Ainara LERTXUNDI

CINCO RUTAS MIGRATORIAS, CINCO RELATOS DE DETERMINACIÓN POR LLEGAR A EUROPA

«La mujer que quiso saltar una valla de seis metros», editado por CEAR-Euskadi, recorre la ruta migratoria que por diferentes motivos emprendieron cinco mujeres africanas. Cuatro de ellas lograron llegar a Europa y viven en la CAV, la quinta aún aguarda en Tetuán.

Mujer, negra y africana. Un día, por razones distinas, Marie Amina, Yanelle, Aya y Joy emprendieron el viaje a Europa. No lo hicieron sentadas cómodamente en un avión, ni con un pasaporte en la mano, ni con una despedida de por medio en la terminal de salida. Lo hicieron siguiendo las diversas y peligrosas rutas migratorias que atraviesan África hasta llegar a Marruecos, donde escondidas en sus bosques, en guetos, aguardaron el momento o bien de saltar las vallas fronterizas o bien de subirse a una masificada barca.

Marie aún sigue esperando en Tetuán después de múltiples intentos de saltar la valla de Melilla en 2012. Ella y su marido, Christian, salieron de Camerún en 2011. Cuando se conocieron ella tenía 19 años y quería estudiar, pero su familia carecía de medios económicos. Él se ofreció a emigrar para ganar dinero y así costearle los estudios. Pero, ella no aceptó. «Si tú te vas, ¿qué sentido tiene que yo me quede? Durante ese tiempo tampoco podré asistir a la universidad», le respondió. Es así como iniciaron el peligroso viaje que les llevaría a Marruecos, pasando por Nigeria, Níger, Argelia… El 26 de octubre de 2012 se lanzaron al mar. Marie para ese entonces embarazada de seis meses. En la zodiac viajaban 46 personas, siete se ahogaron, incluida una bebé de seis meses que se escurrió de los brazos de su madre. Fueron rescatados por la Marina marroquí. Con ayuda de un sacerdote, les trasladaron a Rabat y más tarde a Tetuán. Pese a haber podido regularizar su situación, Marie tiene miedo de las redadas de la Policía marroquí y se pregunta por el futuro de sus dos hijos, que son señalados en clase por su color de piel.

La violencia intrafamiliar marcó la infancia de Amina y de su hermana en Costa de Marfil. Sin medios económicos suficientes incluso para la manutención de sus tres hijos, el padre de Amina decidió que ella y su hermana mayor se fueran a vivir a Abiyán con una allegada a la que llamaba «hermana». En su nueva casa le esperaba un auténtico calvario; ambas hermanas fueron sometidas a la ablación en contra de su voluntad y la de sus padres, fueron obligadas a realizar tareas domésticas en condiciones de esclavitud, sufrieron palizas... La amenaza de ser entregada en matrimonio a un señor mayor llevó a Amina a huir, primero dentro del país, después a Casablanca. No sabía leer ni escribir y mucho menos situar Marruecos geográficamente. Logró un trabajo como empleada doméstica. Pero su empleadora no cumplía con los pagos. Amina decidió poner fin a tanta humillación y explotación. Acabó en Tánger, donde se subió a una patera. Permaneció ocho horas en el mar hasta que fue rescatada. Actualmente, Amina reside en Gasteiz gracias a un programa de acogimiento. Su mayor deseo es que el miedo deje de ser su eterno compañero.

Cinco países y un mar

El amor llevó a Yanelle a atravesar cinco países y un mar. El 1 de octubre de 2017, una parte del movimiento anglófono proclamó la independencia simbólica de la región de Ambazonia, en Camerún, y se organizó en milicias. Yanelle, que acababa de tener una niña, no pensó que los avatares políticos del país podrían trastocar sus vidas para siempre. Vivían en la zona anglófona de Camerún, pero su marido era francófono. Ese fue el motivo de la paliza que casi le costó la vida. «Empezaron a golpearlo, lo golpearon mucho. Hasta hoy día tiene cicatrices... Fue así que dejé Camerún», recuerda en el libro.

Con su hija de diez meses, caminaron y se escondieron en el bosque. Como el pueblo donde vivían estaba cerca de la frontera con Nigeria, decidieron pasar al país vecino, pero allí tampoco los querían así que tras reunir el dinero necesario se fueron en autobús a Níger. Lo que sigue es un periplo de caminos, países, pueblos, pasos fronterizos, un abandono en pleno desierto, clandestinidad... Lo peor de todo el trayecto, subraya, fueron Tánger y sus guetos. A los 6 meses y 26 días de estar allí, Yanelle y su hija se subieron a una patera. Él lo haría más tarde. Del bote de Salvamento Marítimo que les rescató, al polideportivo de Tarifa y de ahí a Bilbo.

Aya también sufrió en sus carnes el conflicto en Costa de Marfil. A los 12 años, los rebeldes mataron a su padre, con quien estaba. Lo hicieron delante de ella. No sabe qué pasó con su madre ni con sus hermanos. Un hombre se ofreció a ayudarla. Una ayuda envenenada. Aya se quedó embarazada fruto de los abusos. La echó de casa y se quedó con la niña, aún lactante. Buscó refugio en Abiyán, donde le esperaban nuevas amenazas, incluida la de un matrimonio forzado. Otra huida, esta vez fuera del país. La clave para sobrevivir, afirma, no saber, no preguntar, no hablar, esquivar a la Policía, conseguir dinero y continuar. Nunca pensó que acabaría subiéndose a una zodiac junto a 34 personas de Senegal, Mali y Guinea Conakry. Ahora vive en Bilbo y tiene la tarjeta de solicitante de asilo. Pero el miedo persiste.

