Germán García Marroquín
Miembro de Ongi Etorri Errefuxiatuak
GAURKOA

Han vuelto. Están aquí

No sé a ustedes, pero a mí las imágenes de hace unas pocas semanas de la joven fascista proclamando en los noticieros que el judío es el culpable me heló la sangre. No explican las noticias de qué culpa a los judíos, supongo que les hará culpables de todo.

Ocurre que con tanto salir en la televisión y tomárnoslo como una gracia, otra gente, aunque sea del tipo que, por despreciable, podemos denominar en rigor gentuza, se anima y, el día 18, cinco días después, en Torredembarra agreden a dos menores –uno de ellos herido de gravedad– residentes en el centro de menores migrantes de la localidad. El grupo agresor además asalta y destroza el centro. Los menores residentes, atemorizados, se refugian en sus habitaciones hasta la llegada de la Policía. Los autores de esta fechoría venían de participar en una manifestación convocada para exigir mayor seguridad ciudadana. El fascismo y la racionalidad nunca han caminado por la misma senda.

Del enfrentamiento con la Policía y los daños materiales producidos en las manifestaciones contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél todo el mundo se ha hecho eco, incluso el presidente del Gobierno de España y la mismísima Comisión Europea han condenado los incidentes.

El viernes 19, al día siguiente del asalto por los fascistas al centro de menores, el presidente Sánchez declara que «el Gobierno hará frente a cualquier tipo de violencia y garantizará la seguridad de la ciudadanía», pero silencia la violencia fascista hacia los menores en Torredembarra a los que no garantizó su seguridad. Quizá estos menores, bajo su tutela, no entren en la categoría de ciudadanos tampoco para el Gobierno.

Por parte de la Generalitat solo el Departamento de Asuntos Sociales condena los hechos, lo que da una idea de la importancia que ocupa la lucha contra el fascismo en las prioridades políticas del Govern de Catalunya.

Ese día 19 se cumplía la cuarta noche de enfrentamientos entre Policía y manifestantes en Barcelona por la libertad de expresión. Y yo me preguntaba: ¿queremos libertad de expresión para defender la libertad de expresión? ¿No tendríamos que usar la libertad de expresión para denunciar también los ataques fascistas a menores por el hecho de haber nacido en otro país?

Mientras, el grupo minoritario en el Gobierno español insistía en su preocupación por la calidad de la democracia en las estructuras del Estado español: la judicatura, el Ejército, la Monarquía, la libertad de expresión... sin duda cuestiones de mucho calado y que no debemos olvidar.

Sus portavoces han pasado los meses de enero y febrero hablando de estas cuestiones sin mencionar, entre sus preocupaciones, la ausencia de respeto a los derechos humanos en la ley de extranjería, el respaldo de España a la propuesta de Pacto Migratorio en la Unión Europea basado en llevar los controles fronterizos a los países de África y asegurar las deportaciones.

Este grupo se declara republicano, pero no habla de que el mismo principio moral que defiende la igualdad de derechos frente a los derechos de estirpe debe hacerse valer contra la sinrazón de discriminar a la población por el lugar de nacimiento de sus progenitores.

Tampoco han señalado como indicador del bajo nivel de calidad de la democracia el internamiento –sin delito y sin juicio– de miles de personas en Canarias, donde más de 8.000 personas han sido privadas de libertad, de ellas al menos 2.000 menores. Personas desplazadas forzosas como consecuencia, entre otras razones, de los acuerdos de la Unión Europea con Senegal que privan de su fuente de trabajo ancestral a miles de pescadores africanos.

Si luchar por justicia, libertad y progreso se convierte en defender a los míos, entraremos en una senda en la que el fascismo tiene todas las de ganar.

El fascismo, después de pasar más de cuarenta años en las catacumbas, ha vuelto. Hay que reaccionar antes de que crezca y se haga incontenible, tenemos las lecciones del fascismo, el nazismo y el falangismo del siglo pasado y los actuales regímenes totalitarios de Rusia, Turquía, Brasil y el abismo al que se asomó EEUU...

Ningún ser humano puede acreditar, por nacimiento, virtud que le haga merecedor de un trato privilegiado frente a un semejante. La periodista checa Milena Jesenská describía la situación en diciembre de 1938: «un padre cava con sus propias manos tres hoyos en el duro barro del campo y coloca en cada uno a un hijo. Luego trenza con paja seca de maíz tres pequeños tejados que pone encima de los hoyos y se sienta en la tierra junto a ellos. Si la gente de los alrededores no les hubiera ayudado, todos los fugitivos habrían muerto de hambre, frío y vergüenza. Pero la gente acude, trae comida, mantas, ropa de abrigo, una tienda de campaña, un camión de mudanzas que habilitan con paja para los más necesitados: para el hombre con hemorragias de estómago, para la mujer que va a dar a luz al cabo de un par de días o para la que ya parió en medio del campo y que cubre a su recién nacido con pañales regalados, para el anciano o anciana ciegos que se sientan en un rincón sobre un montoncito de paja».

Si no cuestionamos la raíz de la discriminación, si no vamos hasta el fondo, preguntándonos sobre qué principio moral se pueden asignar derechos a las personas en razón de su lugar de nacimiento, será el fascismo el que legitime su aspiración de subyugar al diferente.