La memoria emocional de un arte secular

Si hay una película que expresa mejor que ninguna otra cómo el arte cinematográfico del pasado siglo está ligado a nuestra memoria, esa es sinninguna duda “Cinema Paradiso” (1988). Hablo de un tipo de recuerdo emocional, y que las nuevas generaciones solo van a poder entender viendo el segundo y premiado largometraje de Giuseppe Tornatore. Por algo se trata de una acertadísima elección para simbolizar la vuelta de la actividad a las salas de proyección, en la medida en que testimonia que el misterio de la sala oscura y el haz de luz que ilumina la pantalla blanca no desapereceran nunca, por más que las tecnologías cambien o las crisis económicas amenacen con arruinar el viejo negocio de la barraca de feria.
Una vez destacada la relevancia de tan oportuna y bien traída reposición, me gustaría incidir en un aspecto digno de estudio, y al que tal vez no se le ha prestado la debida atención en todos estos años. Existe una mitificación del montaje del director, en contra del llevado a cabo por el productor, pero el público, e incluso la cinefilia, a veces se decantan por el segundo. Ocurrió con el “Nuovo Cinema Paradiso” en su versión original, la cual duraba 155 minutos, considerados por la crítica local excesivos. La cuestión es que en su estreno italiano no funcionó, lo que aconsejó reducir la duración de la versión internacional a los 123 minutos que tanto disfrutamos en su momento. Conozco también laedición a cargo de Tornatore, que tampoco convence en sus interminables 173 minutos.
Otra pregunta que me ronda es la de hasta qué punto habría triunfado en el mundo entero la película sin la banda sonora de Ennio Morricone, a pesar de que de la larga lista de premios que acumula únicamente un solitario David Di Donatello fue a parar a la partitura musical. Creo que el propio Tornatore ha de tener sus dudas al respecto, y así le ha dedicado el documental “Ennio: The Maestro” (2020).

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