ERDOGAN EMULA AL SULTÁN MEHMET II AL RECONVERTIR SANTA SOFÍA EN MEZQUITA
La anulación del decreto de 1934 que reconocía la dualidad religiosa de Santa Sofía y su reconversión en mezquita ha generado malestar fuera de Turquía, pero en el país ha recibido apoyo y también críticas por entender que busca esconder otros problemas en el país.

Hemos traído a los niños para que lo vean, este es un momento muy importante para nosotros», afirma Ömer con los ojos llorosos mientras observa a sus dos hijos. Junto a él, cientos de manifestantes y nostálgicos del sultanato se acercaban hace una semana a celebrar otra victoria: la recuperación de lo que –consideran– les habían robado cuando el fundador de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk, firmó el decreto que retiraba el estatus de mezquita a Santa Sofía para convertirla en un museo.
La nostalgia otomana fue el discurso utilizado por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para convencer a sus seguidores de que a Mehmet II, conquistador de Constantinopla y el único que hasta la fecha había convertido Santa Sofía al islam, se le debía honrar anulando ese decreto kemalista. Erdogan, a sabiendas que la decisión tomada por el Consejo de Estado causaría estragos en muchos países, se defendía: «Nosotros no intervenimos en los derechos de los demás ni en la forma de organizar sus santuarios o lugares sagrados, por lo tanto, que el resto no lo haga», advertía. Su discurso televisado llegaba mientras los alrededores de Santa Sofía se llenaban de dedos en alto y gritos de Allahu Akbar [Allah es grande]. «Esta es la mezquita que nos dejó el sultán Mehmet, desde el punto de vista religioso es algo muy importante para nosotros. En adelante vendremos más veces, ahora debo irme a rezar», comentaba con prisa un joven que dijo llamarse Recep, igual que su referente político. Acto seguido comenzaba –por primera vez– un rezo colectivo a los pies del templo con su ya renovado estatus de mezquita.
Envoltorio legal
El consejo que anuló el decreto de Atatürk afirmó que el sultán Mehmet consideró que «la propiedad era utilizada por el público como una mezquita sin coste» y no estaba dentro de la jurisdicción de un –inexistente entonces– Parlamento o consejo ministerial. Es decir, el Consejo revocó un decreto que había permanecido en el ideario turco durante la mayoría de la etapa republicana.
Mehmet II el Conquistador fue el último en convertir Santa Sofía en mezquita en una época en la que mandaban las espadas. Su método se basó en destruir las murallas de Constantinopla, nunca antes derribadas, para certificar la caída del Imperio Romano de Oriente. Inmediatamente entró victorioso en Santa Sofía con la idea de convertirla al islam. Porque la antigua Santa Sofía, el templo, fue levantado por orden del emperador Justiniano I en 553 sobre las cenizas de las dos construcciones anteriores, que fueron consumidas por las llamas. La joya más preciada del Imperio Romano de Oriente sirvió durante 900 años como sede del patriarcado ortodoxo, salvo breves períodos en que fue católica debido a las Cuartas Cruzadas. Con la caída de Constantinopla, el sultán convirtió la iglesia en mezquita y así permaneció hasta 1934, cuando Atatürk firmó el decreto que la convirtió en museo. Abierta como tal desde el año 1935, ha sido admirada con la dualidad religiosa que la ha caracterizado durante 85 años. Erdogan, sin embargo, ha decidido escribir una nueva página para un templo que el fundador de Turquía, de fuerte ideología laica, quiso mantener neutral.
Firme oposición
Conscientes que la decisión provocaría quejas en el ámbito internacional, el portavoz del Gobierno, Ibrahim Kalin, explicaba que «la pérdida de un patrimonio mundial no es la cuestión», ya que uno de los argumentos recurrentes del Ejecutivo ante las protestas del exterior es afirmar que la entrada a Santa Sofía será gratuita y que no se modificarán los tesoros –muchos de ellos cristianos– que guarda en su interior. Hasta ahora, para entrar había que pagar cerca de 100 liras [15 euros], lo que dejaba en las arcas turcas cerca de 50 millones de euros anuales gracias a los 3,7 millones de visitantes.
La oposición afirma que se ha planteado la cuestión de reconvertir Santa Sofía para desviar la atención de la crisis económica que vive el país y para ganar más adeptos a la causa religiosa, nacionalista y conservadora. En las calles del barrio de Fatih, donde se encuentra el nuevo templo musulmán, los restaurantes lucen desérticos por el covid-19 y la consecuente caída del turismo. «Lo de hoy es una tontería, no sirve para nada», declara un camarero de la zona. Para este trabajador, los problemas que tiene Turquía van más allá de reconvertir Santa Sofía en una mezquita.
Grecia, muy enfadada con la decisión, ha expresado su oposición a través de su ministra de Cultura, Lina Mendon: «La decisión, que ha surgido como resultado de la voluntad política del presidente Erdogan, es una provocación abierta al mundo civilizado que reconoce el valor único y la naturaleza ecuménica del monumento». La Unesco, por su parte, ha advertido de que «cualquier modificación debe ser notificada previamente y revisada por el Comité de Patrimonio Mundial», una afirmación que suena a amenaza de retirar Santa Sofía de la lista de edificios Patrimonio de la Humanidad.
Pero a los felices manifestantes que el viernes acudieron a celebrar la reconquista de Santa Sofía no les interesaban las opiniones de los demás. «Lo hemos esperado durante mucho tiempo –dice Miraç–, nosotros respetamos todas las religiones, pero este momento es espectacular».

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