Iñaki IRIONDO
DOS SEMANAS EN GASTEIZ

DE TEMA DE CONVERSACIÓN AL VACIAMIENTO DE LAS CALLES EN 15 DÍAS

EL 28 DE FEBRERO SE CONOCIERON LAS DOS PRIMERAS AFECCIONES POR EL COVID-19 EN LA CAV. ENTONCES LA ENFERMEDAD ERA SOLO TEMA DE CONVERSACIÓN. DOS SEMANAS DESPUÉS, LAS CALLES DE GASTEIZ SE HABÍAN VACIADO SIN NINGUNA ORDEN OFICIAL TODAVÍA. DE ESTE MIÉRCOLES AL JUEVES, LA VIDA SOCIAL DIO UN VUELCO TOTAL.

Para este viernes la vida social en Gasteiz prácticamente se había paralizado y sus calles, vaciado, sin necesidad de que ninguna autoridad diera órdenes por la ley de emergencia o el estado de alarma. ¿Conciencia, prudencia, miedo? Elijan. Pero la previsión general era que acabaría habiendo una instrucción de cerrar todo menos lo imprescindible o –como demencialmente se extendió por las redes asociales antes de cualquier confirmación– que incluso se iban a bloquear las salidas y entradas de la ciudad.

Los dos primeros casos de Covid-19 en la CAV se conocieron el viernes 28 de febrero. Uno de ellos en Gasteiz. Luego se supo lo peor: que el foco estaba en el Hospital de Txagorritxu. Pese a todo, los primeros días fueron de tranquilidad general. Lo del coronavirus ya no era una cuestión de China, ni de Italia, estaba en casa, pero todavía era más un tema de conversación –no exento de bromas– que un motivo de preocupación.

Así discurrió la primera semana de convivencia con la enfermedad, discutiendo sobre si era una simple gripe o algo más grave, pero sin que prácticamente nadie tomara medidas de precaución. La única señal de anormalidad era el agotamiento de las mascarillas en farmacias y hasta en las ferreterías, lo que contrastaba con una actividad callejera que no decaía, ni en bares ni en comercios.

Para el fin de semana ya había otra señal todavía sutil de que las cosas empezaban a cambiar. Muchos negocios regentados por ciudadanos de origen chino cerraban sus persianas, alegando «vacaciones» de sus propietarios.

El viernes 6 de marzo se conoció que un funeral evangelista en Gasteiz se había convertido en un foco de contagio masivo, con ramificaciones en Haro y Miranda. Pero el suceso sirvió, sobre todo, para que por WhatsApp se extendieran comentarios de tipo racista u otros que pretendían ser graciosos.

Ese día había en Araba 33 enfermos con coronavirus declarados, de ellos 13 estaban hospitalizados y 2, en la UCI. Y ya se sabía que una residencia de ancianos privada se había convertido en un lugar de concentración de contagios de alto riesgo.

Primera muerte

El 7 de marzo, sábado, se conoció la primera muerte en Txagorritxu. Un hombre de 90 años, con patologías anteriores. La ciudadanía gasteiztarra debió (debimos) entender que ese fallecimiento entraba dentro de lo normal. Porque todavía apenas se apreciaban alteraciones en la vida diaria.

La noche del sábado –cuentan– transcurrió por los parámetros juerguísticos más o menos habituales. Y el domingo, las movilizaciones con motivo del 8 de marzo resistieron a la epidemia. Los consejos del tipo «cuidado con el coronavirus» se transmitían todavía sin mucha convicción, a medio camino entre un cierto paternalismo/maternalismo, alguna conciencia de peligro y una sonrisa que restara importancia al tema.

Shock inicial, el lunes

Las cosas comenzaron a cambiar, y mucho, el lunes, con el anuncio del cierre de los centros educativos. Fue a través de un goteo. Primero se supo de la afección a la escuela y la ikastola de Bastida, que ya abría los informativos matinales de radio. A renglón seguido, la ikastola pública del barrio gasteiztarra de Zaramaga, Odón de Apraiz, cerraba las puertas. Luego se conoció que el Departamento de Educación reunía a las direcciones de todos los centros, incluida la UPV-EHU.

Como demasiados veces durante estos días, primero llegaron las filtraciones a algunos medios y después las informaciones oficiales. Para las 12.30 la noticia ya había llegado a todos los WhatsApp de padres y madres con hijas e hijos escolarizados. El Gobierno lo confirmó minutos antes de las 13.00, para que los boletines radiofónicos lo oficializaran, pero ofrecer más datos se retrasaba hasta que pasadas las 18.00, tras la reunión interinstitucional convocada por el lehendakari.

Pese a que en Lehendakaritza estuvieron reunidos, entre otros, el Gobierno, la Diputación de Araba y el Ayuntamiento de Gasteiz, se supone que para coordinarse, ninguno quiso luego perder su protagonismo a la hora de anunciar medidas. Educación, en rueda de prensa, avisó del fin de las clases presenciales durante quince días, la Diputación emitió una nota dando cuenta del cierre de los centros de día para la tercera edad y el Ayuntamiento otra informando del cierre de las actividades culturales y deportivas en los centros cívicos.

El martes el perfil de la ciudad mostró su primer cambio. El silencio se apoderó de la mañana en Gasteiz. Ni menores ni acompañantes iban a clase con el transito peatonal, el tráfico y la algarabía de patios que eso supone. No había ni natación, ni tai-chi ni nada en los polideportivos. Luego, un bullicio más tardío llegó a los parques, donde se expandían los peques, bastantes de ellos contradictoriamente acompañados por aitites y amamas.

De miércoles a jueves

El miércoles hizo una buena tarde en Gasteiz y al anochecer, en el centro, parecía que fuera una jornada de fin de semana. Las terrazas estaban llenas y los grupos de jóvenes tomaban las plazas y zonas peatonales. No estaban ni en los institutos ni en la universidad, pero seguían juntándose entre ellos. Igual que muchos adultos que disfrutaban de sus consumiciones.

El jueves de pintxo-pote hacía temer nuevas aglomeraciones. Pero no se produjeron. Algo había pasado. Quizá el anuncio de que el cierre de centros educativos se extendía a toda la CAV, quizá los llamamientos institucionales, tal vez las noticias llegadas desde Italia con los cierres forzados de todo tipo de establecimientos. Sea por lo que fuere, el paseo por la misma zona que la víspera y a una hora parecida, era totalmente diferente. Quienes estaban en la calle daban la impresión de ir camino de casa.

Vaciamiento anticipado

Desde primera hora de la mañana, el viernes, quince días después de los dos primeros contagios conocidos, los gasteiztarras ya guardaban cola en la calle manteniendo una prudencial distancia entre unos y otros para evitar contagios. En algunos comercios atendían con mascarillas.

Después de que el lehendakari anunciara la aplicación de la ley de emergencia, casi todo el mundo se ponía en lo peor, viéndose ya confinado en casa durante no se sabe bien todavía cuánto tiempo.

Y antes de que llegara ninguna orden oficial, muchos bares empezaron ya a cerrar sus barras y sus puertas. Era el anticipo de un fin de semana desconocido, de una realidad nueva, de la que no sabemos cuando podremos volver a la aburrida y bendita rutina perdida.