Militarización de las fronteras

Determinación. Así se podría resumir la vida de Joy. Una fuerte determinación por cambiar su destino. Sin padre, con pocos recursos económicos, a los 18 años se acercó al taller de un costurero a pedirle dinero. Le dijo que se lo daría a cambio de que fuera a vivir a su casa. La promesa de que cuidaría de ella quedó en nada. Harta de los golpes y amenazas, cogió a sus cuatro hijos y regresó a casa de su madre. Un día conoció a quien la llevaría a Europa y a adentrarse en el mundo del trabajo sexual en un polígono para pagar la deuda contraída. Una deuda que saldó con creces y con la misma determinación que le llevó a dejar a sus hijas y a sortear múltiples violencias, incluida una red de trata y un proceso judicial.

“La mujer que quiso saltar una valla de seis metros” forma parte de un trabajo de campo más amplio realizado por CEAR-Euskadi en Ceuta, Melilla y el norte de Marruecos para «visibilizar las violencias que sufren las mujeres negras –mutilación genital, matrimonios forzados, violencia dentro de los hogares, explotación...– y que están obligando a muchas de ellas a huir. A esto se añade el proceso de externalización y militarización de las fronteras, lo que está provocando que no haya vías seguras y legales», resalta en entrevista a GARA Beatriz de Lucas Larrea, coordinadora del proyecto.

A la hora de hacer las entrevistas, «tuvimos muy en cuenta si estaban preparadas a nivel emocional para contar su historia sin que ello supusiera reabrir heridas. Necesitábamos mujeres que tuvieran elaborado lo vivido, algo que no es fácil porque el estrés postraumático con el que llegan es brutal. Ellas nos contaron hasta donde quisieron y se guardaron lo que quisieron».

«Cuando hablamos de rutas migratorias, siempre se destaca la violencia sexual que sufren las mujeres migrantes. A veces caemos en homogeneizar en un mismo perfil todas las violencias cuando cada mujer tiene un tránsito diferenciado, tal y como se refleja en el libro», destaca Lucas de Larrea.

Otro de los aspectos que reflejan estos cinco relatos es el racismo institucional imperante en Marruecos hacia los migrantes de raza negra y la dura política de represión contra ellos. «En su informe anual sobre las entradas migratorias por la Frontera Sur, la Asociación por los Derechos Humanos de Andalucía constata que en lo que respecta a este año las entradas han bajado un 48%. Esto se debe a la gran cantidad de dinero que ha entrado en Marruecos destinada al control migratorio. En eso consiste la externalización de las fronteras; los países de la Unión Europea están contratando a otros países, en este caso a Marruecos, para que ejerzan el control migratorio. Las organizaciones a las que entrevistamos constataron un aumento de la represión contra la población inmigrante subsahariana a partir del verano de 2018, una realidad que también aparece reflejada en los testimonios de Marie, Amina, Yanelle, Aya y Joy. Están haciendo redadas casi diarias en los campamentos, los migrantes han tenido que recluirse en pisos, en guetos. La táctica es detener a la población negra, tenga o no papeles, mantenerlos durante unas horas en comisaría y, luego, trasladarlos en autobús a los límites fronterizos del sur del país y abandonarlos allí. Antes esta era una práctica habitual con hombres. Desde hace más de un año también lo es con las mujeres, incluso si tienen menores a su cargo. Esta política migratoria antepone el control a la garantía de derechos humanos» y, en la práctica, impide a las mujeres poder realizar el trayecto de forma autónoma, dependiendo de otros para garantizar su propia seguridad y es «ahí donde el cuerpo de las mujeres empieza a tener un papel relevante», subraya.

«No podemos hablar de tránsitos marcados por la violencia sexual sin hablar de esta política de militarización porque es la responsable última de que estas mujeres tengan que enfrentarse a ese tipo de viaje», incide De Lucas Larrea. No esconde que el relato a partir de su llegada a Europa daría para «otro libro», porque ahora a lo que deben hacer frente es a una pesada y lenta máquina burocrática.

Una historia, una ilustración

Amanda Andrades, autora del libro, pensó «en la enorme responsabilidad» que suponía el encargo de CEAR-Euskadi. «Me costó mucho dar con el tono adecuado para no revictimizar a estas mujeres y contar cómo todas esas violencias que sufren durante el tránsito están relacionadas con el régimen fronterizo», señala desde su confinamiento.

«Te pongo un ejemplo. En el caso de Níger, hasta hace poco existía la figura del ‘pasante’, que se dedicaban a pasar a las personas de un lado a otro de la frontera, como hacían los mugalaris en la guerra. Pero Níger aprobó una ley que criminaliza a estos pasantes y se han militarizado las rutas donde hay pozos agua. Esto ha provocado que las personas migrantes ya no recurran a ese ‘pasante’, sino a grupos organizados», señala.

Coincide con De Lucas Larrea en «la tenacidad, coraje, valentía de todas ellas. Son historias muy diferentes, unas ligadas a la pobreza y a la búsqueda de una vida mejor, otras a la violencia o a la imposibilidad de tener una vida plena. Quería entender por qué la gente emprende un proceso migratorio, pero sin juzgar. Muchas de nosotras en algún momento lo hemos hecho, pero en condiciones radicalmente distintas; no hemos tenido ningún tipo de dificultad por el simple hecho de ser blancas y europeas».

«Toda la belleza, fuerza, sufrimiento y determinación de Marie, Amina, Yanelle, Aya y Joy», remarca Andrades, se ven sintetizados en las ilustraciones de Amelia Celaya, que «con solo leer los relatos, supo captar la esencia de cada uno de ellos y plasmarlo con dignidad y ternura en las maravillosas ilustraciones» que acompañan al libro, cuyos beneficios serán destinados a CEAR-Euskadi.