Amaia EREÑAGA

CLARICE LISPECTOR, CIEN AñOS SIN CONCESIONES

Las redes sociales le han dado una nueva relectura a su obra: frases entresacadas de sus libros suman millones de intercambios. También ha sido reivindicada por el feminismo. Clarice Lispector, tras darle una calada al cigarro, hubiera dicho: «¡Qué extraño!».

La publicación de “Todas as cartas” (Todas las cartas) la pasada semana por la editorial brasileña Rocco ha sido uno de los primeros actos de homenaje que se irán concatenando hasta el 10 de diciembre, fecha en la que Clarice Lispector (1920-1977) hubiera cumplido cien años. Ella, la de los ojos felinos y mirada cansada, se fue con solo 57. Narradora de culto, es considerada actualmente como una de los voces femeninas más importantes del siglo XX. Creó una obra poética e innovadora, desconcertante... e indomable: «O te toca o no te toca», resumía en 1977, en la última entrevista que concedió antes de morir por cáncer de ovarios. «Supongo que entenderme no es una cuestión de inteligencia sino de sentir, de estar en contacto. Yo sé que antes nadie me entendía y ahora sí. Creo que todo ha cambiado, pero yo no he cambiado. Que yo sepa, no he hecho concesiones», añadió.

Dicen que el autor favorito de Juan Rulfo (“Pedro Páramo”) no era William Faulkner, como se ha dicho siempre, sino la brasileña Clarice Lispector. Tiene sentido por el interés en los temas sociales y por su narrativa íntima. Nuevamente, la mujer, oculta. Clarice Lispector fue una narradora que fascinaba por su vida, sus enigmas y por una obra llena de imágenes y de fuerte conciencia social, con su denuncia de las injusticias del poder contra ancianos, mujeres y estudiantes. Gente que estaba muy lejos de su vida real; ella que fue una mujer burguesa, casada con un embajador.

Sus obras, sus estudios

Comparada con figuras como Virginia Woolf, Jean-Paul Sartre o James Joyce, más de cuatro décadas después de su muerte Clarice Lispector mantiene una proyección internacional indiscutible. Creó una obra narrativa en la que se encuentran títulos como “El triunfo” (1940); “Cerca del corazón salvaje” (1954); “La hora de la estrella” (1963), su obra maestra, y “La pasión según G. H.” (1964), novela sencilla en apariencia que, sin embargo, parece escrita por alguien versado en la reflexión del mundo y del dolor. Pero según la escritora Laura Freixas, quien ha estudiado su obra desde una lectura de género, los textos en los que más asoma la personalidad de Lispector son sus cuentos; muchos, protagonizados por personajes femeninos. Freixas destaca cuatro en concreto: “La búsqueda de la dignidad“, “El amor“, “La imitación de la rosa” y “Feliz cumpleaños“. En todos ellos, las protagonistas son mujeres domesticadas y cuyas vidas podrían ser intercambiables entre sí.

En euskara, se puede leer de Lispector “Zorion klandestinoa” (Literatura Unibertsala, 2015), compilación de cuentos, traducida por Iñigo Roque.

De Ucrania a Brasil

Bautizada como Haia Pinkhasovna Lispector en una Ucrania en guerra (nació en Chechelnyk), Clarice Lispector llegó a Brasil con 2 años. Su familia, ortodoxa judeo-rusa, huía de la persecución de los pogromos antijudíos del entonces Imperio Ruso. Cuando llegaron a tierras brasileñas todos adoptaron nombres portugueses. Arrastraban una dura historia: su madre, que murió cuando Clarice tenían 14 años, fue violada y contagiada de sífilis en la guerra. En el este de Europa se creía que un embarazo podía sanar a una mujer de esa enfermedad, y así nació Clarice, en ese afán de salvar a la madre. No sirvió de nada, algo que marcó a su hija.

Desde pequeña, la escritura fue el refugio de Clarice. En Pernambuco, donde vivían antes de trasladarse a Río de Janeiro, escribía cuentos que no le publicaban. A los 13 años descubrió a Herman Hess... «y tuve un shock», como le contó en 1977 a Julio Lerner, en el programa “Panorama”. Remisa a las entrevistas, merece la pena ver la única que concedió a la televisión, en la que le hizo sudar tinta a Lerner. Único registro audiovisual de la narradora, es intensa, llena de silencios y, sin tonterías, como su obra. Se le ve cansada y no se aprecia muy bien el estado en el que se encuentra su mano derecha, destrozada cuando, en 1966, se durmió con un cigarrillo encendido. El incendio devoró gran parte de sus libros, lesionó su mano derecha y la forzó a someterse a una serie de injertos de piel en una porción de su cuerpo, incluido el rostro.

«Yo escribo simple, no adorno», explica en la entrevista. ¿Cuándo decidió hacerse escritora?, le pregunta el Lerner. «Yo no soy una profesional y escribo cuando quiero –responde–. Soy una amateur. Un profesional tiene una obligación consigo mismo de escribir. O con el otro, en relación al otro. Yo me preocupo por no ser una profesional, para mantener mi libertad». ¿Y por qué escribe? «Yo creo que cuando no escribo estoy muerta». ¿Se considera una escritora popular? «Bueno, me dicen que soy hermética, entonces ¿cómo puedo ser popular siendo hermética? Yo me comprendo, no soy hermética para mí misma... bueno, hay un cuento mío que no entiendo bien. Se titula ‘El huevo y la gallina’». Y añade: «Yo escribo sin la esperanza de que lo que escribo altere algo, no altera nada». ¿Entonces, ¿para qué escribir? «Yo qué sé. Porque en el fondo la gente no quiere alterar las cosas. La gente está queriendo florecer de un modo u otro». ¿Y cuál es el papel de un escritor en Brasil? «El de hablar lo menos posible».

Periodismo y mujeres

En “Todas as Cartas”, el libro que recopila su correspondencia con su familia y otros escritores brasileños, se reflejan las muchas dificultades que tuvo para convertirse en escritora, algo fuera de lo común en el Brasil de entonces. «Ella tuvo que romper esa barrera. Una mujer trabajando en la redacción de una revista en la época era muy raro. Clarice fue una mujer moderna en el sentido de que cursó derecho en una universidad en que la mayoría de los alumnos eran hombres, y circuló por ambientes predominantemente masculinos, incluso el diplomático, ya que su marido era embajador», explica la profesora Teresa Montero, una de las principales biógrafas de Lispector. Tiene la escritora como esos dos planos: mujer aparentemente convencional, madre de dos hijos, esposa de un diplomático (Maury Gurgel Valente, le conoció estudiando Derecho) y articulista de cocina y moda en los medios de su país; y escritora transgresora.

Durante quince años, hasta que se separó en 1959, llevó una vida aburrida de esposa perfecta. Luego, desplegó su actividad periodística. Reconocida en vida y de forma global también por su obra literaria, escribió libros infantiles y antes de morir dejó su última obra, “La hora de la estrella” (1977), que escribió en el reverso de cheques y cajetillas de tabaco. Su protagonista es su más exacta antítesis: Macabea, una muchachita feúcha, tonta y analfabeta, con dudosos hábitos de higiene. Clarice no salía de su casa sin estar perfectamente maquillada con el rímel negro, resaltando el verde de sus ojos.