Beñat ZALDUA

A la independencia, ¿por dónde?

Acabada, por la vía judicial, la legislatura de excepción de Quim Torra, los partidos soberanistas coinciden en el objetivo de retomar, tras las elecciones del 14 de febrero, la vía hacia la República. Sin embargo, difieren en el camino a seguir, a veces profundamente. A continuación, un resumen, forzosamente simplificado, de lo que dicen ERC, Junts y la CUP en sus programas.

ERC, Junts y CUP. Tres partidos independentistas con tres propuestas, más o menos concretas, para volver a caminar hacia la República catalana. Los tres defienden que, tras la legislatura de excepción de Quim Torra –marcada por la represión y la desorientación tras el desmoronamiento del procés tal y como lo conocimos hasta 2017–, las elecciones del 14 de febrero tienen que marcar un punto de inflexión que permita «recuperar la iniciativa y retomar el camino hacia la República catalana» (ERC), «un cambio de etapa y generar un nuevo impulso al proceso independentista» (Junts) o «iniciar un nuevo ciclo para generar, de nuevo, un escenario que haga posible que el pueblo catalán pueda determinarse libremente» (CUP).

Las tres formaciones soberanistas comparten destino, pero proponen rutas diferentes en sus programas –en el caso de ERC y CUP– y en lo que quiera que sea el documento de cinco folios que Junts publicó el sábado con el título «Compromiso de las instituciones de la Generalitat con la independencia».

ERC: una «vía amplia» que no renuncia a la unilateralidad pero insiste en hacer «inevitable» el referéndum. ERC parte de una lectura bastante honesta de lo que fue el 1-O y asegura que en 2017 aprendieron que solo hay una manera de ganar: «Trabajar para ser más, para ser más fuertes, para construir grandes mayorías». Para los de Oriol Junqueras no basta con alcanzar el 50% en unas elecciones legislativas, hay que «repetirlo sucesivamente».

En ese camino, el programa de ERC subraya la importancia de «gobernar, y gobernar bien», y señala tareas pendientes: «Superar debilidades territoriales, especialmente en las áreas metropolitanas, así como en ámbitos estratégicos como el sindicalismo, los sectores económicos y el universo mediático de las cadenas españolas».

ERC no promete, por lo general, imposibles a corto plazo. Defiende «tejer grandes alianzas» en torno a los «grandes consensos del país» –fin de la represión, autodeterminación, inmersión lingüística, etc.– y prioriza «el diálogo y la negociación» para resolver el conflicto.

¿Y sobre la unilateralidad? «El referéndum pactado es el escenario prioritario, pero no el único. Porque no somos ingenuos. (...) El Estado debe saber que su negativa a negociar un referéndum, si perdura en el tiempo, puede desembocar en una acción unilateral del independentismo», se lee en el programa de Pere Aragonés, que, sin embargo, puntualiza: «Este escenario exigirá, no obstante, un apoyo muy mayoritario, y su operatividad dependerá siempre de la acumulación de apoyos». El programa de ERC no fija ni fechas ni ultimátums.

Junts: basta con el 50% y hay que ventilarlo durante la nueva legislatura. En la superficie, puede llegar a parecer que las diferencias con ERC no son tantas: los dos defienden que hay que gobernar la autonomía, que hay que intentar negociar y que no se puede descartar toda vía unilateral democrática y pacífica. Pero entre ambos hay un abismo, cuanto menos retórico. En primer lugar, y sobre todo, para Junts basta con lograr superar el 50% de los votos el 14 de febrero para ratificar «la vigencia» de la DUI de 2017 y reconocer al Consell per la República que comanda Carles Puigdemont desde el exilio –el cual ERC ni menciona– como Autoridad Nacional, «apoderándolo para liderar el movimiento independentista». La ratificación es puro simbolismo, pero el segundo punto, no.

Para ERC, gestionar la Generalitat es una manera de demostrar capacidad y atraer nuevos adeptos al independentismo. Para Junts, el futuro del país «no puede depender solo de unas instituciones intervenidas y férreamente vigiladas»; la Generalitat es una herramienta para la confrontación con el Estado.

ERC prioriza una negociación sin relojes, Junts pone unas condiciones que sabe que el Estado rechaza –autodeterminación, amnistía y mediación internacional–, para, acto seguido, subrayar que el futuro Govern «debe estar plenamente dispuesto a tomar las decisiones unilaterales que correspondan». Sin embargo, Junts apenas concreta nada: «Cuando la ciudadanía, las instituciones y el Consell per la República estén preparadas para culminar el mandato de constituir Catalunya en un Estado independiente en forma de República, se procederá a activar la Declaración de Independencia, a movilizar el país para su defensa pacífica y democrática, y a pedir el reconocimiento internacional». Nada define ese «cuando».

ERC, en resumen, analiza por qué el 1-O no culminó en la independencia y propone una receta, acertada o no, para enmendar los fallos, poco seductora para quienes creían que estaba a tocar. Junts, simplemente, dice que una vez logrado el 50% hay que volver a hacer más o menos lo mismo, sin explicar por qué en esta ocasión va a salir bien. ERC pide paciencia, Junts un acto de fe. Junts dice que la vía negociadora de Esquerra no va a ningún lado. Los republicanos dicen que en Junts todo son fuegos artificiales para tapar la falta de propuesta concreta.

Y acariciando, solo a ratos, la síntesis, la CUP espera una «insurrección democrática». El análisis del otoño de 2017 va a cara descubierta: «La DUI ha sido un anhelo sin capacidad práctica de publicación ni de recorrido de interpelación al entorno no convencido: no generó espacios de encuentro ni de autoorganización, ni tampoco había la correlación de fuerzas interna dentro del independentismo para sostenerla». Junto a ello, también subraya la necesidad de ser más: «Nos hace falta una acción democrática y de movimiento, unitaria, que interpele a gente más allá del independentismo organizado, si lo que queremos es ganar». Y la manera de hacerlo va también, en parte, en línea con la de ERC: «Liderar los consensos sociales alrededor de los derechos sociales, civiles y políticos que no tienen salida en el marco legal español y de la UE».

A diferencia de los republicanos, sin embargo, la CUP no centra sus esfuerzos en la negociación con el Estado –aunque no se opone–, sino en un nuevo referéndum, la «única herramienta existente» para la victoria. En el programa no le ponen fecha, pero en los discursos lo sitúa al final de la legislatura, en 2025. «El referéndum, o cualquier alternativa que permita a las catalanas decidir su futuro, debe ser la piedra angular de una hoja de ruta compartida que contemple la desobediencia civil y la autotutela de derechos», insiste. En línea esta vez con Junts, la CUP también ve la institucionalidad autonómica como un escenario para «reforzar la creación de tensiones y embates constantes que nos conduzcan hacia un nuevo momento de catarsis popular e institucional: la insurrección democrática». A diferencia de Junts, sin embargo, la CUP sí entra en los ingredientes que necesita su receta: «El referéndum o la fórmula que se utilice para dirimir democráticamente el conflicto será un pulso político que requerirá movilización, desobediencia y dinámica de colapso».

Si ERC pide paciencia y Junts un acto de fe, la CUP reclama sacrificio. El 14F sabremos cuál es el atributo que más cotiza en el electorado independentista.