Cuando el artista se convierte en un fuera de la ley

Hay una opinión bastante generalizada con respecto a “Un mundo normal” (2020), y es la de que se trata de una película trasnochada. Si yo fuera Achero Mañas, lejos de molestarme por tan coincidente apreciación me alegraría. Hoy en día el calificativo de desfasado o similares resulta hasta elogioso, porque significa, entre otras cosas, ir a la contra. ¿Acaso pretendían que un cineasta que ha estado diez años largos sin dirigir volviera siendo un adelantado a su tiempo? Considero que el autor bastante hace con seguir desmarcándose del resto, con ser en definitiva fiel a sí mismo y no dejarse arrastrar por la corriente. A sus 54 años, y a pesar de su imagen de eterno adolescente, Mañas mantiene intacta su rebeldía autoconsciente, bajo una concepción libertaria del teatro y del cine tan atemporal como lo debería ser el puro arte.
Pero, ¿qué pasa con el artista vocacional, con el de verdad? Por lo que respecta a Ernesto (Ernesto Alterio), visto como alter ego del propio Achero, ha terminado por convertirse en un proscrito, en un auténtico fuera de la ley. Es un director teatral que sueña con hacer un musical, mientras se resiste a aceptar ofertas para realizar series televisivas de moda, y así le va. En lo personal tampoco congenia con los demás, menos aún con su hija adolescente estudiante de derecho (Gala Amyach), teniendo en cuenta lo distanciada que está su mentalidad de la de las nuevas generaciones. Para rematarlo del todo ha roto con su pareja (Ruth Díaz), que le toma por un loco.
Tan irónica como el título en sí resulta la anécdota real de la que parte, en torno a la última voluntad de su madre al morir. El mero hecho de pretender cumplir dicho deseo póstumo, arrojando a la difunta (Magüi Mira) al mar, supone contravenir las leyes y normas establecidas, cometer una excentricidad fuera de la normalidad, sobre todo ahora que ya nadie sabe el significado de tal palabra.

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