Kodokan, peregrinaje a la meca del judo

¿Imaginan un aficionado al tenis jugando un partidito en Wimbledon? ¿Una jugadora de fútbol participando en una animada pachanga sobre el césped de Maracaná? Una sensación así, prácticamente religiosa, es la que deben sentir las y los judokas que peregrinan hasta el centro Kodokan de Tokio, fundado en 1882 por Jigoro Kano, padre de esta disciplina. Inclinarse ante su estatua es un ritual casi obligado para las y los deportistas antes de subir al tatami. Muchos de ellos han gastado pequeñas fortunas solo para poder practicar en el lugar que vio nacer el arte marcial que les apasiona. A pesar de su fama en el mundo del judo, el entrenamiento está abierto a todo tipo de perfiles y cualquiera puede practicar con otra persona, independientemente de su procedencia, edad o nivel. El lenguaje sí que podría suponer una barrera, aunque, tal y como recuerda Motonari Sameshima, entrenador jefe del Kodokan, el judo es una «actividad genuinamente física» que trasciende el lenguaje y genera «una conexión mutua» entre contendientes.

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