César Manzanos
Doctor en Sociología
JOPUNTUA

Romper la incomunicación

Nos damos cuenta de que todo se puede cambiar, al descubrir que todo está obsesivamente organizado para que nada se altere. La llamada sociedad de la comunicación, en realidad, lo que está organizando es la incomunicabilidad. Es decir, una sociedad donde no se produzcan, y mucho menos se organicen, vínculos entre las personas sin estar siempre determinados por el mercado de acumulación y por las leyes promulgadas, interpretadas y aplicadas por los estados a su servicio.

La actual «civilización audio-visual» que impone la cultura de la apariencia está organizando, de un modo acelerado y masivo, las «no relaciones sociales», el aislamiento total del individuo. A este se le trata de extirpar su propia naturaleza como sujeto colectivo para encerrarlo en un sí mismo desustancializado y enajenado, como mercancía al servicio de un otro que lo considera un trabajador precarizado, un votante potencial y un mero consumidor.

Esta sociedad de la incomunicación, disfrazada de todo lo contrario, es una sociedad carcelaria donde la condición humana como seres que pertenecemos a una familia, a un pueblo, a un planeta, se ve quebrada por el bombardeo constante al que nos someten para hacer de nosotros sujetos atomizados, anónimos, individualizados.

Su finalidad es sujetarnos y esculpir nuestro cuerpo y, por tanto, también nuestra mente, según un modo de pensar, sentir y actuar funcional para reproducir la hegemonía de quienes tienen el poder. Lo hacen a través de tópicos, estereotipos, prejuicios, expectativas, modelos de identificación y construcción de sentido, inducidos desde esos medios masivos de extirpación de lo esencial que sustancializa a las personas: su interdependencia, su vulnerabilidad, su ser en lo común.

Esta es la gran cruzada de la industria mediática; aniquilar la solidaridad, la autoorganización, hacernos transitar de ser fetiches de sus mercancías, a ser una mercancía de usar y tirar. En nuestra mano está desempoderarles, fugándonos de la cárcel del ensimismamiento en la que aún permanecemos torturados.