Dabid LAZKANOITURBURU

POR QUÉ LE LLAMAN GUERRA CUANDO ES UNA CATÁSTROFE SANITARIA

Nos encaminamos a una nueva fase –¿una pausa?– en lo que la mayoría de los gobernantes han presentado como la guerra al coronavirus. Colaboradores de GARA que saben de qué va una contienda real opinan sobre la pertinencia de esa comparación, sobre unas y otras víctimas y sobre el futuro de los conflictos tras, o en medio de, esta distopía.

En estos largos meses de confinamiento y de lenta, e imprevisible, desescalada, hemos visto cómo buena parte de los dirigentes mundiales y gobiernos equiparaban la lucha contra el coronavirus con una guerra, sin comillas.

Desde el estadounidense Donald Trump –«el coronavirus es peor que Pearl Harbour»–, al chino Xi Jinping –«guerra popular al virus demoniaco»–, pasando por Emmanuel Macron –«estamos en guerra contra el coronavirus»– y Pedro Sánchez –«esto es una guerra total»–, las proclamas bélicas han sido la tónica y el tópico.

Hemos decidido pues contactar con algunos de nuestros colaboradores: aquellos que conocen de primera mano qué es una guerra y, sobre todo, cómo sobrevive la población que sufre en primera mano un conflicto bélico. Son ellos los que saben. Los que hablan.

¿Estamos en guerra?

Mónica Bernabé vivió durante largos años en Afganistán. Periodista y mujer en un país marcado por la visión ultrarigorista del islam –no solo, que también, de los talibán–, y por una sucesión inacabable de guerras, la actual responsable de Internacional del diario catalán “Ara” lo tiene claro: «Si estuviéramos en una guerra, posiblemente estaríamos a oscuras, sin luz ni agua. Estaríamos en casa, pero no podríamos hacer videoconferencias, ni conectarnos a internet, ni ver la televisión, ni tan siquiera usar la nevera. Los productos básicos se habrían disparado, sería un sálvese quien pueda y correríamos el riesgo de que nos volaran la cabeza al salir de casa. Y qué te voy contar de la –falta de– atención en los hospitales».

Pablo González, quien ha cubierto para GARA el conflicto de Ucrania, entre otros, reconoce que «la pandemia es un problema muy serio y puede dejar víctimas como un conflicto armado, o bastante más, pero su resolución y sus consecuencias son totalmente diferentes, al igual que las lecciones que se pueden extraer como sociedad».

Andoni Berriotxoa «Lubaki», premiado fotógrafo de guerra y que ha documentado gráficamente y por escrito escenarios bélicos en África (Sahara, República Centroafricana...), Oriente Medio (Siria, Libia..), coincide en negar que estemos en guerra. «Es una época de crisis, de mucho estrés e incertidumbre pero de ahí a que se utilice el término guerra hay un gran trecho». Más aún, considera que otorgar a la pandemia el papel, y la correspondiente voluntad, de uno de los bandos en guerra, «humanizar un virus es un grave error».

«Me parece muy poco empático trazar ese paralelismo con realidades tan duras como las de Libia, Siria...», abunda en la idea Karlos Zurutuza, corresponsal de la trastienda de todas esas guerras –y que al fin y al cabo es la verdadera guerra, sin poses–. Zurutuza, que tampoco precisa carta de presentación para nuestros lectores, aporta un matiz que no desmiente su afirmación anterior. «He visto actitudes aquí, en casa, que pensaba que no vería nunca, como acostumbrarse a un parte diario de muertos sin pestañear (como cuando lo oíamos de Irak o Afganistán), asumir un toque de queda, almacenar comida... La incertidumbre que plantea el futuro a corto plazo; la imposibilidad de hacer planes, de no saber si conservarás tu trabajo... Ahí sí que veo un planteamiento de guerra que, entre otras cosas, nos demuestra que somos mucho más flexibles de lo que pensamos cuando se trata de adaptarnos».

¿De qué entonces ese recurrente paralelismo entre coronavirus y guerra?

Los gobernantes buscan justificar medidas de excepción. «El lenguaje bélico no deja margen para dudas ni matices. O con nosotros o contra nosotros» (Berriotxoa). «Es un pretexto para crear estado de shock en la sociedad y que esta se deje hacer» (González). «El miedo es un arma de cohesión muy efectiva, y también de control», (Zurutuza).

