Ainara LERTXUNDI
DONOSTIA
Elkarrizketa
KOLDO MANSOA
SICÓLOGO

«El confinamiento pone a prueba la relación figuras parentales-menores»

Sicólogo de profesión, Koldo Mansoa explica a GARA qué consecuencias puede conllevar el estado de alarma, el confinamiento y la crisis sanitaria en los menores en situación o riesgo de desprotección, y en sus familias.

Entre los colectivos más vulnerables a los efectos del aislamiento y la suspensión o modificación de servicios públicos está el de los menores en situación de desprotección y sus familias, que han visto interrumpidos todos los programas e intervenciones presenciales. En entrevista a GARA, el sicólogo donostiarra Koldo Mansoa, quien lleva años trabajando en el ámbito de la protección infantil, afirma que estos menores «cuentan con una situación de especial vulnerabilidad en la medida en que las experiencias más o menos traumáticas que han vivido en el pasado no les permiten desarrollar sentimientos de seguridad y protección, o bien los hacen especialmente vulnerables a experimentar inseguridad y peligro».

Cuando nos referimos a menores en riesgo de desprotección, ¿de qué situaciones estamos hablando?

El ámbito de la desprotección infantil abarca todo tipo de negligencias que van desde lo más físico e instrumental –pasando por la atención de necesidades físicas de alimentación, vestido, higiene, atención de la salud, escolarización, interacción social– a cuestiones más abstractas como la estimulación, las necesidades de interacción y afecto o las normas y límites. Se contemplan asimismo circunstancias constitutivas de maltrato síquico y otras tipologías que pueden consultarse en el decreto foral Balora, que, desde su aprobación, es el instrumento de referencia para determinar las tipologías y establecer si un caso es de riesgo leve, moderado o elevado de desamparo.

En circunstancias normales, sin confinamiento, ¿cómo es el trabajo con estas familias?

La Diputación de Gipuzkoa dispone de programas de intervención destinados a trabajar terapéutica y/o educativamente con las familias y los menores. Se trata de programas que trabajan de forma transversal en las diferentes secciones: SAPI, Sección de Acceso a la Desprotección Infantil (antes de declarar el desamparo), SAR (Sección de Acogimiento Residencial, pisos tutelados) y SAFA (Sección de Acogimiento Familiar y Adopción). También está el programa Bideratu, un abordaje terapéutico de casos de desprotección. Se trabaja en el centro al que las familias y los menores asisten según el caso. Atiende casuísticas de violencia filio/parental, abuso sexual y maltrato emocional. El programa Trebatu es un trabajo educativo más localizado en el domicilio familiar, que atiende las funciones parentales más relacionadas con las necesidades físicas e instrumentales de los menores.

¿Cómo está afectando el confinamiento, el cierre de colegios y de servicios, y en concreto al trabajo que desarrollan con estas familias?

De entrada todo el trabajo presencial con las familias se ha visto interrumpido hasta nueva orden. Las familias y los menores no pueden acudir a los centros de atención terapéutica y los profesionales que trabajan habitualmente en el ámbito domiciliario tampoco están pudiendo desarrollar su labor in situ. En el caso particular del programa Bideratu, los profesionales mantienen un contacto regular con las familias para ofrecer cierta contención frente a las posibles crisis y valorar, en su caso, si se precisa de alguna medida específica. La Diputación Foral de Gipuzkoa ha solicitado estar al corriente de los casos de contagio que puedan producirse entre la población que atiende, así como de las posibles medidas de protección (desamparos, etcétera) que los programas consideren necesarias. La dirección del programa realiza dos comunicaciones diarias.

¿Qué posibles consecuencias generales puede acarrear esta crisis de salud?

Las familias que desde antes de esta crisis mantenían un litigio en un contexto de separación o divorcio conflictivo pueden aprovechar el escenario de impredecibilidad que propicia la actual crisis de salud para perpetuar el enfrentamiento y la contienda con la otra parte.

