rocódromo, esquía y trasmite que «mi madre es un ejemplo y todos la conocen».

Jesús Mari destaca que su hija «como deportista ha tenido poco motor, pero por su carácter ha logrado cosas». Naia admite que «él me ha transmitido mucho. Nos hemos entrenado y hemos hecho muchas carreras juntos. El deporte ha sido el motor de nuestra ilusión. Mis novios han sido ciclistas, como los de mis amigas, y al final somos lo que somos por esas experiencias».

 

«TENGO UN COMPROMISO SOCIAL Y COMPITO como madre, mujer, ciudadana y Euskaldun»

Naia Alzola es la única madre vasca que compite en ciclocross y ha tenido que convivir con el machismo. Como mujer recuerda que «íbamos a algunas carreras y nos decían que “estáis estorbando, no sabemos donde meteros. Venid a ver a los novios”. Les respondía que “tranquilos, seguiremos estorbando y viniendo hasta que seamos muchas y nos toméis en cuenta”. Había discusiones, cosas que te sentaban mal, pero las superábamos desde el buen humor».

Los obstáculos aumentaban por ser madre: «A nivel físico, psicológico y social es triste. Somos muy progres, pero en la práctica... Tenía claro que quería ser madre y me puse el límite de los 30 años. Me quedé embarazada y he vivido la maternidad diferente a otras deportistas. Dejé de andar en el rodillo cuando empecé a tener tripa. El primer embarazo fue maravilloso, le di leche mucho tiempo, aunque me veía que físicamente era un desastre. No había engordado mucho, 16 kilos, pero me costó un año salir a correr y andar en bici porque estaba pasada de peso. Mi padre y mi marido me decían que estaba gorda. Alberto, el padre de las niñas, era ciclista y para ellos el peso es muy importante. Socialmente veía que me decían “qué necesidad tienes de salir en bici...”. Fue casi un acto de rebeldía. Vivía en Dima, un pueblo muy pequeño y muy tradicional. Me salí del tiesto, para eso siempre he tenido fuerza, y antes de sacarme la licencia ya corrí la Quebrantahuesos en 2009. Nunca había hecho 200 kilómetros y ese invierno me volqué en el ciclocross».

Recuerda que «luego tuve otro parón con Maider. Fue más difícil física y psicológicamente porque tenía que atender a Laida. Vivía en Dima, mi familia en Durango y el padre nunca ha tenido mucho instinto paternal. Tenía que tirar yo del carro y me agarré una anemia, estuve cuatro meses sin dormir y pasé un año malísimo. El cuerpo tiene límites y me costó recuperarme y volver, pero lo hice. Era curioso estar en las salidas con la pequeña en brazos en muchas carreras casi hasta que pitaba el juez y luego se la dejaba a mi madre y salía».

Volvió a buen nivel. Ganó carreras y títulos en el calendario vasco y se llevó la Challenge en el invierno 2014-15: «Cumplía en el ciclocross, estaba en el podio en el calendario vasco y en el Top 10 en las Copas de España». Todavía es habitual en los primeros puestos de las carreras vascas, pero no compite solo porque le gusta: «Tengo también un compromiso social. Debemos hacer campaña, ser ejemplo para las que vienen por detrás, que haya quince mujeres es mejor que cuatro. Estoy en las carreras como madre, como mujer, como ciudadana y como euskaldun. Hemos conseguido que los organizadores y la Federación igualen los premios con los chicos, que organicen carreras para nosotras, y se merecen un agradecimiento».

Por eso renuncia a ganar trofeos en la categoría master y defiende que todas las que superan los 30 años corran con las élites y sub’23: «Ha habido un movimiento para hacer pelotón, para que seamos más. No vamos a segregarnos porque hay que mimar a las jóvenes. Queremos hacer piña, que seamos más. Y mejores».

Porque defiende el feminismo desde el compromiso y el optimismo: «Me ha tocado estar en manifestaciones, mesas redondas de deporte femenino en las que no se hace más que llorar... ¡Ya vale de lamentarse! Hay que ser positivo, ver qué se ha mejorado y qué más se puede hacer. Si no somos optimistas, si no disfrutamos con esta lucha, es difícil la progresión».J.I.