Raul BOGAJO

KURT VONNEGUT Y LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL TIEMPO

El guionista canadiense Ryan North y el dibujante Albert Monteys nos acercan al universo de uno de los escritores más creativos de la literatura. «Matadero Cinco» es una relectura de la obra homónima del escritor Kurt Vonnegut en formato de novela gráfica, un maravilloso eterno retorno a una lectura de culto desde el respeto a los presupuestos antropológicos de Vonnegut.

Jimi Hendrix incendiaba Woodstock con su stratocaster, Janis Joplin y Keith Moon avivaban las llamas con sus atavismos vocales y rítmicos. Era 1969 y, mientras la misión Apolo 11 aterrizaba en la luna, 500 mil conciencias despegaban en Woodstock en un psicotrópico viaje hacia mundos más ilusionantes; un pequeño paso para el hombre y un gran paso para una humanidad que, en sus ínfulas de poder, confiaba el cielo y el infierno a la ciencia, un nuevo tótem que en nombre de eros creaba el LSD, la droga del amor y, al servicio de tánatos, la aniquilación naranja del napalm en la selva vietnamita.

Internet era tan solo una posibilidad en el proyecto de defensa Arpanet; tiempo y espacio tenían dimensiones más humanas y amables e invitaban a la curiosidad de una imaginación que fantaseaba con la posibilidad de mundos extraterrestres. La ciencia ficción de la época flirteaba con mundos extraterrestres y las Fuerzas Aéreas norteamericanas estaban a punto de dar carpetazo al proyecto Blue Book dedicado a catalogar avistamientos de objetos no identificados, aquellos OVNIs, y la posibilidad de vida capaz de redimirnos de nuestro abandono cósmico.

Para entonces, el escritor norteamericano Kurt Vonnegut, que ya había sido testigo durante la Segunda Guerra Mundial del horror y de la locura autodestructiva de sus congéneres en nombre de la paz mundial, que había sufrido en persona el bombardeo de la ciudad de Dresde y visto con qué saña se aniquilaba a más de 30 mil personas para liberar al mundo del nazismo; para entonces, Vonnegut ya había visitado en su imaginación el planeta Tralfamador y había sido instruido por sus inteligentes habitantes sobre las cualidades multidimensionales de un tiempo no consecutivo, capaz de desplegarse como si de un mapa se tratase. Según los tralfamadorianos de “Matadero Cinco”, la posibilidad de decidir en qué momento situarse dependía solo de la voluntad del observador, ¿por qué hacerlo entonces, habiendo tantos momentos buenos, en los peores?

El protagonista de la novela, Billy Pilgrim, que es una especie de alter ego de Vonnegut, adquiere el don de viajar en el tiempo después de ser abducido por estos unos seres extraterrestres y convertido en un espécimen humano de su zoológico galáctico. Pilgrim es capaz de teletransportarse y experimentar su vida como prisionero de guerra en Dresde, óptico en la América de los años 50, enfermo mental en los 60 y una especie de gurú en la de los 70; es capaz de ver y predecir su propia muerte, así como de asistir a su nacimiento.

Después de que Einstein, Lorentz y Minkowski demostraran en su Teoría de la Relatividad que el tiempo es sólo una variable más, Vonnegut nos advierte que nuestro cerebro es un queso gruyere plagado de agujeros de gusano por los que deslizarse hacia otras dimensiones de conciencia. El pasado, el presente y el futuro carecen de esa continuidad narrativa tan cómoda e inteligible según la cual las consecuencias son el producto de las causas; el eterno retorno del que hablaba Nietzsche es más que una posibilidad teórica en lo que a la estupidez humana se refiere y su capacidad innata para repetir los mismos errores. Otro psicópata iba a ocupar, democráticamente, la Casa Blanca en aquel 1969 y la historia de destrucción y muerte estaba a punto de repetirse.

La complejidad de un relato, en cómic

Que Ryan North y Albert Monteys aparezcan detrás de cualquier tebeo es suficiente para hacerlo interesante. Si este proyecto es la adaptación de una novela que difícilmente necesite ninguna adaptación que aporte algo nuevo, mucho más. Del canadiense North hay poco que decir en lo que a su genio como guionista se refiere; mucho menos de ese magnifico creador que es Albert Monteys, que nos sedujo en 2018 con su colección de fábulas futuristas recogidas en “¡Universo!”, de aparición inicialmente online y maravillosamente editadas en papel por Astiberri.

North y Monteys han conseguido trasladar el espíritu y la complejidad de este relato en un cómic que es mucho más que una adaptación de la novela porque es, también, una reinterpretación de la esencia de esta en un ensayo dibujado. El reto de llevar a la novela gráfica un ejercicio narrativo tan complejo como el que se despliega en “Matadero Cinco” y no sólo salir airoso sino crear una obra con entidad propia, es digno de admiración, pero todavía lo es más hacerlo sin denostar el espíritu que subyace a la novela: el humor como antídoto ante la locura y la pulsión de muerte contra la cual no hay más remedio que resignarse o partirse de risa.

Vonnegut observa a sus congéneres desde una distancia antropológica que le permite redactar un catálogo de costumbres y comportamientos absurdos pero sin perder la sonrisa cómplice, el cariño y la compasión en el retrato que construye sin tratar de sermonear ni de sentar cátedra. Monteys y North recogen este aparente desapego del autor por los suyos y lo hacen manteniendo el pulso narrativo de la novela y su consistente hilo argumental; respetando el juego multiplicado de voces de la escritura de Vonnegut en esa mezcla de ficción, autoficción, crónica periodística y relato de ciencia ficción. La exposición del relato en las primeras páginas del cómic y la sintetización gráfica de los presupuestos narrativos del escritor es magistral, como lo es la caracterización de los personajes o la secuenciación de las escenas diferenciando voces narrativas y tiempos con estilos de dibujo que van desde el boceto a la cita del cómic clásico de los años 50.

Monteys y North han hecho un trabajo de adaptación fabuloso que brinda la posibilidad de advertir la dimensión y la grandeza de las historias cuando son grandes de verdad. “Matadero Cinco” es una novela que crece en sus relecturas sin importar el formato. Lo demostró George Roy Hill en 1972 en su adaptación al cine, ahora lo vuelven a hacer dos creadores en racha: cuando el acercamiento a una gran obra se hace desde la inteligencia, la pericia y el saber, las obras no sólo crecen, se hacen enormes.