Este musical de Andrew Lloyd Webber se basa en el poemario de T.S. Eliot “El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum”, y cuenta la leyenda que el termino «jellicle» con que el autor bautizó a la tribu felina protagónica procede de su sobrina, que todavía no sabía pronunciar bien «cute little cat» (lindo gatito), así que sonaba fonéticamente como «jélico», y de ahí su traducción en la versión doblada vacía de significado, más allá del simple e infantil juego de palabras. Por extensión, intentar comprender esta obra es tiempo perdido, el equivalente a buscarle la quinta pata al gato, valga la expresión. No obstante, en los escenarios viene funcionando muy bien desde principios de los años 80, siendo el cuarto espectáculo del género más representado de toda la historia. Y, entonces, ¿por qué esta absurda creación teatral no funciona en la pantalla de la misma manera, a sabiendas que musicales sin sentido hay unos cuantos?

No existe una sola razón, sino la confluencia fatal de una serie de ellas, empezando por admitir que los musicales cantados y sin diálogos no suelen funcionar comercialmente en su versión cinematográfica, y lo de “Los miserables” (2012) se debió a la campaña promocional de los Óscar. Sin embargo, en Hollywood han confiado de nuevo en Tom Hooper, pero la flauta no ha vuelto a sonar y Universal nunca recuperará los casi 100 millones de dólares invertidos. Estoy convencido de que Tom Hooper no hará ningún musical más, y es que su estilo resulta demasiado dramático, pesado y ceremonioso para conjugarlo con canciones y bailes.

Alguien, tal vez Steven Spielberg al frente de su compañía Amblin, debió de pensar que si “El mago de Oz” (1939) o más recientemente “La Bella y la Bestia” (2017) son musicales fantásticos que encandilan al gran público familiar, también lo podía ser “Cats” (2019), pero se trata de una fantasía que no engancha ni a menores ni a adultos con su raruno CGI.