Las soluciones a los problemas generados por la crisis del covid-19 dependerán del nivel de los debates que se den ahora. Es cierto que algunos de esos problemas ya venían de antes y tampoco se estaban atajando ni en tiempo ni en forma: emergencia climática, desigualdades y revolución feminista, transición digital y robotización, migración y demografía… El impacto del coronavirus ha sido tal que algunos tabúes han desaparecido y ciertos debates pueden ser más radicales, honestos y fructíferos. Depende mucho de la voluntad política de las partes y de la cultura democrática.

En busca de alternativas para mantener el empleo, de la mano de algunos sindicatos y con eco entre la clase política y los medios, en Alemania ha cogido vuelo el debate sobre la reducción del calendario laboral a cuatro días semanales. Horarios y calendarios son instrumentos de ordenación empresarial y conciliación, pero en este contexto pueden serlo también de reparto y recuperación económica. La prioridad es el empleo. Hay que ver cómo se compensan salarios, productividad, organización, plazos… No es un tema sencillo, pero abrir el debate ya es positivo. Y tiene relación con el resto de retos mencionados.

Mientras tanto, en Euskal Herria, el debate que plantean algunos es cómo reducir salarios, incluso por parte de órganos de diálogo social autónomos como debería ser el Consejo de Relaciones Laborales. Desde la Administración se avisa de que los sistemas de protección y bienestar públicos no son viables. Pero esto no conduce a una reflexión sobre cómo reordenar gastos e ingresos, qué políticas habría que cambiar y en qué se debería invertir. El objetivo único es que no haya otro confinamiento para no matar la economía, pero los planteamientos en educación y sanidad se basan en la fe de que lo peor ha pasado. Estos marcos reproducen esquemas negociadores, de concertación o de confrontación, pero obsoletos, ahogando reflexiones que busquen soluciones imaginativas, viables y eficientes.