Ramón SOLA
donostiA
Elkarrizketa
GORKA FRAILE
PRIMER PRESO EN LIBERTAD CONDICIONAL EN LA BATALLA LEGAL DE EPPK

«Con esto cae otra barrera, tenemos que creer que es posible vaciar las cárceles»

Es difícil imaginar una situación más surrealista que la vuelta a la «calle» de Gorka Fraile tras 22 años entre rejas... y que esta entrevista hecha obligadamente a distancia, por el confinamiento. Pero ello no quita relevancia alguna a su caso: es el primer preso que ha alcanzado la libertad condicional dentro la batalla legal de EPPK. Ahora espera y confía en que esto abra a su vez las puertas a otros compañeros.

Antes que nada, ¿cómo se siente una vez recuperada la libertad? Y justo el día que se cumplían 22 años encarcelado...

La palabra que mejor lo define es aliviado. Aunque a cuenta del coronavirus llevaba dos semanas sin pisar la cárcel haciendo vida normal en casa, tenía en mente que tendría que volver. Por lo tanto, cuando me comunicaron la concesión de la libertad condicional, sentí como si me quitara una carga de encima, una mochila cargada con 22 intensos años.

Aun así, me queda un pequeño gesto que cumplir, y es que a cuenta de la cuarentena todavía no he podido vaciar mi txabolo. Puede parecer una tontería, pero siento la necesidad de llevar a cabo el ritual de recoger mis pertenencias, traspasar todas las puertas de la cárcel con ellas y una vez fuera, decir: ‘Ahí te quedas, maldita’.

La salida no ha sido como la habría imaginado durante tantos años; habrá muchos abrazos y reencuentros imposibles de materializar por ahora, incluso en el ámbito familiar…

La verdad es que estando preso te imaginas muchas veces el día en que saldrás a la calle, y de entre todas las maneras posibles, jamás hubiera imaginado una así. Pero como desde junio del año pasado he disfrutado de cino permisos y desde el pasado 7 de enero me encontraba en tercer grado, durante estas salidas he podido estar con mi familia y amigos y dar esos abrazos que llevaba años sin poder dar. Pero aun y todo, sí he echado en falta ese abrazo que dice: ‘Ya está, ya llegó, por fin libre’. Porque todo llega...

Gorka Fraile es el primer preso en llegar a la meta dentro de la batalla judicial decidida por EPPK, pero tampoco ha sido un proceso fácil. ¿Cómo ha afrontado cada fase: segundo grado, acercamiento, permisos, Iruñea, tercer grado…?

Todo empezó en el 2015 cuando me detectaron el cáncer y me operaron. Recuerdo que cuando llegué del hospital el médico de la prisión al verme me dijo que pidiera la prisión atenuada, esto es, terminar de cumplir la condena en casa; que mi caso era grave y que sí o sí me la tenían que conceder.

Aquí empezó mi periplo legal de peticiones: prisión atenuada, libertad por enfermedad grave e incurable, traslado a Euskal Herria, ser atendido por médicas de confianza…. Todas ellas fueron sistemáticamente rechazadas y la mayoría utilizando los argumentos más absurdos. Aun así, seguí insistiendo junto con los abogados con las peticiones y los recursos, y cuando menos me lo esperaba, en diciembre del 2018, me entero por los medios de comunicación de que me han concedido el paso de primer a segundo grado y el traslado a El Dueso (Santander). A partir de este momento, no sin cierta dificultad encadené el resto de fases: permisos, salidas programadas, autogobiernos, tercer grado, traslado a la cárcel de Iruñea y libertad condicional.

Con tanta dificultad en cada asalto, ¿se siente la tentación de tirar la toalla?

Sí, en muchas ocasiones, y es que cada vez que te deniegan una petición, sientes un pequeño golpe que te va minando psicológicamente. En esos momentos solía pensar en el Colectivo, en la apuesta que habíamos hecho por la utilización de las vías legales, en que tocaba explorar el camino de la batalla judicial exigiendo que cumplan sus leyes y respeten nuestros derechos y que como militante tocaba seguir intentándolo.

En esta apuesta el Colectivo ha dado pasos que antes había evitado, desde pedir destinos de trabajo a solicitar los cambios de grado. Aparte del debate de EPPK, ¿cada persona presa tiene que vencer sus propias barreras mentales para ello?

Sí, fue un debate muy intenso y muy complicado, porque asumir la vía legal como método de lucha significaba, entre otras cosas, romper con algunas líneas rojas que históricamente habían estado presentes en el colectivo: petición de destinos de trabajo, solicitud de cambios de grado, solicitudes individuales de acercamiento… Después de tantos años preso es complicado asimilar este cambio, tienes que derribar tus propias barreras, lo que hasta ahora no veías, hacerlo tuyo y además luchar para que se haga realidad. No solo pensando en uno mismo, sino en los compañeros y compañeras que le queda muchos años por cumplir y en abrir un camino que más adelante puedan aprovechar todos los que no ven aún la luz al final del túnel.

¿Qué le dice al resto de ‘kides’ que han emprendido ahora esa carrera y ya han recibido el no en el primer intento? La mayor parte sigue en primer grado…

Poco tengo que decirles porque ellas y ellos saben tan bien como yo cuál es la posición del Gobierno. Les diría que sigan insistiendo. La realidad es que las Juntas de Tratamiento de cada cárcel en primera instancia tienen el poder de decisión y la mayoría de ellas siguen en posiciones de trinchera, de odio y de no moverse ni un milímetro. No es casualidad que el 80% del Colectivo siga en primer grado. Hoy en día no tienen un solo argumento legal para seguir manteniendo esta política penitenciaria. Por ello, con nuestra insistencia y la presión en la calle, esta inercia se está rompiendo, y aunque a cuentagotas, cada vez son más las cárceles que ceden.

