Pablo GONZÁLEZ
GUERRA EN EL CÁUCASO SUR

La guerra del Karabaj cumple una semana en medio de una gran incertidumbre

Combates y evacuaciones se mezclan sin ningún avance para un alto el fuego. La población civil está cada vez más en el punto de mira con bombardeos sobre núcleos urbanos. Planea en el aire la posibilidad de que el conflicto se expanda a territorios vecinos.

Hace hoy una semana Azerbaiyán atacó por sorpresa la República del Artsaj, como se autodenomina el territorio del Alto Karabaj, una región del Cáucaso sur habitada en su mayoría por armenios, pero que jurídicamente pertenece a Azerbaiyán. La ofensiva estaba planeada como una guerra relámpago para recapturar todo el territorio,pero una semana más tarde se ha convertido ya en un sangriento conflicto en el que los civiles se están convirtiendo en objetivos de los ataques.

Los combates se producen por todo el frente, especialmente en las zonas norte y sur, pero la principal novedad respecto a escaladas previas como la de 2016 o la de julio de este año es que las ciudades del Karabaj han vuelto a ser bombardeadas, algo que no sucedía desde la guerra de los años noventa. La capital, Stepanakert, y ciudades como Martuní, Hadrut o Martakert han recibido ataques de artillería y drones que han causado numerosos daños, pero también muertos entre la población civil.

Es difícil saber con precisión por dónde pasa la línea del frente ahora mismo ya que ninguno de los dos bandos informa de ello oficialmente y no hay prensa en primera línea.

Además, tanto Bakú como Stepanakert informan de victorias sobre el enemigo aportando pruebas como vídeos o fotografías de material militar enemigo destruido y capturado, así como combatientes contrarios muertos, pero no dejan que la prensa pueda comprobarlo. La cifra oficial de muertos de Artsaj es de 243 soldados, de los cuales más de 50 cayeron en los combates de ayer sábado. Azerbaiyán no hace públicas sus bajas, pero desde Stepanakert las calculan en al menos 1.000 combatientes muertos. Es de suponer que aun así son cifras a la baja en ambos lados y que las reales pueden ser mucho mayores. Desde que comenzó el conflicto, el ir y venir de ambulancias entre Armenia y Artsaj ha sido continuo. Decenas de ellas por hora en algunos momentos.

Todo lo contrario sucede en el plano diplomático. A pesar de que el grupo de Minsk de la OSCE, creado en los noventa para resolver el conflicto, ha instado a las partes a un alto el fuero inmediato, este no se ha producido, sobre todo por que las cancillerías de EE.UU, y especialmente Rusia, no han ido más allá de publicar comunicados en los que muestran su honda preocupación por los acontecimientos.

El gobierno del Artsaj, por medio de su Ministerio de Exteriores, ha instado al reconocimiento internacional como medida para resolver el conflicto. Una idea que están estudiando en Erevan, pero que ahora no parece la más indicada si no quiere provocar una guerra abierta contra Azerbaiyán y su protectora Turquía. En Artsaj la principal esperanza aun así es Rusia y que intervenga cuanto antes, como hizo en los noventa y más recientemente en 2016. Esta «pasividad» se puede deber también a que Pashinyan, el presidente del Armenia, ha puesto como condición para sentarse a la mesa de negociaciones la inmediata parada de todas las operaciones militares. Otra de las ideas que propone y que difícilmente aceptarán Azerbaiyán y Turquía es el despliegue de fuerzas de paz exclusivamente rusas. Nuevamente la dependencia del Karabaj de Ereván se hace evidente.

Parar los combates es algo a lo que no está dispuesto Bakú, ya que a pesar de que la guerra no está siendo sencilla, sigue con sus operaciones y habla de progresos, como la toma del estratégico pueblo de Madagiz en la tarde del sábado, anunciada en sus redes sociales por el presidente Aliev. Si esta información se confirma, sería un duro golpe a todo el flanco norte de las fuerzas armenias ya que cortaría una carretera que sirve para suministrar varios puntos defensivos en esa zona.

