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LONDRES

Tories y laboristas buscan el voto con reclamos poco sostenibles

Los conservadores y los laboristas británicos intentan seducir a los votantes en las «elecciones del Brexit» lanzando reclamos poco sostenibles sobre la salida de la UE. Los tories aseguran que materializarán rápidamente el Brexit sin explicar que solo será el principio de un proceso de años con un duro periodo transitorio y las dificultades para negociar la nueva relación. Los laboristas apuestan por un referéndum y una improbable renegociación.

Lejos de resolver definitivamente la salida de la Unión Europea (UE), tras un maratoniano proceso que ha conocido ya tres retrasos en sus plazos, las elecciones generales del jueves en Gran Bretaña marcarán solo el inicio de otra etapa que se prolongará durante años y cuyo recorrido dependerá del resultado.

Las que se supone serán las «elecciones del Brexit» deben, según los partidos británicos, resolver la ruptura con la Unión Europea, ya sea mediante la formalización de la salida el 31 de enero, como garantizan los conservadores; o el segundo referéndum patrocinado por el laborismo. Tras tres años y medio de parálisis, los comicios se presentan como la panacea para desbloquear un conflicto que ha monopolizado el debate político y los recursos tanto institucionales como económicos del país, torpedeando además la unidad interna de los partidos.

El mantra «Materialicemos el Brexit» («Get Brexit Done») del reclamo electoral del primer ministro, Boris Johnson, oculta la realidad de un divorcio que apenas ha abandonado la casilla de salida y que, inevitablemente, necesitará años para alcanzar el final de la ruta.

La oferta de Johnson, romper el bloqueo a cambio de la hegemonía en Westminster, es sencilla pero engañosa; mientras que la propuesta laborista, que plantea seis meses para renegociar el acuerdo con Bruselas y convocar un nuevo plebiscito, es simplemente irrealizable. A pesar de ello, conservadores y laboristas están concentrando las intenciones de voto de brexiters y remainers, respectivamente, para perjuicio del partido del Brexit de Nigel Farage, y de los liberal-demócratas, firmes opositores a la salida de la UE.

Johnson reclama una mayoría fuerte para poder materializar el Brexit. Sin ella, las posibles alianzas supondrán nuevos obstáculos –un DUP que rechaza la cláusula norirlandesa o un partido del Brexit opuesto a todo el acuerdo firmado con Bruselas–.

Tampoco el laborismo lo tendría fácil con unos liberal demócratas a la baja y el nacionalismo escocés que reclama un nuevo referéndum. Los últimos sondeos dan a los conservadores nueve puntos de ventaja sobre un 33% de voto laborista, frente al 13% de liberal demócratas y el 3% del Partido del Brexit.

Pero, además, el primer ministro no explica que, incluso, de oficializar el Brexit el 31 de enero, se abriría una fase de transición, en principio, hasta fin de año, en la que Gran Bretaña estará más expuesto que nunca al temido «vasallaje», al perder voz y voto sobre las decisiones de la UE, pese a estar obligado a cumplir sus normas.

Johnson insiste en que es posible cerrar el marco de la futura relación antes del plazo que acaba el 31 de diciembre de 2020. Todos los precedentes sugieren que es inviable, dadas la dimensión del desafío de firmar un pacto comercial en seguridad, intercambio de datos, investigación o pesca, áreas suficientemente complicadas por separado como para requerir años.

Acuerdos menos pormenorizados como los que Bruselas selló con Ucrania, Corea del Sur, Japón o Canadá llevaron entre cuatro y nueve años, pero los conservadores se han atrevido a recoger oficialmente en su programa electoral la promesa de no ampliar la denominada fase de implementación, exponiéndose a que corra la misma suerte que la frustrada ruptura «a vida o muerte» el pasado 31 de octubre, un plazo que acabarían incumpliendo, con la tercera demora de la salida. Johnson no tuvo que acabar entonces «muerto en una zanja», como había afirmado que preferiría.

Ahora defiende que el entendimiento será fácil, por partir de 46 años en común, pero su preferencia por divergir de la normativa comunitaria, frente al alineamiento regulatorio por el que había apostado su antecesora, Theresa May, dificulta en extremo la negociación.