Las familias de mayor vulnerabilidad en términos de ingresos económicos o situación de escasa salud física y/o síquica ven alteradas sus rutinas y pueden experimentar malestar asociado a esa falta de predecibilidad (no saben cuánto va a durar la crisis, si van a perder el empleo o no, si podrán hacer frente a sus gastos con normalidad, si su salud física está comprometida y en qué medida…). La función de contener y ofrecer seguridad emocional/conductual a los hijos, ya de por sí deficitaria en muchas de las familias que atendemos, se ve amenazada.

Los procesos de comunicación en el seno de la familia, la interacción entre padres e hijos, pueden verse afectados como consecuencia de un confinamiento forzoso por el que unos y otros se ven recluidos y obligados a verse y oírse más allá de su deseo. Se pueden producir situaciones de crispación.

Los menores con más dificultades para la regulación emocional y conductual (los que son «movidos» y tienden a la descarga física a través del juego físico y la actividad) y los adolescentes, que por definición pueden encontrarse en un momento de búsqueda de distancia respecto de sus figuras parentales, pueden encontrarse en una situación de especial vulnerabilidad.

¿Qué riesgos pueden entrañar el confinamiento y la suspensión temporal de la asistencia a colegios, ludotecas, actividades extraescolares?

Esta crisis puede afectar a la seguridad y tranquilidad síquica de los menores, que además de ver alteradas sus rutinas y el necesario tiempo al aire libre vivirán (procesarán y entenderán) esta situación de alarma a través de sus figuras parentales o referentes de cuidado. No siempre es posible para un adulto evitar «inocular» su propia angustia o preocupación en relación a un tema, especialmente cuando no se encuentra suficientemente tranquilo.

Los menores que se encuentran en situación de desprotección (o riesgo), cuentan con una situación de especial vulnerabilidad en la medida en que las experiencias más o menos traumáticas que han vivido en el pasado no les permiten desarrollar sentimientos de seguridad y protección (o los hacen especialmente vulnerables a experimentar inseguridad y peligro).

Los niños que no pueden expresar o representar su malestar de forma más elaborada tienden a la «descarga» directa de la angustia a través de comportamientos más o menos des-regulados, que, por lo general, el adulto tiende a confundir con expresiones de rebeldía u oposicionismo.

En términos generales, una situación de confinamiento pone a prueba la relación entre figuras parentales y menores. Se trata de una relación bidireccional en la que ambas partes se influyen y afectan de forma mutua. Las vivencias (buenas –ternura, afecto–, malas –celos, rivalidades– o regulares –sentimientos de ambivalencia o amor-odio–, muy característicos de las relaciones entre los seres humanos) que puedan experimentar las partes que intervienen en esta relación pueden verse aumentadas como consecuencia de una situación de aislamiento/confinamiento.

¿Qué ocurre con los menores que están en pisos tutelados?

La situación puede ser especialmente complicada teniendo en cuenta que el personal educativo que trabaja en un recurso residencial puede ser elevado en número (contando educadores habituales e «integradores» que realizan un acompañamiento más puntual, cocineros, etcétera), por lo que el aislamiento parece difícil. Son de especial vulnerabilidad los menores de cinco años que se encuentran en una situación de acogimiento residencial porque no han podido ser alojados en una familia de acogida.

Es de prever que la convivencia bajo un mismo techo y en una situación de confinamiento dictada por una alarma sanitaria sin precedentes, de varios menores de circunstancias vitales y características personales diferentes, ponga a prueba el ingenio, la paciencia y la capacidad de contención del personal educativo. Estos profesionales están condicionados por sus propias capacidades para calmar la propia ansiedad y temor ante la extraña situación de salud que vivimos.

En una situación de estado de alerta, aunque a veces el tiempo sobre, poco espacio suele haber para la supervisión y el cuidado del personal educativo y sanitario que a su vez se encarga del cuidado de los demás.