Raimundo Fitero
DE REOJO

El pan y la sal

Negarle a alguien el pan y la sal es provocarle una muerte civil, un ninguneo, colocarle en una exclusión de consecuencias incontrolables. Tras los tiempos de la harina y el papel higiénico, ahora en las redes y en los noticiarios, convertidos en entretenimiento entre horas, es el pan el que se ha conver- tido en un objeto de deseo, en un símbolo del desastre porque en algunos lineales de supermercados escasea y no se da abasto a su reposición por Filomena y debido al acopio de una ciudadanía absurdamente asustada; y, por otro lado, se reclama la sal, como que sin sal no se pudieran combatir las heladas o las nevadas. En los países que tienen fenómenos de esta índole dentro de su calendario ordinario, usan arena, en vez de sal, porque es más ecológica y  causa menores estragos en el pavimento.

Entre Filomena y Fernando, Simón, naturalmente, anda ahora el debate de despiste. Porque las cifras del coronavirus siguen siendo atroces, la escalada es tremenda y no parece que nadie se preocupe de ello de manera eficaz. En toda Europa. En todo el mundo. Lo de Simón es una cascada de incongruencias en peregrinas afirmaciones que denotan no solamente un cansancio, sino una incineración pública de un portavoz que no hace otra cosa que sembrar más dudas e incertidumbres y que sus opiniones cambiantes no son científicas, sino políticas. O así lo parece, que es peor.

El cierre de aeropuertos, carreteras importantes, líneas de ferrocarril tiene consecuencias complejas. Anular citas de tratamientos oncológicas por no tener a tiempo las dosis, procesos de vacunación interrumpidos, imposibilidad de diálisis, falta de frutas y verduras que desequilibran las dietas y los presupuestos. Una ola de frío tiene efectos sobre la salud que se detectan a medio plazo. Y no hay planes para combatirlos.