Amaia EREÑAGA
BILBO

Réquiem por el gran Javier Hernández «Boni», voz y guitarra de Barricada

En 2018, pocos meses antes de perder la voz como consecuencia de la operación a la que fue sometido para extirparle un tumor cancerígeno en la laringe, Javier Hernández «Boni» publicó «Réquiem por el mundo», título premonitorio de su despedida de la música. Era su segundo trabajo en solitario tras tres décadas en Barricada. Ayer falleció a los 58 años.

El pasado 5 de enero, Javier Hernández “Boni”, acababa de cumplir 58 años. Solo tres días más tarde, este lobo herido –parafraseando el título de una de las canciones de su último trabajo en solitario, “Réquiem por el mundo”– dijo adiós, hizo un último riff “marca Boni” y se apagaron los focos. Músico muy querido por la profesión y el público, y parte indisoluble de la banda sonora de nuestra vida e historia desde hace más de cuatro décadas, este iruindarra vivió en sus carnes el ciclo vital de Barricada: su nacimiento, cuando, con 19 años, debutó en el rastro de La Txantrea aquel 18 de abril de 1982; su longeva vida, convertida Barricada en una banda que llenaba estadios y vendía miles de discos, y su muerte, escenificada el 23 de noviembre de 2013 en el Pabellón Anaitasuna, después de que “Boni”, el único de la formación original que quedaba, dijese que lo dejaba. «Seguramente se podía haber aguantado más, pero en ese momento no encontraba sentido a seguir la inercia», explicó después. Por el camino, muchos kilómetros, algo de “mala vida” –esto es rock and roll– y una herencia dejada en forma de temas que, a modo de himnos, siguen cantando y con los que siguen identificándose las generaciones posteriores.

Boni también vivió el desgaste del éxito y una dolorosa ruptura, como la que provocó que, en 2011, Enrique Villarreal “El Drogas” abandonase la banda. Amigos del alma, casi hermanos desde que fundaron Barricada junto a Mikel Astrain y Sergio Osés, a raíz de aquello, El Drogas y Boni estuvieron distanciados durante siete años.

En octubre de 2018, un año repleto de acontecimientos en su vida, Boni y El Drogas se reencontraron en el backstate de Rosendo, durante el concierto que el de Carabanchel ofreció en el Navarra Arena dentro de su gira de despedida. «Merece la pena pasar por caminos tortuosos para llegar y vivir momentos tan enormes», escribió Boni en sus redes sociales, junto a una fotografía de ambos abrazados. Al cuello, un pañuelo; en junio, con la operación, había perdido la voz por completo.

El relato de ese reencuentro y de su relación de amistad es, precisamente, una de las secuencias más emotivas de “El Drogas”, el documental dirigido por Natxo Leuza, candidato a los Goya de este año (tras su paso por los cines y ETB, ahora se puede ver en Movistar+).

Todo por una guitarra

Como apuntaba Pablo Cabeza en la entrevista que le realizó en abril de aquel año 2018 en las páginas de GARA, Boni era la voz áspera y crispada de Barricada, el contrapunto estilístico o el mutuo complemento a El Drogas. Nacido el 5 de enero del 63 en el barrio del Ensanche, el apodo lo había “heredado” de uno de sus hermanos. Así lo contaba: «En casa éramos cinco hermanos: yo, el tercero; el segundo, Bonifacio. Él jugaba en un equipo de fútbol en Iruñea, llegando prácticamente hasta juveniles o regional, no recuerdo con exactitud, teniendo un cierto rango deportivo en el club. Con 8 años entré en el mismo equipo por recomendación de mi hermano. Todos se dirigían a mí como el hermano de… y, claro, de tantas veces, un compañero de colegio se quedó con la copla y me dijo directamente, ‘¿sabes que te digo?, que desde ahora te voy a llamar Boni’. Sin darme cuenta fue adhiriéndose el mote y hasta hoy. ¡Por el momento no me ha reclamado ningún derecho!».

La música le picó desde joven Contaba que, en aquellos inicios, «en el desván que tenía en casa de mis padres tocábamos en menos de tres metros cuadrados. Me ofrecieron una guitarra, imitación Gibson color sunburn, lo que llamábamos de caramelo. Me empeñé en tenerla, tanto es así que le pedí prestado el dinero a mi madre y con el tiempo le devolví hasta el último duro de aquel entonces, por la cuenta que me traía».

Empezó con el grupo Némesis, hasta que se le cruzó la Txantrea en el camino. En 1983 salió el primero de una veintena de discos –el mítico “Noche de Rock&Roll”– y arrancó una carrera como pocas se han visto en la escena musical vasca. Desde aquellos iniciales “Barrio conflictivo” (1985) o “No hay tregua” (1986) Barricada maduró hasta trabajos como “La tierra es sorda” (2009), un disco conceptual sobre la memoria histórica. En este tiempo, el grupo fue cambiando de componentes: tras la muerte de Mikel Astrain al sufrir un aneurisma en un concierto en 1984, le sustituyó Fernando Coronado, hasta que en 2002 le relevó Ibon Sagarra. A principios de los 80, Sergio Osés fue sustituido por Alfredo Piedrafita; y, tras la marcha de El Drogas, este por Ander Izeta.

Boni también trabajó en solitario, con tres discos: “Peligroso animal de compañía” (1992), “Incandescente” (2015) y “Réquiem por el mundo” (2018). Tuvo otros tantos hijos, tres. Le contaba a Pablo Cabeza hace dos años: «Julen, de 20 años; Erik, de 16 e Ibai de 14. Este es el más pequeño de edad, pero de altura nos pasa las cabezas a todos. Y como en las nuevas generaciones, su pulso musical va por otros derroteros, los míos no iban a ser diferentes. Les gustan algunas cosas de lo que hago e incluso han sentido algún interés por aprender a tocar, pero pasajero. Aunque nunca se sabe… Yo aspiro en su beneficio, que lo que hagan sea por gusto, cosa difícil en estos tiempos».

En aquella última entrevista, se reconocía con muchas fuerzas: «No negaré que pueda influir, tanto para bien como para mal, el estado de ánimo, pero no ha sido el caso. Me tomo con intensidad el ponerme a construir una idea desde cero. Si me da la ‘depre’ no tendría ganas siquiera de coger la guitarra. A mí me hace funcionar estar muy arriba y seguro».

Y, como despedida, aquí las propias palabras de este músico cuando decidieron cerrar la etapa de Barricada: «Barricada nunca dejará de existir porque el rocanrol tiene la virtud de no evaporarse, gracias a las huellas imborrables que deja. Cientos de letras, discos, conciertos que quedan en la memoria por amor o por batalla, anécdotas de todo tipo y por su puesto toda la gente que de una manera u otra ha creído y crecido con Barricada, para bien o para mal».