Igor FERNANDEZ
Sicólogo
SICOLOGÍA PARA UNA CRISIS

La emoción del cansancio

Soy Yolanda. Cualquier cosa me da ganas de llorar, me emociono muchísimo por todo y me salta la lágrima todo el rato. Me preocupa, porque es como si con esto del confinamiento, me hubieran desaparecido los filtros. Y me preocupa que cuando vuelva a la normalidad, a mi vida de siempre, no pueda volver a ser la misma. O sea, que me da miedo quedarme hecha una llorona. ¿Será algo temporal, verdad?

Hola, Yolanda. Como para tanta gente a lo largo de estas semanas, la emoción se va acumulando y la emoción que no se comunica o actúa mantiene una tensión en el cuerpo que eventualmente necesitamos vaciar. Llorar es un acto necesario, incluso deseable, cuando estamos sobrepasados y después de hacerlo tenemos un poquito más de capacidad para pensar, para observarnos y analizar.

Esta época, que aún no ha acabado, está llena de amenazas potenciales que nos hacen estar alerta y también hemos dejado de tener los pequeños alivios emocionales cotidianos que se dan en las conversaciones diarias con amigos, compañeros de trabajo, pareja, familia e, incluso, desconocidos. Hablar de esto y de aquello en el día a día nos hace sentir acompañados, y que no tenemos que sostener solos, solas, todo lo que nos va pasando en la vida.

Eso, más poder disponer del tiempo y de las actividades que nos alivian, hace que no se nos acumule esa tensión de la que hablaba más arriba.

Esto, obviamente, es una generalización. En tu caso no sé si te viene a la cabeza alguna imagen particular que te desborda, te acuerdas de alguien o te proyectas hacia el futuro con temor. Sea como fuere, llorar no es nada malo y, cuando lo necesitamos, necesitamos hacerlo con quien nos entienda, no nos critique por ello o se vaya a asustar, sino que escuche en silencio y luego nos pregunte por nuestra experiencia, nos abrace y nos transmita afecto y esperanza hacia adelante.

Es cierto que cuando uno llora lo difícil a solas, sin ninguna compañía y se critica por ello después, puede no descargar toda la tensión que necesita, quedarse a medias y que ese llanto quede “pendiente”, por decirlo así. Ahora estamos todos en una actitud de afrontamiento, centrados en lo que hacer para protegernos pero, a medida que se relajen esas medidas, a todos nos surgirán los efectos del esfuerzo y el cansancio, principalmente en forma de emociones sobre nuestra vulnerabilidad que se hace evidente en lo que hemos vivido.