EDITORIALA
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Una maniobra arriesgada y prematura, por segunda vez

Nadie sabe cómo estaremos en julio. El Covid-19 lleva una dinámica difícilmente predecible y empeñarse en convocar para entonces elecciones al Parlamento de Gasteiz no se corresponde con las prioridades actuales de la ciudadanía –centrada en hacer frente a la pandemia y mantener las constantes vitales de la sociedad y la economía–, sino con las urgencias del PNV. El lehendakari Urkullu adelantó la convocatoria pensando que le interesaba hacerlas cuanto antes y tuvo que desconvocarlas tarde y mal, porque era inviable hacerlas el pasado 5 de abril, en pleno confinamiento. Fue un notable error de cálculo.

También es cierto que como Urkullu se niega a ofrecer instrumentos de control a la oposición y ningunea a sus socios de Gobierno, como no cumple con los mínimos exigibles de transparencia, y como él y sus consejeros aparecen enfadados con la sociedad y superados por la crisis, la situación actual tampoco se puede alargar eternamente. El PNV ha querido patrimonializar el esfuerzo colectivo contra la pandemia y deberá rendir cuentas por las cosas que se han hecho mal. Si repasamos no solo las comparecencias casi diarias de su consejera de Salud, Nekane Murga, sino la hemeroteca más reciente, inevitablemente se llega a la conclusión de que la gestión de la crisis ha sido pobre, triste, mala. El mito de buen gestor que el PNV ha cultivado con esmero ha quedado seriamente dañado. Todo el mundo puede brillar cuando todo va bien, pero es durante las crisis cuando se descubre a las y los verdaderos líderes.

Uno de los principales problemas de esta nueva convocatoria electoral es el carácter del lehendakari. Debido a su falta de flexibilidad y a su orgullo, es difícil pensar que, si es necesario, vaya a cambiar de planes una vez estos estén en marcha. Le cuesta mucho atender a las llamadas de la oposición, de la sociedad civil o incluso de sus socios. Se vio perfectamente con el anterior adelanto. Tanto electoralismo puede volvérsele en contra.