Carlos GIL
Analista cultural

Sombras y sombrillas

Estoy revisando unas decenas de obras de teatro realizadas por grupos de teatro aficionado y debo confesar sin ningún pudor ni prejuicio que el nivel de estas agrupaciones es bastante alto, de una solvencia conceptual, técnica, de contenidos, interpretación, puesta en escena y dirección que sorprende por su calidad. Existen desigualdades en los repartos, existen ingenuidades, pero la ambición, al menos en las obras que he visionado, es bastante evidente, se acercan a los textos clásicos, se reescriben clásicos y se hacen textos nuevos, hay repartos amplios, puestas en escena con recursos técnicos y económicos y el nivel medio de actuación es bastante considerable, comparable a lo que ven en sus programaciones oficiales.

Les acompaña una falsa polémica en la que se introducen anacrónicas denuncias, falsas de principio a fin, como la que acusan a estos grupos de hacer competencia desleal a los autodenominados profesionales, porque ocupan programaciones en las salas y teatros, pero la realidad es que Teatro, es siempre Teatro, y las agrupaciones aficionadas movilizan a sus propios públicos, por lo que, señalando siempre su etiqueta en la cartelería, deberían tener su espacio sin cortapisas en todos los lugares, porque, entre otras cosas, hacen el repertorio universal, contratan a educadores para formarse, leen, van al teatro y fomentan en sus ciudades, pueblos y núcleo cercano de amistades y familiares la necesidad del teatro. Ejemplaridad. No hay sombras ni sombrillas en toda esta actividad que socializa y que se debe potenciar, ayudar y propiciar en todos los lugares posibles. Porque es saludable.