Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Galgos contra lobos

El mar arrecia y las caras de los navegantes reflejan de manera muy obvia la preocupación de quien sabe que seguramente se está dirigiendo hacia su propia muerte. Se ha hecho el silencio a bordo y solo se alcanzan a escuchar los golpes inclementes de unos elementos naturales embravecidos que, de algún modo, presagian la tragedia. En este momento, la cámara se fija en el rostro compungido de un Tom Hanks que se dirige igualmente al matadero. Le miramos y él nos mira, y entonces saltamos en el tiempo.

Una situación, una actitud y un gesto que activan nuestra memoria cinéfila, y que nos llevan al recuerdo de “Salvar al soldado Ryan”, obra maestra bélica a cargo de Steven Spielberg. Pero no, cuando entramos en la historia y entendemos lo que esta nos propone, queda claro que estamos a bordo de “Greyhound: Enemigos bajo el mar”, de Aaron Schneider, ahora mismo buque insignia en el catálogo de Apple TV, un título que, en realidad, remite mucho más a la igualmente maravillosa “Master and Commander: Al otro lado del mundo”, de Peter Weir.

Aquella estupenda cinta de aventuras protagonizada por Russell Crowe y Paul Bettany giraba siempre en torno a la maratoniana batalla naval entre un navío inglés y otro francés, con el telón histórico de fondo de las guerras napoleónicas.

En el caso que ahora nos ocupa, tenemos a un convoy de barcos aliados que intenta cruzar el Océano Atlántico, específicamente la zona conocida como «el Hoyo Negro», un perímetro gigantesco donde los submarinos alemanes acechan siempre, con hambre voraz, a la que va a ser su siguiente víctima.

“Greyhound: Enemigos bajo el mar” nos lleva de vuelta a la Segunda Guerra Mundial, sumergiéndonos en un campo de batalla marino donde, en total, se hundieron 35.00 embarcaciones y perdieron la vida 72.200 soldados. Números críticos que dan fundamento a la constante y agónica tensión que nutre la contienda entre un destructor estadounidense (apodado Galgo) y una jauría de submarinos del ejército nazi.

Este choque de titanes metálicos es el que al mismo tiempo actúa como principal (o casi único) combustible de una narración que tiene muy claras sus prioridades. El director Aaron Schneider lleva con temple y solvencia un ejercicio de furia y tensión sostenidas, igualmente magnificadas por el funesto pitido de un sonar que nos advierte sobre la inminente llegada de ese zarpazo potencialmente letal. Y así pasa volando la hora y media de metraje, entre cañonazos, cargas submarinas y torpedos milagrosamente esquivados. ¿Y el factor humano?

Esto pertenece a Tom Hanks, otro maestro; un valeroso capitán que vela por las almas de su tripulación, pero que también se preocupa por aquellas que luchan en el otro bando... y que está a punto de mandar a las profundidades del mar.

En su mirada, en su voz y en sus experimentados balanceos late también el espíritu de una película con la que sirve una de las máximas del VOD: lástima no haberla podido ver en pantalla grande, pero mucho peor habría sido no poderla ver.

Me sirve.