EDITORIALA
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Las tormentosas aguas políticas del Mediterráneo

Acostumbrados como estamos a cubrir la tragedia humanitaria del Mediterráneo, ese cementerio oceánico donde miles de migrantes dejan sus vidas intentando llegar a una fortaleza llamada Europa, a menudo pasan de largo otro tipo de amenazas que potencialmente podrían tener un desenlace devastador, de dimensiones desconocidas. Algo similar a eso viene ocurriendo en las últimas semanas en las tormentosas aguas políticas de un mar con enormes depósitos de gas natural, con multitud de países ribereños con viejas querellas y nuevas ambiciones, con devastadoras guerras en sus memorias.

Turquía ha anunciado un nuevo objetivo militar: Libia. Y anuncia una ambición que ya no esconde: el dominio del este del Mediterráneo. Ankara declara estar preparada para entrar militarmente en la guerra de Libia con el manido argumento, que ya ha utilizado en Siria e Irak, de «conseguir la estabilidad» y «contribuir a la paz». Y lo que es tan preocupante o más, ha firmado un acuerdo con el asediado gobierno libio que apenas controla Trípoli para hacerse con el control de las aguas entre Chipre, Grecia y Libia, dividiendo el Mediterráneo en dos y negando a los demás países el permiso para operar en la zona.

Si el Mediterráneo ya era una zona caliente, esta decisión de Turquía ha acentuado aún más la tensión. Con varias guerras abiertas en las que se enfrentan coaliciones de varios países, con la desastrosa guerra de dominación y rapiña que los países occidentales lanzaron contra Libia en el origen, la situación podría desembocar en una espiral descontrolada que amenaza con hacer aún más grande la tragedia. La Unión Europea clama al cielo contra Turquía como si no tuviera ninguna responsabilidad en la situación con su desastrosa aventura en Libia, pero de aquellos lodos vienen estos polvos. Conviene recordarlo para que nadie se obstine en el error de la apuesta por una guerra cuya sombra amenaza a todos.