Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Veneno»

El lado más divertido y beatífico de Cristina Ortiz

La mayoría de la crítica y del público se han rendido a los encantos de los Javis, y luego hay una minoría que no participa del entusiasmo general por la pareja de moda en el mundo del artisteo y la farandula. El fenómeno surgió con la serie de televisión “Paquita Salas” (2016), una comedia con mucho bagaje del cine español de otras décadas, para acrecentarse con el musical “La llamada” (2017), a cuyo efecto contagioso no me pude sustraer. Pero “Veneno” (2020) es un encargo más comprometido, dentro del cual no han podido tomarse tantas libertades, entre otras razones porque se trata del biopc de un personaje muy conocido, y cuyo recuerdo no se ha apagado desde su muerte en extrañas circunstancias, por el contrario su leyenda ha ido haciéndose más grande al convertirse en icono del orgullo trans.

Personalmente, comentar una serie me produce cierta incomodidad, máxime cuando todavía faltan por ver cinco de los ocho capítulos de los que se compone la emisión. Por otro lado la exhibición en salas de cine de los tres primeros capítulos en un maratón de dos horas y media dificulta una visión de conjunto como se pueda tener de un largometraje cinematográfico, al tener una impresión más dispersa y parcial. Dicho todo esto, creo que la adaptación que Javier Ambrossi y javier Calvo han llevado a cabo del libro de memorias oficial “¡Digo! Ni puta ni santa” es tan divertida como benevolente, aunque es un gran acierto la integración de la autora Valeria Vargas en la trama como un personaje clave en su interactuación con la explosiva protagonista.

La sensación que tengo de entrada es la de que se han evitado los aspectos más sórdidos de la vida de Cristina Ortiz, nacida como Joselito en el pueblo almeriense de Adra, sobre todo en los pasajes relacionados con el ejercicio de la prostitución en el Parque del Oeste. Su estilo vulgar y deslenguado pasa por una beatificación que la transforma en una vírgen de lo marginal.