Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Frozen 2»

Un viaje musical e iniciático

Disney vuelve a demostrar que es una factoría muy identificada con un modelo comercial que le obligó a reinventarse para no sucumbir ante las nuevas corrientes animadas. A base de un suculento presupuesto y una hornada de guionistas capaces de seducir al público actual mediante un mensaje que, al contrario de lo que acontecía en sus pasadas películas, ahora abandera aquel estribillo de Barricada que decía «ya no existen príncipes azules». Convertida en todo un fenómenos sociológico que dinamitó las taquillas del planeta hace seis años, la primera entrega de “Frozen” estaba predestinada a contar con una prolongación en la que se amplifican las intenciones del original. El virtuosismo animado acapara todo el protagonismo de una historia dinámica y sensible en muchos tramos y en la que los personajes vuelven a contar con un metódico perfil. Lo viejo y lo nuevo quedan más que simbólicamente representados en las labores de dirección donde el veterano Chris Buck, todo un habitual de la factoría, y la emergente guionista Jennifer Lee –“Rompe Ralph”–, han puesto en marcha una chispeante montaña rusa en formato musical que a ratos apabulla debido a que su despliegue técnico quiere dejar bien claro al espectador cuál es la compañía que gobierna el género animado.

En su trastienda, “Frozen 2” se ampara en un discurso que coquetea con lo iniciático e invita al espectador a que se encuentre a sí mismo y se respete. En esta singladura de autodescubrimientos asoman elementos inquietantes que otorgan un plus de madurez al conjunto.

A lo largo de este gélido viaje íntimo no encontraremos originalidad alguna pero, al menos, cumple con su digno cometido de explorar al detalle los diversos recovecos ocultos que se mostraron en el filme del 2013 y exprime al máximo el potencial de personajes secundarios de lujo como el muñeco de nieve llamado Olaf.