Por si fuera poco, aunque la puerta está abierta a extender la transición uno o dos años, la decisión ha de tomarse antes del 1 de julio y, dada la dinámica política doméstica, es difícil imaginar que el primer ministro tire la toalla seis meses antes.

Pactar cómo irse, de hecho, constituía supuestamente la parte sencilla comparada con el establecimiento de la futura relación, un proceso que, para complicarlo todavía más, pondrá seriamente a prueba la hasta ahora férrea unidad de la UE, ya que entrarán en juego los intereses de cada Estado.

Para completar el circuito de obstáculos, el calendario tampoco depende Londres. El Tratado de Lisboa establece que el acuerdo final tendrá que ser ratificado por veintisiete parlamentos estatales y algunos regionales, lo que impondrá necesariamente sus propios tiempos.

Londres podría ver cómo una mera región de un país tan pequeño de tamaño como Bélgica acaba paralizando el proceso, como ocurrió con el tratado comercial con Canadá.

Credibilidad laborista

Por su parte, el plan de Corbyn, que promete desbloquear la situación antes de julio, pasa por renegociar el acuerdo en tres meses, una asunción temeraria, ya que no solo precisaría una nueva demora, sino que requeriría reabrir un proceso que los Veintisiete daban por cerrado.

Además, afirma que se mantendría neutral en el plebiscito prometido a continuación, una ambigua posición complicada de defender.

A su favor tiene que la UE ve con mejores ojos su apuesta por un Brexit blando, pero saldar las conversaciones y convocar un referéndum en junio es materialmente imposible, según analistas comunitarios, sobre todo cuando el partido carece de una posición unitaria y se ha limitado a posponer la decisión hasta después de las generales.

Con el fin de asegurarse la victoria, Johnson ha multiplicado sus actos electorales en el norte de Inglaterra, en regiones dominadas por el laborismo pero que apoyan el Brexit, como hizo ayer en el mercado de pescado de Grimsby, donde advirtió de que «nada está conseguido».

Si su promesa de un Brexit rápido apenas se sostiene, se superó con la que hizo el domingo de un «baby boom» tras la salida de la UE. «Las flechas de Cupido van a volar de nuevo tras el Brexit. El amor va a florecer en todo el país», afirmó.

Los liberal demócratas quedan lejos de sus expectativas

Entre los partidos que pueden jugar un papel clave en la formación de alianzas tras las elecciones británicas, los liberal demócratas se sitúan lejos de sus expectativas iniciales, cuando esperaban repetir el éxito de los comicios europeos (segundo lugar con el 20% de los votos) y captar el voto de los partidarios de permanecer en la UE con un claro mensaje anti-Brexit, más aún tras la suma de algunos conservadores disidentes. Pero los sondeos, que llegaron a pronosticar cerca del centenar de escaños, ahora les dan una caída respecto a los 21 con los que cuentan actualmente. Incluso su promesa de anular el Brexit sin un nuevo referéndum es considerada antidemocrática por algunos eurófilos. Ante el electorado laborista les penaliza su alianza con el Gobierno de David Cameron, marcado por una dura austeridad.

El unionista norirlandés DUP ha sido el apoyo de los conservadores para su mayoría en el Parlamento, pero también su pesadilla por su inflexibilidad, que le ha llevado a rechazar los dos acuerdos negociados por los tories, el de Theresa May y el de Boris Johnson. Para una posible alianza les penaliza su rechazo a las disposiciones para evitar una frontera física en el norte de Irlanda.

Con el amplio respaldo a permanecer en la UE en Escocia y con su programa contra la austeridad, el SNP podría aliarse con los laboristas, pero su plan para un referéndum de independencia en 2020 y su oposición al programa nuclear Trident complican este pacto.

El partido del Brexit de Nigel Farage, ganador de las elecciones europeas, podría ser el apoyo de los conservadores, ante los que pierde fuerza, pero rechaza el acuerdo negociado por Johnson con Bruselas.GARA