Raimundo Fitero
DE REOJO

Emborronar

Retorciendo los gerundios, convirtiendo los verbos transitivos en pasivos, buscando desbordar la razón por los bordes de la indecencia política, amanezco tardeando un sol de otoño que me invita a encender la calefacción por primera vez. Así, como quien no quiere la cosa, he superado un 20-N sin mencionar las efemérides mencionables. Así mismo empiezo a sentir que llevamos más de nueve meses metidos en un torbellino de noticias, datos, estados de emergencia y alarma, desescaladas, reducciones de movilidad y muy poco fuste en lo que sucede o deja de suceder.

El ministro de Sanidad asegura en un programa de la radio catalana que no cree que la vacunación contra la Covid-19 deba ser obligatoria. Esto me suena. Al principio de esta historia interminable de medias verdades y mentiras enteras, tampoco era necesaria ni efectiva la mascarilla que a las semanas se convirtió en obligatoria. ¿Qué pasó entre una declaración negligente y una decisión tosca? Pues algo muy sencillo, en un principio no había suficiente mascarillas para abastecer a toda la ciudadanía, por eso no se declaró obligatoria. Cuando llegaron las remesas suficientes, se hizo imprescindible. ¿Sucederá lo mismo con la vacuna? Puede ser.

Gestionar esta situación única debe ser muy difícil, pero actuar con esos impulsos de mercado no hace otra cosa que emborronar la tranquilidad de quienes desean tener guías adecuadas para confiar en un día donde acabe esta pesadilla. Si es tan importante que existan las vacunas, ¿va a ser suministrada solamente a quienes quieran? No parece una decisión adecuada. Porque se siente en el ambiente que todo está encaminado para intentar que las navidades sean lo más parecido a lo siempre fueron. ¿Se imaginan cómo estaremos a finales de enero, principios de febrero? Da miedo.