Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Zombi Child»

Muertos vivientes de las plantaciones de caña de azúcar

La falsa película de género es un recurso que el personalísimo Bertrand Bonello maneja a su antojo, cada vez más y mejor. En “Zombi Child” (2019) se sirve de dos géneros en boga como excusa para desarrollar un discurso en realidad ligado al cine histórico y a la investigación etnográfica, y así en apariencia la suya prodría parecer un combinado de terror zombi y melodrama estudiantil, cuando en el fondo se trata de una estrategia para relacionar el pasado haitiano con el presente parisino a través del personaje de una adolescente que ha llegado a un elitista internado de Saint-Denis, gracias a ser hija de una activista contra la dictadura de Duvalier, fallecida durante el terremoto, y que recibió la Legión de Honor, dando derecho a la chica a codearse con las otras hijas de las familias más influyentes y cercanas al poder. Una compañera, que sufre mal de amores, recurrirá a la herenica de vudú que atesora la protagonista, invocando al “loa” o espíritu del Barón Samedi por medio de los rituales de una tía suya llamada Mambo Kathy.

Una vez establecida la conexión temporal, Bonello recupera en el Haiti de 1962 la figura de Clairvius Narcisse, uno de los tantos muertos reanimados cual sonámbulos para trabajar como esclavos en las plantaciones de caña de azúcar. Una leyenda grabada a fuego en la herencia del colonialismo, y que se remonta a la época de Napoleón, a la sazón fundador de la mencionada institución docente para señoritas.

De esta forma Bonello se aleja completamente de la imaginería popular desarrollada por George A. Romero, y que nace de una interpretación política de la sociedad de consumo, para indagar en el sincretismo religioso de influencia católica de la era colonial, lo que le coloca más cerca de la estética animista de Jacques Tourneur en “Yo anduve con un zombi” (1943), y no tanto del clásico primigenio que sería “White Zombie” (1932), protagonizado por Bela Lugosi.