Además, también creo que ha habido varios factores que han hecho que se paralizasen esos pasos: las elecciones, la repetición de estas, el coronavirus ahora…

En el auto de libertad condicional no se incluye como razón que lleve años con una enfermedad grave, pero ¿ha podido influir de alguna manera en esa decisión?

Sin duda, la enfermedad ha sido clave para que se haya completado todo el recorrido legal. Aunque también han influido otros factores, como tener las tres cuartas partes de la condena cumplidas desde el año 2015, tener una hija menor obligada a recorrer miles de kilómetros y la edad de mis aitas, que no podían viajar.

Han sido más de cinco años enfermo en prisión, ¿cómo los ha sufrido?

Qué voy a decir… pues preocupado, más por como lo estaría pasando la familia que por otra cosa. Al principio de la enfermedad, las salidas al hospital de Badajoz fueron frecuentes, y durante tres de ellas sufrí malos tratos por parte de la Policía, un médico y una enfermera del hospital. Fue tan duro que incluso renuncié a la operación de la extirpación del cáncer. Afortunadamente la familia me convenció y seguí adelante. En esos momentos, además del apoyo de mi familia, el de los compañeros que estaban conmigo en Badajoz fue de gran ayuda, así como todas las muestras de cariño y de ánimo que me llegaron desde Euskal Herria y de diferentes cárceles.

Como cabe imaginar, a partir del primer episodio de malos tratos, las salidas se fueron haciendo más y más difíciles, tanto físicamente como psicológicamente. Me acuerdo muchas veces de todos los compañeros y compañeras enfermos que tienen que salir a las consultas escoltados, esposados, sin intimidad alguna y siempre pensando que pase todo rápido, con normalidad, te dejen tranquilo y no te la líen.

¿Le sorprende que ni siquiera en plena pandemia del coronavirus se libere a compañeros enfermos o de edad avanzada, con el riesgo añadido que supone su estancia en prisión?

Es una barbaridad, pero no me sorprende. La cárcel es una institución que tiene incrustado en su ADN llevarnos hasta nuestros límites. Es por esto que se hace más necesario que nunca la vuelta a casa de todas y todos las presos y presas enfermos y los mayores de 70 años.

Desde la perspectiva que dan 22 años preso, ¿ha visto una evolución en el tratamiento carcelario en esta última fase, desde el fin de ETA? ¿O por contra dentro de las cárceles, en lo que no se percibe desde el exterior, todo ha seguido básicamente igual?

En mi caso los cambios comenzaron a raíz del paso del primer al segundo grado, la clave estuvo ahí, en la rotura de esa barrera. Hoy en día son muy pocos los compañeros y compañeras que están en segundo grado, ya que el grueso del Colectivo se encuentra en primer grado, en el régimen de vida más duro y estricto que tiene la legislación penitenciaria. Para todos ellos y ellas nada ha cambiado en estos últimos años, y en algunos casos incluso ha ido a peor. Y el problema radica en que no les dejan salir de él. Cumplen con creces todos los requisitos para ser progresados, pero la respectivas Juntas de Tratamiento siguen ancladas en el pasado.

¿Qué alivio supuso que sus familiares y amigos dejaran de tener que hacer viajes kilométricos para visitarte?

Al poco de llegar a Santander, ahí se presentaron mis padres, que como ya he comentado antes, no podían viajar hasta Badajoz. Fue todo un subidón, pero aparte de ellos por quien más lo agradecí fue por mi hija. Sin duda, los menores son la consecuencia más vulnerable de la dispersión y los que más la sufren. Mi hija viajó hasta Badajoz con tan solo 17 días, y desde entonces hasta los 9 años no ha fallado ni un solo mes. Tiene miles de kilómetros encima, al igual que tantísimos motxiladun umeak.

Con la dispersión cada fin de semana sientes el miedo a los accidentes, un miedo que dura hasta realizar esa llamada después de cada visita que te dice que han llegado bien. Con el acercamiento este miedo se mitiga.

Vamos acabando, ¿cree que con su excarcelación cae una barrera más? ¿Qué se puede hacer, y quién puede hacerlo, para que esta decisión comience a ser habitual, a normalizarse?

Sí creo sinceramente que con mi excarcelación cae una barrera más. Como he dicho antes, aunque por ahora son muy pocos y pocas, cada vez son más los que están consiguiendo que les concedan el paso a segundo grado y algunos permisos. El siguiente paso a los permisos es el tercer grado. La cuarentena lo ha paralizado todo, pero lo lograrán. Está claro que para conseguir que esta situación se normalice es necesaria la presión social. Tenemos que empezar a creernos que es posible, que hay que vaciar las cárceles y para ello existen mecanismos que nunca habíamos utilizado. Son nuestros derechos.

La situación actual por el Covid-19 impide percibir la realidad habitual de la ciudadanía vasca, pero ¿qué le ha llamado la atención de lo que has visto por el momento en los permisos o ya en libertad, en lo social y en lo político?

Todavía no me ha dado tiempo a percibir la realidad, es más, apenas he visto nada, ya que durante los permisos solo tienes tiempo para disfrutar con la familia. Lo que está claro es que la sociedad ha cambiado mucho.

Como positivo me quedo con las movilizaciones de los últimos años: las multitudinarias manifestaciones en enero de Sare y sus iniciativas a lo largo del año, las huelgas feministas, 8 de Marzo, las movilizaciones por unas pensiones dignas, Gure Esku Dago, la respuesta de Altsasu… Me quedo con eso. El resto lo iré viendo poco a poco e intentaré poner mi grano de arena para que todas las compañeras y compañeros estén pronto en casa. Tenemos que conseguir vaciar las cárceles y traerlos a casa.