Baba Yagá
Baba” es un término procedente del indoeuropeo que ha llegado a las lenguas eslavas con el significado de “abuela”, “mujer vieja” o incluso “mujer”; pero casi siempre con un matiz abiertamente peyorativo: “chismosa”, “solterona”, “arpía”, “espantajo”, “bruja”… De hecho, Baba Yagá es una figura del folklore eslavo: una criatura oscura y solitaria, maldita, una bruja que rapta niños y vive en lo más hondo del bosque.
En todas las mitologías existen seres femeninos monstruosos; sin ir más lejos, en la griega: Ino, Medusa, Esfinge, Las Erinias, las Empusas, las Arpías, las Moiras, las Grayas, las Keres… La escritora croata, residente en Amsterdam, Dubravka Ugresic (Kutina, 1949) lo llama La Internacional de Baba Yagás. Porque al drama histórico de ser mujer se le suma el drama de la vejez. Mujer y vieja: su historia es la de la exclusión, la de la expulsión forzosa, la de la invisibilidad, la de la marginación brutal; son malditas a la fuerza, y por ello mismo disidentes.
Es lo que plantea Ugresic en “Baba Yagá puso un huevo” (2020), una maravillosa novela, poblada de mujeres y de sentido del humor, dividida en tres partes que confluyen en una poderosa, doliente y amenazadora reivindicación. Una novela que traza los vínculos entre el mundo mítico y las heridas de cada vida. «Yo pertenezco a las proletarias, a la Internacional de las Babas… Y hay una espada debajo de la cabeza dormida de Baba Yagá», afirma la narradora de la tercera parte. El huevo del título es símbolo de un nuevo principio, de la renovación de la vida.

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