«Hay mucha gente trabajando al servicio de la tecnificación del mal»
Nacido en Madrid en 1969, se forjó como guionista durante los primeros años 90 antes de debutar en la dirección con «La buena vida» (1996). Desde entonces ha desarollado una intensa labor como cineasta y, en paralelo, una notable trayectoria como novelista. Su último largometraje, «A este lado del mundo» ha sido estrenado este fin de semana en streaming en su propia web.

En “A este lado del mundo”, Trueba se acerca a la realidad de Melilla a través de la historia de un ingeniero que ha sido subcontratado para trabajar en el perfeccionamiento de la valla fronteriza y que, casi sin cuestionárselo, contribuye a la perpetuación de un régimen represivo. El cineasta ha decidido poner la película a disposición del público a través de la fórmula de “visionado bajo demanda”.
¿Cómo surge su interés por rodar una historia ambientada en Melilla?
Las fronteras son un territorio con un aire de vicio y perdición que las hace muy atractivas desde el punto de vista cinematográfico y, al mismo tiempo, son lugares donde hay un conflicto latente entre quienes buscan traspasarlas y quienes trabajan por evitarlo. Todo el cine norteamericano y singularmente el cine del Oeste ha sabido trabajar muy bien eso, pero aquí somos tan papanatas que nunca nos hemos dado cuenta de que la frontera con mayor desigualdad del mundo la tenemos en España. La primera vez que fui a Melilla me llevaron a ver la famosa valla y no sé porque asumí que eso llevaba allí toda la vida y me dijeron que no, que la construyeron en 1998. Eso me hizo pensar ‘joder vamos muy mal’. A partir de ahí cuando vi la posibilidad de rodar un guion que tenía escrito sobre la relación de un español con un inmigrante subsahariano pensé que el relato sería mucho más potente si lo ambientaba en Melilla.
Da la sensación de que tanto en sus últimas películas como en sus últimas novelas el paisaje tiene cada vez mayor peso.
El protagonista de “A este lado del mundo” es una prolongación del personaje principal de una novela mía que se titulaba “Blitz” y que era un arquitecto paisajista. Según él hay un tipo de paisaje generado por la propia naturaleza y por las condiciones económicas de cada lugar y otro tipo de paisaje creado artificialmente por el hombre. El paisaje y el clima son las dos cosas que más llegan a definirnos y es algo a lo que apenas prestamos atención.
En el caso concreto del paisaje melillense ¿cómo fue su acercamiento a él?
Melilla es un lugar que echa por tierra muchas de las ideas preconcebidas que puedes tener al acercarte a él. A mí por ejemplo me sorprendió encontrarme con unas fuerzas de seguridad bastante conscientes de su situación, al contrario de lo que ocurre en otras partes del Estado. El carácter melillense en general está definido por la ambigüedad y por la sensación de desde el resto de España apenas se les escucha y se les considera una pieza sacrificable. El cine español, por ejemplo, cuando se ha acercado a Melilla ha sido como escenario para narrar tramas de narcotráfico que no es un fenómeno que defina especialmente su realidad. Del mismo modo, cuando se hace una película sobre inmigración se suele incurrir en el cliché de presentar un conflicto entre unos negritos muy buenos y unos policías muy malos cuando la realidad es mucho más compleja y nosotros apenas sabemos nada de la mentalidad de la mayoría de los emigrantes africanos. De hecho, hablando con muchos subsaharianos me comentaban que ellos se sentían más discriminados por parte de los magrebíes que de los españoles. Por eso, a la hora de acercarme a la realidad de Melilla preferí hacerlo tomando como punto de partida el gesto de perplejidad de un español al que le han trasladado allí sin haberle preparado para asumir las peculiaridades del lugar.
A través de ese personaje usted, de hecho, pone rostro a los responsables de acometer el trabajo sucio.
Sí y también quería mostrar la externalización de este tipo de cometidos que suelen ser desarrollados por profesionales subcontratados ya que ninguna compañía quiere poner su prestigio al servicio de una empresa inhumana. Es algo muy típico en nuestros países donde hemos decidido lavarnos las manos y dormir con nuestra conciencia democrática tranquila mientras otros llevan a cabo en nuestro nombre labores de represión, como por ejemplo los gobiernos de Marruecos y Turquía a los que Europa confió hacer de policías malos a cambio de acuerdos económicos.
La película propone una reflexión muy interesante sobre el sentimiento de culpa.