Bernabé va más allá y aporta una posible explicación mucho más prosaica: «Puede ser que lo hagan porque no tienen ni idea de lo que supone realmente una guerra. Si lo supieran, posiblemente dejarían de hacer paralelismos absurdos», añade.

La periodista ofrece una respuesta igualmente crítica y sin complejos –ni pelos en la lengua– cuando les preguntamos sobre qué creen que le pasará por la cabeza a toda esa gente que sufre realmente una guerra cuando escucha que todos, sobre todo los que las vemos por televisión, estamos en guerra contra un virus. «La gente que vive en una guerra ya tiene suficiente con lo suyo como para preocuparse de las tonterías que se dicen en Occidente».

Tanto «Lubaki» como Zurutuza coinciden, por su parte, en destacar la empatía que aquellos muestran para con nosotros, una empatía poco, o nada, correspondida.

«He recibido llamadas de amigos que están en guerra y de refugiados. A sus desgracias se les suma ahora esta. Me sorprendía mucho que se preocuparan por nosotros. Un sirio refugiado en Turquía me recordó que ‘vosotros no estáis acostumbrados a estas cosas, nosotros desgraciadamente sí’. ¿Qué le iba a decir yo, que estamos en guerra?», pregunta Berriotxoa.

Zurutuza concluye que esta crisis «nos ha unido a todos. Por primera vez me siento parte de algo que pasa en todo el mundo, y no solo a ellos. No he parado de recibir mensajes de gente preocupándose por mi salud, desde Kabul hasta Layounne (Sahara)...».

«En los territorios conflictivos» que González ha pisado «se han tomado la comparación con poca seriedad. Aquí no tienes por qué temer que la artillería destruya tu hogar, que algún bando te la queme, que te maten o violen por tus ideas políticas, nacionalidad, tus ideas religiosas...».

¿Cómo afecta y afectará la pandemia a las guerras en curso y a sus víctimas?

González, nacido en la URSS y nieto de un «niño de la guerra», señala que «en Ucrania y en cuanto a la participación rusa en la guerra siria, ha disminuido la intensidad.. Los combatientes no son ajenos a los problemas de la sociedad y su capacidad operativa se ve resentida».

Por contra, Zurutuza destaca que «algunos aprovechan el momento, como en el caso de Turquía en Rojava (Kurdistán sirio), cortando el agua, la luz y bombardeando a una población que no puede abarcar tantos frentes. Lo mismo en Libia con Haftar y su ofensiva sobre Trípoli..».

Berriotxoa no se atreve a hacer pronósticos de futuro. «Cuando estábamos en Siria el pasado mes de diciembre veíamos en el canal France 24 la crisis del Covid-19 en China y nos parecía algo muy lejano. Entonces habría apostado por una crisis de cualquier otro tipo en Europa que por una crisis sanitaria como esta», reconoce. «Lubaki» no se atreve a hacer ninguna previsión. Bueno, sí, una. «Mientras haya personas en este mundo habrá guerras, desgraciadamente».

Bernabé comparte el pesimismo sobre la suerte de las víctimas de los conflictos en curso. «Creo que empeorará su situación y dudo que, a causa de la pandemia, se paralice ningún conflicto. A las víctimas de la guerra se sumarán las víctimas del coronavirus. Con el agravante de que a nosotros, en Occidente, nos importará un comino porque estaremos concentrados en nuestra propia tragedia por el coronavirus».

Terminamos con la reflexión («¿Estamos en guerra?»), de otro de nuestros colaboradores, el filósofo Santiago Alba Rico, recogida de la web CTXT.

«Guerra, ¿contra quién? ¿Quién es el enemigo? En cuanto pronunciamos la palabra ‘guerra’ comparece ante nuestros ojos un humano negativo que merece ser eliminado. Con esta metáfora de la guerra, en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al virus, que adquiere de pronto personalidad y voluntad. Se le otorga agencia e intención y se deshumaniza y criminaliza a sus portadores, que en realidad son las víctimas», alerta Alba Rico.

«No es una guerra, es una catástrofe. Es verdad que para dos generaciones de europeos (en otros sitios la verdadera guerra es su normalidad cotidiana) esta paliza de realidad es lo más parecido a un conflicto bélico que hemos vivido. Pero la crisis del coronavirus es en sustancia lo contrario de una guerra (...) Para esta batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún están por hacer. La catástrofe es una oportunidad para ‘fabricarlos’», concluye.