Seguramente lo más destacado de esta semana desde el punto de vista más allá de lo militar ha sido el bombardeo de ciudades. Los dos bandos han realizado bombardeos que han costado vida a civiles en núcleos cercanos a la línea del frente. Sin embargo, la república del Artsaj se ha llevado la peor parte. A partir del martes, varias ciudades han sido bombardeadas con artillería y drones. Ello ha provocado numerosas víctimas, muertos y heridos, entre la población civil.

Dos de estas víctimas fueron los reporteros franceses Allan Kaval y Raphael Charles del medio francés Le Monde, quienes fueron alcanzados por la metralla de un cohete Grad mientras trabajaban a pocos metros del reportero que firma este texto en la ciudad de Martuní. Fueron evacuados con graves heridas por los propios compañeros periodistas al hospital, donde médicos locales les estabilizaron salvándoles la vida. El Estado francés mandó sendos aviones para evacuarlos. Fue una de las noticias más destacadas relacionadas con el conflicto durante esta semana. Los tres ciudadanos locales muertos, un policía y dos hombres, apenas fueron mencionados.

Precisamente, el padecimiento de los ciudadanos locales es lo que está pasando más desapercibido estos días con los combates y la política de fondo. Miles de personas ya vivían en Artsaj como refugiados de la guerra de los años noventa al ser expulsados de sus hogares en Azerbaiyán. Ahora vuelven a enfrentarse al drama de ver a sus seres queridos en peligro y sus hogares amenazados. La táctica de llevar la guerra a las ciudades mediante sistemas de armas de gran alcance y especialmente los drones hace amella en la población.

En la ciudad de Susha 5 mujeres mayores duermen en el refugio del sótano de edificio de 5 plantas de la época soviética. Lyuliana, de 50 años, cuenta que es la tercera guerra que vive, la primera la sufrió en los noventa cuando tenía 15 años. Siendo oriunda de Sumgait, una ciudad en Azerbaiyán dónde tuvo origen un pogromo que sirvió de chispa de inicio de la guerra entre armenios y azeríes en el Karabaj. Tuvo que huir de su ciudad natal y empezar de nuevo, para verse ahora durmiendo en un sótano. Con ella en el refugio duerme Emma de 80 años, cuyo hijo es un coronel que está en el frente. Ninguna de las dos quieren irse a ningún lado, ya que el Karabaj es su tierra, allí están sus raíces. Este sótano es uno de los decenas de miles que cada día se usan como refugio en toda la región. Aun así, normalmente lo que más lamentan los ocupantes de estos sótanos es que mueran personas jóvenes en el frente, ello hipoteca el futuro de la región.

Gran cantidad de jóvenes se está alistando y presentándose voluntarios para ir al frente. Algo que las autoridades intentan frenar ya que no necesitan carne de cañón, sino especialistas. Aun así, hay jóvenes que combaten duro en el frente. Como contaba el presidente del Artsaj, Araik Arutyunyan, un joven de 18 años pudo estos días destruir 9 blindados azeríes y seguir luchando. Un ejemplo entre el reconocimiento y la propaganda destinado a subir los ánimos de la población.

El Karabaj sigue resistiendo sorprendentemente en el frente de guerra, pero poco a poco se pueden ir notando síntomas de desgaste. Las bajas en combate pesan más en la parte armenia al ser mucho menos numerosos –3,5 millones sumando Armenia junto con el Karabaj por los 10 millones de Azerbaiyán–. Además, cada vez se confirma de una manera más fehaciente la presencia de combatientes de procedencia siria y libia en el bando azerí. Estos habrían sido traídos por Turquía para reforzar a las fuerzas de choque azeríes con combatientes con gran experiencia.

Si los combates siguen progresando en el tiempo las posibles consecuencias del conflicto se vuelven impredecibles e irán de malas a terribles, especialmente para la población local y su sufrimiento. Habrá que ver si la diplomacia internacional no hace gala de los errores del pasado y evite la catástrofe antes de que se haga realidad.