Es que la clave es justo esa, intentar no sentirnos culpables. Hay un cierto consenso a la hora de exigir a las fuerzas de seguridad que repriman la entrada de inmigrantes en nuestras fronteras pero, eso sí, nos gustaría que lo hicieran suavemente, sin emplear métodos expeditivos. Y luego está esa imagen ridícula que acontece en cada campaña electoral con los partidos de derechas visitando la valla de Melilla como intentando patrimonializar una infraestructura que, nos guste o no, nos representa a todos ya que esa construcción ha sido asumida por el Estado y mantenida por gobiernos de todo signo.
¿El placer genera más culpa que la generación de dolor?
Completamente, y eso es algo con lo que cargamos por el peso de la tradición judeocristiana que nos ha hecho creer que la diversión es algo pecaminoso. Rafael Azcona lo explicaba muy bien evocando a su madre que solía decirles: “reíros, reíros, que ya lo pagaréis”.
Hablando de Azcona, el protagonista de esta película resulta muy azconiano: un hombre sin carácter que, debido a su indolencia y a su incapacidad para levantar la voz termina por sucumbir al mal.
Es que, a través de él, estamos representando a alguien que se pone al servicio del sistema solo por ganarse el pan. Se trata de un perfil muy kafkiano y Azcona era un gran admirador de Kafka. Kafka es el primer escritor que reflexiona sobre algo que yo creo que irá definiendo muy bien al hombre del siglo XX y es que tú, sin darte cuenta, puedes estar trabajando para un engranaje criminal. Eso se vio muy bien en los campos de exterminio nazis donde quienes participaron en su mantenimiento negaban que ellos tuvieran algo que ver con el nazismo aduciendo que lo único que hacían era desarrollar un trabajo, sin entrar a valorar el fin último de dicho trabajo. Hoy en día pasa lo mismo, hay mucha gente trabajando al servicio de la tecnificación del mal porque parece que el mal tecnificado es menos malo, del mismo modo que ordenar un asesinato desde un despacho parece algo mucho menos violento que un señor que perpetra un crimen armado con un cuchillo.
Al final se trataría de un nuevo ejemplo dentro de ese debate tan en boga en estos momentos sobre responsabilidad individual vs. responsabilidad colectiva ¿no?
Al final a todos nos gusta recurrir al Estado para que actúe en nuestro nombre cuando se trata de tomar decisiones incómodas y eso lo hacen incluso aquellos que siempre han renegado del Estado como estamos viendo en esta crisis que vivimos actualmente. Ahora muchos teóricos de la economía que se han pasado los últimos quince años vaciando al Estado de sentido y de recursos nos salen con que el Estado se debe hacer cargo de nuestras empresas, lo cual está muy bien planteado pero si hace una década decías algo parecido te acusaban poco menos que de comunista.
En «A este lado del mundo» hay un personaje que cuestiona Europa acusándola de ser una cultura decrépita. ¿H≠asta qué punto ese pensamiento representa su propia opinión?
Yo creo que actualmente vivimos un momento en el que están cambiando de manera simultánea muchos paradigmas y Europa es un continente con ideas muy asentadas y eso nos hace sentirnos viejos. Igual lo que toca es renovarnos y abrir la mente pero sin perder de vista las cosas buenas que hemos hecho en Europa ni tampoco la amenaza que supone el auge de los autoritarismos en países de nuestro entorno como Polonia, Hungría que están demasiado cerca de nosotros como para seguir siendo tan pasivos ante el modo en que sus gobiernos, sentados en el Consejo de Europa, están amenazando derechos de lo más básico.
Viendo la manera en la que la UE está gestionando la crisis del COVID ¿no tiene la sensación de que en lugar de ahondar en la idea de cohesión estamos en un escenario donde lo que prima es el sálvese quien pueda?
El problema de las crisis es que no se abordan con serenidad y tranquilidad. En lugar de ir poniendo parches de los que nos podemos arrepentir al cabo de unos meses ante su ineficacia lo que deberíamos es pensar que esto no se soluciona en un año y ese es el mensaje que los políticos tendrían que trasladar a la ciudadanía. Lo demás es llamarse a engaño. Las crisis políticas y económicas a veces se gestionan como las crisis deportivas. Ahora todo el mundo se lleva las manos a la cabeza con la crisis del Barça y sus dirigentes pretenden solucionarla haciendo una inversión millonaria en tres o cuatro fichajes ilusionantes para el aficionado sin pararse a pensar que la situación actual es viene de largo y que, como tal, solucionarla requeriría de un análisis en profundidad, sin prisas, sin urgencias.
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